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Una memoria de artista

  • Ricardo Cadenas evoca algunos hitos que ayudaron a conformar su identidad en una muestra en galería La Caja China de Sevilla

'Golden Age', una de las obras de Ricardo Cadenas que dan fe la pasión del artista sevillano por el cómic clásico.

'Golden Age', una de las obras de Ricardo Cadenas que dan fe la pasión del artista sevillano por el cómic clásico. / D. S.

Las memorias, los relatos autobiográficos corren el riesgo de ser flor de un día. Atractivos en el corto plazo –abunda el lector que vivió la misma época– pueden quedar pronto en anecdotarios o en material subsidiario para investigadores. Las memorias que permanecen son las que logran abrir una visión general de la época o conectar con ella. Las cosas se complican aún más si el autor de las memorias es un artista. Entonces esperamos, además, una obra de arte.

Sería excesivo ver en esta muestra de Ricardo Cadenas (Sevilla, 1960) unas memorias, pero para entender su alcance hay que situar las obras expuestas en La Caja China un contexto autobiográfico. Dos piezas lo sugieren desde el principio: Museo 1960 y Neotenia. En la primera, al fondo de la galería, frente a la puerta de entrada, los cuatro guarismos del año (el del nacimiento del autor) resaltan sobre un ordenado fondo de recortes de Mecánica Popular, revista de la época para entusiastas de la técnica y amantes del bricolaje.

La otra obra, a la izquierda de la entrada, muestra en silueta el rostro de un niño. Es un recuerdo de la Plaza Mayor de Madrid. Cadenas la cruzaba con su padre y tropezaron con el dibujante callejero que en pocos minutos recortó el perfil del niño en cartulina negra. La silueta aparece sobre un fondo también de recortes: historietas para niños, en este caso. El título, Neotenia, apunta no sé si al afán de preservar recuerdos de la infancia o al callado deseo de no abandonarla nunca.

'Spirou', otra pieza del artista sevillano. 'Spirou', otra pieza del artista sevillano.

'Spirou', otra pieza del artista sevillano. / D. S.

Quizá sorprenda que la memoria del artista se vincule al papel impreso. A estas alturas, a más de cien años del primer collage, no debería extrañar. El arte escapó a la tutela del culto y al deber de cantar a dioses, reyes o héroes para explorar el hacer y desear cercanos, de cada día, y mostrar su poética con lenguaje directo. Así lo hicieron Daumier, Steinlen y Toulouse-Lautrec: sus viñetas, decían, llevaban el museo al quiosco. Picasso y Braque fueron más lejos al incluir el papel impreso o la canción de moda en el cuadro, y ya en la segunda mitad del siglo XX el arte emuló las paredes con carteles arrancados o investigó los caminos del cómic y la publicidad.

Nuestra experiencia ha estado y está urdida de imágenes y letra impresas, como hoy la cruzan los circuitos informáticos: el arte nos ayuda a recuperar ese mundo más allá de la utilidad o el entretenimiento. Despierta la memoria fragmentaria, con frecuencia inconsciente, donde los rasgos personales se unen con los anónimos: así lo sugieren estas obras y los pequeños collages que hay en la sala y la oficina de la galería.

'Homenaje a Paco Molina'. 'Homenaje a Paco Molina'.

'Homenaje a Paco Molina'. / D. S.

La insistencia de Cadenas en la imagen gráfica surge además de su interés por el cómic. Una de sus obras es casi una declaración genérica de ese entusiasmo: Golden Age alude a los años, entre los 30 y los 50 del siglo XX, que vieron nacer, crecer y multiplicarse a los héroes de historietas, desde Superman a Captain Marvel. Tal entusiasmo se hace más concreto en el homenaje al grupo Marcinelle, los dibujantes de la Escuela de Charleroi. Encabezados por Joseph Gillain, Jijé, cultivaban un trazo fuerte, dinámico, que anteponía el movimiento y lo inesperado a la ordenada claridad y la narración lineal de Hergé en su Tintin. Cadenas prefiere a Spirou (creado por Rob-Vel pero continuado por Jijé y otros autores) y le dedica otras dos obras. Una de ellas parece asociar ese tipo de dibujo a la obra de John Chamberlain, autor norteamericano que construía sus esculturas con desechos procedentes de desguaces de automóviles.

El mapa de preferencias que traza Cadenas no se limita al grafismo o al objeto encontrado (papel impreso o chatarra retorcida). Cuatro obras, a la izquierda de la puerta de la oficina aluden a otras poéticas, sucesivamente Pessoa (Passagem das Horas), Pasolini y su personal construcción de Roma, Miguel Hernández (quizá cuando asistía en Valencia, 1937, al Segundo Congreso Internacional de Escritores) y Walter Benjamin con Infancia en Berlín hacia 1900. Las cuatro piezas unen collage y pintura. Los collages se antojan recuerdo fijados al hilo de la lectura. La pintura difiere en cada caso: suave transparencia en Pasolini Roma, un cuidado velo en Pessoa, formas sólidas en Benjamin y pintura que no oculta su sencilla condición en el recuerdo a Miguel Hernández. A estas obras se añade un doble homenaje, el que dedica Cadenas a Paco Molina y no sé si a Auden o a la devoción que Molina tenía por el poeta británico.

La exposición, pues, no ofrece unas memorias pero traza hitos de una identidad, construidos de la mano del arte. No forman una línea continua. Son flashes que hacen pensar en el expositor de postales turísticas que cierra la muestra. Esas postales son de algún modo rasgos discontinuos de una ciudad que permanecen en el recuerdo y la muestra de Cadenas propone momentos intensos de la memoria de un artista.

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