La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La intimidad perdida de Sevilla
sociedad
Los andaluces -decía Duran i Lleida- se "pasan el día en el bar" a costa de la contribución de los catalanes. Los niños en Andalucía, apuntaba Ana Mato, son prácticamente analfabetos. "El hombre andaluz -firmaba Jordi Pujol- vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual". Las declaraciones de la semana pasada del empresario cordobés Miguel Ángel Tamarit -"los gaditanos son muy graciosos pero no sirven para trabajar"- no surgen de la nada. Es un tópico que identifica al andaluz como alguien poco trabajador, chistoso, servil e inmovilista. Y no remite, ha ido creciendo en gracia y esplendor. Con los sangrantes porcentajes de desempleo en la mano, se podría decir que el panorama laboral de los andaluces podría tener título de novela decimonónica: desmantelamiento y diáspora. Nunca parecen mencionarse cuestiones como que, por ejemplo, andaluces y catalanes son los que proporcionalmente más tributan.
Así, el andaluz es flojo, inculto, chistoso e inservible. Al humorista Manu Sánchez, autor de Surnormal profundo (Aguilar), el tema de los tópicos le toca por varios flancos. "En el cliché siempre hay parte de verdad y de mentira... Pero en el tema de no trabajar en Andalucía, ya entramos dentro del delirio, cuando con todos los caciques y terratenientes, no hay duda de que los andaluces somos los que más hemos trabajado y en condiciones más precarias".
Para el historiador Diego Caro, la asociación entre andaluz y vagancia tiene "una construcción literaria muy importante, sobre todo, a partir de la mirada de los románticos del XIX, que ofrecía un paisaje agreste, donde la cultura del trabajo no aparecía por ninguna parte. Esos tópicos seguirían subrayándose con relatos pseudofilosóficos sobre el alma andaluza, a cargo de Ortega y Gasset y otros, y con contribuciones folcloristas como las de Pemán. Todo es aventura y pasión: no se cuenta la revolución del vino en Jerez, ni la industria minera en Huelva, ni se menciona lo que fue la industria textil en Málaga".
La imagen del andaluz indolente no es ajena a una malinterpretación de la realidad que presentaba la estructura socioeconómica de base latifundista: no se trabajaba siempre ni trabajaba todo el mundo. Y solía haber gente en la plaza del pueblo o en la cantina: sí, esperando a que los llamaran para echar la peoná. "Luego está -indica Caro- todo el discurso que se fue construyendo interesadamente durante la Transición respecto al PER, cuando, si se compara con lo que han costado los procesos de reconversión de la minería en Asturias o del País Vasco, es irrisorio".
"¿De verdad tenemos que andar justificando cosas que no tenemos por qué justificar? Que nos dejen ser surnormales profundos -insiste Sánchez-. La responsabilidad de la ignorancia es responsabilidad del ignorante. Esa sensación constante de que se acercan a nosotros desde el absoluto desconocimiento... No es que ataquen Andalucía, es que no parecen conocerla".
Graciosos. "Hay parte de verdad irrefutable en eso de que el andaluz es gracioso, no por geografía, sino por características: no es que los mallorquines tengan una predisposición genética a hacer ensaimadas cojonudas, pero el trabajarlas diariamente hace que les terminen saliendo muy bien -dice el humorista-. En Andalucía se ha hecho músculo para el humor. Ha sido una forma de supervivencia ante situaciones muy complicadas".
Para el historiador y estudioso del Carnaval Santiago Moreno, el humor y el sur pueden tener que ver con clima y geografía social: "Vivir en la calle da un alto grado de sociabilidad, de convivencia forzosa, además, entre gente muy distinta, y yo creo que de ahí es fácil que salga la ocurrencia, el humor y la presencia de las familias italianas.
Sumando los factores de gracioso, ocurrente y vago, con su puntito de desesperación, el resultado viene a ser la rutilante figura del pícaro. "Hay uno, actualizado, que me cae especialmente mal: el del clavazo al turista. Pero pícaros hay muchos -advierte Moreno-. Y no olvidemos la picaresca a gran escala: la de la corrupción política y las mordidas".
El escritor Felipe Benítez Reyes ha trabajado la figura del pícaro tanto con un giro surrealista (el Walter Arias de El novio del mundo, reeditada por la Fundación Lara), como en ese pícaro en carne y hueso, de toma a tierra, que es el Rányer de El azar y viceversa. Para él, el pícaro es una figura universal y estable: "¿Te imaginas que fuera verdad, que aquí se pudiera vivir sin trabajar? ¡Sería el Paraíso! En fin, aquí lo que ha habido siempre es menos oportunidades de trabajo que pereza. Esas generalizaciones lo que corresponden es a una falta de entendimiento de la realidad. Y, a más colmo, ser pícaro, buscarse la vida, es además un gran quebradero de cabeza".
"Digamos que la culpa no es de la gente, sino de los que tienen que administrar los recursos de la gente -comenta Benítez Reyes-. La alegría no tiene que ver con la laboriosidad, qué idea más penitencial es esa... El humor es una catarsis que te ayuda a que la vida sea más colorida, más alegre. Ahora, cuidado, mucho cuidado con el puritanismo porque tiene más disfraces que todo el historial del Selu. Antes, la Inquisición podía retirar algo según faltara a la moral, el credo y las buenas costumbres, y ahora puede hacerlo lo políticamente correcto: el fin es el mismo, hacer una forma de vida lo más penitencial posible".
Y, por no dejar polémicas, Benítez aborda otra muy reciente, la del andaluz como habla. "¿Por qué hablan en andaluz si no se entiende? ha sido un clamor común con la serie La Peste. Y no era una cuestión de acento, sino de dicción y sonido. Esas críticas sin fundamento se deben a una especie de sentimiento de diferenciación tribal, a base de denigrar a las demás tribus".
Para un extranjero (artículo satírico del Times mediante), los españoles todos somos vagos, jaraneros, chillones e impuntuales. En el norte de España se asume que esos tópicos son "de Madrid para abajo". Y en Madrid, de Despeñaperros para abajo.
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