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'Neo Gods & Hyper Miths' | Crítica

El regreso de una antigua diosa

  • La asturiana Ira Lombardía se inspira en Niké y los mitos para reflexionar sobre qué es la imagen hoy

Móviles y dioses dialogan en la muestra de Ira Lombardía.

Móviles y dioses dialogan en la muestra de Ira Lombardía.

Cuando Mantegna, Brunelleschi o Donatello recuperaban figuras clásicas, no los movía la erudición sino el afán de una nueva vida. De modo más sistemático que los artistas, buscaron el pasado clásico los llamados anticuarios y los denominados filólogos. Juntos sacaron a la luz antiguas figuras nimbadas con el aura del mito y animadas sobre todo por un lenguaje deseoso de edificar un mundo nuevo. Entre todos quisieron diseñar otra forma de vida. Por eso, frente a los clérigos medievales, que con los dioses aniquilaron los héroes, artistas y humanistas, al recuperar sus figuras, establecieron nuevos valores: Mantegna dio la serenidad y entereza de la escultura clásica a un San Sebastián, los Leoni igualaron la figura de Carlos V al pacificador Eneas y Giordano Bruno, en la Universidad de Wittenberg, presentó a Lutero como el nuevo Hércules que, con la pluma y no con la maza, quebrantó una secular servidumbre.

Poco a poco, sin embargo, la figura clásica perdió ese filo: convertida en legado erudito, la recluyeron solemnemente en el museo. Surgieron, no obstante, nuevas imágenes, mostrando el rostro autocomplacido de la sociedad moderna y a veces su cara oculta. Más tarde la imagen, convertida en instrumento valioso del mercado, se multiplicó sin cesar para ofrecer modelos (o máscaras) y pautas (o disfraces) al yo moderno.

Una de las obras más destacadas de la exposición. Una de las obras más destacadas de la exposición.

Una de las obras más destacadas de la exposición.

Este proceso lo resume con inteligencia Ira Lombardía (Pola de Laviana, 1977), artista, profesora e investigadora. El punto de partida es una Victoria clásica, recuperada por Aby Warburg. Niké, la diosa alada, parece meditar mientras se contempla en un espejo. Es una venerable idea griega: ningún triunfo debe llevar al orgullo, a la hybris, que olvida los propios límites. Pero Lombardía, sin deshacer la imagen, sustituye los brazos de la diosa por cuidadas manos de uñas esmaltadas que sostienen una táblet, la versión actual del espejo.

Lombardía prolonga la muestra con una elaborada pieza. De nuevo una mano. No de la diosa sino de la artista. Reproducida a escala 1:1 por una impresora 3D y elaborada en fibra, se levanta sobre un prisma, sujetando un móvil. En la pantalla se suceden imágenes, quizá de célebres modelos, cazadas en la jungla de la red. Digo quizá porque en todos los casos el rostro de la mujer se ha sustituido por el de Niké, la antigua diosa. De vez en cuando, un índice, blanco como el de una escultura (¿de la diosa, de la autora?), amplía con un toque, no exento de ironía, la imagen.

Lombardía no compone un discurso. Traza, más bien un mapa de referencias posibles para pensar qué es la imagen hoy: ¿brota de la inseguridad en la propia identidad? ¿busca compensar la fragilidad del yo? ¿potencia viajes imposibles? ¿despierta la memoria de viejos mitos y el continuo alborear de los nuevos? Gustav Klimt sustituyó, en su Atenea, la Victoria por la Nuda Veritas: una joven desnuda que levantaba en su mano un espejo para que el espectador, si se atrevía a hacerlo, se mirara en él. Lombardía, al compás de nuestra época, que apenas confía en la presunta entereza del individuo moderno, prefiere que circulen las imágenes, bajo los rasgos serenos de la sabia diosa alada.

La exposición tiene pocas obras, como si interesara sobre todo estimular el pensamiento. Junto a las dos obras reseñadas, otra que, con una gota de sarcasmo, evoca el alarde vertical del obelisco. Pero aquí no hay piedras ni volúmenes, sino una sucesion de fotos sujetas directamente a la pared. Sobre los pies de una escultura clásica, las piernas de un ángel de Victoria’s Secret sirven de apoyo al torso de la Victoria de Samotracia sobre la que aparecen sucesivamente, imágenes de la batalla de Verdún, de Moscú celebrando el triunfo en la II Guerra Mundial, de los velocistas norteamericanos en el podio olímpico, México’68 (puño en alto y guante negro), un misil elevándose (no consta si es o no militar), breve publicidad de zapatos deportivos y al fin una mano con el gesto de victoria. Un itinerario para pensar qué costes, precariedad e intereses hay en el mito del ganador. Que la mano final, con el gesto de victoria, sea de una mujer tiene pleno sentido.

La muestra se cierra con un nuevo desfile de imágenes, más discreto, reservado a la sala del fondo de la galería. Allí se suceden ángeles de Victoria’s Secret fundidos con diversas esculturas del archivo Warburg. Modelos, en todo caso, protegidas: la autora ha elaborado con las alas de las chicas un híbrido de pluma y niebla que vela los cuerpos que anuncian ropa interior.

Lombardía sabe cuál es el poder de las imágenes. En una muestra anterior calificaba de influencers a libros y obras del arte moderno que los circuitos editoriales han convertido en tópicos. Ahora más bien parece invitar al espectador a pensar con qué mitos trata de sazonar su vida.

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