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28-F: Sanidad

Las Urgencias del SAS son de las más utilizadas de España

Constatar que la sanidad pública andaluza tiene luces y sombras es un lugar común, a veces demasiado frecuentado. En 1984 la Junta recibía las transferencias sanitarias, con ganas, voluntad de integración de un puzzle de recursos heterogéneos e infrafinanciación: de aquellos polvos, estos lodos de la deuda histórica. Pero, 26 años después (y tres décadas de autonomía), ni todos los logros deben anotarse a cuenta de la gestión autonómica ni todos los fracasos a la falta de recursos. La gente vive más y se han salvado lagunas escandalosas en la equidad real para acceder a la atención médica, lo que ha permitido alinear las estrategias de la política sanitaria andaluza con su entorno nacional e internacional. A la gente, en general, todo eso le parece bien, incluso –ahora que el personal está viajado y valora lo que tiene cuando vuelve a casa– muy bien. Pero, a la hora de la verdad, lo que quiere es que su problema se resuelva, que para eso paga. Aunque nadie le haya hecho preguntarse si en realidad paga lo suficiente. Al ciudadano le han explicado que todo funciona tan bien que juzga al sistema no con los ojos de la realidad, sino con los del deseo. Hay dos ámbitos en especial donde la gente comprueba si su imagen ideal del sistema sanitario público coincide con la plantilla de lo real: al acudir a Urgencias al hospital y a la hora de operarse.

Respecto al primero de esos baños de realidad, acaba de publicarse un trabajo interesante sobre el grado de utilización de estos servicios. Se da por sabida y asumida la masificación fluctuante de las Urgencias hospitalarias, por diversas razones, entre las que puede ser tan importante una ola de frío que desestabiliza a los pacientes crónicos como una final de fútbol, que vuelve a demostrar las propiedades taumatúrgicas de la televisión para lograr que el paciente se quede en casa y deje para mañana lo de ir al médico. En unas zonas más que en otras, pero, en general es así, la comunidad andaluza forma parte del grupo de regiones en las que al menos la mitad de la población se da una vuelta por Urgencias como poco una vez al año. Este selecto club lo encabeza Cantabria, con un 54,9% de frecuentación; le siguen Cataluña, con un 52,4% y Andalucía, con un 49,84%. A la cola del listado general autonómico está Canarias: 33,78%.

La gestión de la demanda en Urgencias es un clásico de la literatura de investigación del funcionamiento de los hospitales. Pero los análisis comparativos de actividad son más escasos. Ahora, un grupo de expertos ha arrojado algo de luz sobre las diferencias entre regiones y áreas de salud respecto a este asunto. En concreto, investigadores del Centro Superior de Investigación en Salud Pública de Valencia, del Instituto Aragonés de Ciencias de la Salud y del Grupo de Variaciones en la Práctica Médica en el Sistema Nacional de Salud (en el que participan todas las comunidades autónomas excepto Madrid) han repasado los datos de frecuentación de hospitales por demanda de asistencia urgente de 164 áreas de salud –algo parecido a lo que podrían denominarse comarcas sanitarias–, pobladas por más de 35,3 millones de habitantes. Los datos de actividad y recursos son de 2006; a pesar de que hoy el mapa de infraestructuras sanitarias no es exactamente el mismo, la información sobre la tendencia que aporta este trabajo es relevante, dado que los trabajos en este ámbito son escasos y que la sanidad española no ha experimentado en ese tiempo ningún giro copernicano precisamente. La investigación ha sido publicada en Gaceta Sanitaria, revista oficial de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria.

Una aproximación ponderada (datos ajustados de recursos, población, uso de los servicios, lugar de residencia) a escala andaluza revela un gradiente hasta ahora poco conocido para el gran público: en Andalucía oriental se va más a los hospitales en demanda de atención médica urgente que en la mitad occidental de la región, oscilando entre el doble y la mitad de la tasa estándar. El estudio no entra en las causas del fenómeno (su finalidad es descriptiva), pero resalta claramente que en el mapa por áreas de salud existen esas diferencias.

El trabajo revela también un fenómeno de presión inversa: son los hospitales con más demanda asistencial en Urgencias, independientemente de su adscripción geográfica, los que tienden a ingresar menos pacientes por esa vía, indicando la existencia de una cultura común en el manejo de los casos a la hora de valorar su gravedad que hace que el filtro funcione. En Andalucía, del total de personas tratadas en las Urgencias de los hospitales, sólo ingresa el 9,93%. En otras comunidades de mayor frecuentación, también se da ese fenómeno: 9,73% de ingresos urgentes en Cantabria y 10,57% en Cataluña. Esa paradoja aparente estaría relacionada con el hecho de que los pacientes saben a lo que van: un problema menor, que no necesita técnicamente de los recursos de un hospital, va a ser atendido, sin duda. A pesar de que haya que esperar más tiempo que si se fuese al centro de salud. Aunque tampoco es que la atención continuada en Primaria dé para hacer sudokus durante la guardia: ese mismo año de 2006, los hospitales del SAS resolvieron más de 3,6 millones de asistencias urgentes. En Atención Primaria, más de 5,6 millones.

En Andalucía llama además la atención la variabilidad de los ingresos en hospital por el canal de Urgencias. Hay hospitales en la comunidad autónoma cuyo filtro de entrada sólo permite el paso al 6% de los pacientes atendidos y otros, al 17%. Los profesionales sanitarios manejan a los pacientes en Urgencias conforme a criterios protocolizados. ¿Por qué, pues, esas diferencias? Los autores del estudio mencionan, sólo mencionan, la posibilidad de que en ello influyan la disponibilidad de camas en Observación o la existencia de consultas de alta resolución. La demostración de esa posibilidad ya es otra historia. Una historia para los gestores del SAS.

‘Boomers’, calidad y listas de espera

La media para operarse en la sanidad pública de los procesos con garantía de respuesta está en 57 días; 48 para ver por primera vez al especialista. ¿Es razonable? Para el paciente, lo razonable es cuanto antes. El foco de la cuestión ha pasado en 30 años desde el cuántos esperan (y contarlos para ponerlos en cola) al cuánto se espera (y garantizar un plazo máximo). Un avance innegable. Pronto, la centralidad del asunto estará en el quién espera.

La mayoría de los pacientes actuales están agradecidos a un sistema que funciona y no le pide a nadie la tarjeta de crédito; la demora, vista así, no es  un problema. Pero ya empiezan a esperar otros pacientes, los ‘boomers’, hijos de  la ola de natalidad de los 60. Quizá sean tan buenas personas como sus padres pero, si los plazos actuales les parecen inaceptables, lo dirán; con una hoja de reclamaciones o una papeleta de voto. Y si, además, tienen dinero, se irán, siguiendo el rastro a la calidad.

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