Nocturno | Crítica

La sutileza de Leonor Leal

Leonor Leal, durante su actuación.

Leonor Leal, durante su actuación. / Óscar Romero · La Bienal

Con un gran bagaje ya a sus espaldas, Leonor Leal sigue siendo una bailaora inquieta y valiente, dos cualidades que la han llevado siempre a experimentar nuevas vías, a buscar un terreno fértil en el que poder crear según sus necesidades y no las del público. Y curiosamente, parece haber encontrado su sitio en el mundo de la danza. Porque Nocturno es, por encima de todo, un espectáculo de danza. Con mucho flamenco, eso sí. A veces explícito, como en el garrotín o en esa farruca tan personal con guiños a Escudero, a veces menos explícito -como en la soleá- o más fragmentado, el flamenco constituye la parte central de su lenguaje. Un vocabulario que fluye de su cuerpo con gran ímpetu, y que ella, a través del largo proceso recorrido hasta llegar al Central, ha aprendido a moderar y a modular, combinándolo con una naturalidad no ajena sin duda a María Muñoz, la creadora de danza contemporánea que la ha acompañado en esta aventura y con la que ya trabajara, al igual que con los grandes músicos que la acompañan, en su anterior espectáculo JRT (Julio Romero de Torres), compartido con Úrsula y Tamara López. Su huella se ve también en ese sencillo espacio, abierto por los hombros y casi hasta la chácena, en unas luces que nos remiten a la noche y al sueño, y en ese cuidado de cada detalle, primando siempre la sutileza sobre la espectacularidad. Magnífico el espacio sonoro creado por Jean Geoffroy dentro del cual iban brotando, como surtidores, la guitarra brillante de Alfredo Lagos -que se atrevió incluso con las Variaciones Goldberg- las lúdicas percusiones de un Antonio Moreno, tan buen cómico como músico, que se trajo hasta una tabla de lavar, y los pies de Leonor Leal. Golpes como de trueno en la evocación del célebre martinete de Antonio, limpios zapateados a lo Mario Maya o suaves percusiones por todo su cuerpo.

Sin cante, sin grandes cosas que contar, con un sencillo traje de chaqueta y pantalón, Leonor Leal ya no es sólo la bailaora precisa y personal, de bonitas manos y pies sonoros, fuerte y sensual al mismo tiempo. Aunque el público de la Bienal agradeció y aplaudió su flamenco y sus -escasos- remates, lo que más sorprende es su madurez, la capacidad alcanzada para bailar en el silencio, para caminar por todo el espacio con libertad, parándose donde quiere para escuchar a sus compañeros, o para competir con ellos, para dejar en el suelo trazos tan imprevisibles como los que de vez en cuando se proyectan en la pared. Sí, Leonor Leal ha emprendido un viaje que sin duda la llevará a puertos nunca vistos antes de llegar a su Itaca.

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