Silencio azul

Síndrome expresivo 92

Doble 'check' de Whatsapp.
Doble 'check' de Whatsapp.

Vivimos en una época donde el desprecio y la falta de ética en el pacto comunicativo se han convertido en moneda de uso común. Ahora los modernos del iPhone y el perfil alicatado por el filtro mágico adoran el silencio digital, la respuesta enmudecida y el si te he leído no me acuerdo. Su vida se compone de decenas de trozos de obligaciones lúdicas que impiden una frase de agradecimiento, de ánimo o, por qué no, un simple cumplido de civismo y urbanidad.

Imagina, docto lector, que un médico ignora la pregunta angustiada del paciente sobre un diagnóstico incierto en el combate diario por la supervivencia. Imagina que tu confidencia íntima y perturbadora sea despreciada por el gesto de apatía de un amigo de infancia. Imagina que tus proyectos profesionales, tus anhelos de justicia, tu defensa de los valores humanísticos, tus miedos y dudas existenciales, tus alegrías y frustraciones, tus demandas de ayuda o agradecimientos sinceros, tus errores, tus victorias, tus incongruencias, tus certezas, solo sean merecedores del silencio azul del visto o doble check azul (tal vez en inglés lo entiendan mejor los hipócritas sin alma).

Porque, no sé a vosotros, pero a mí me parece que las aplicaciones de mensajería instantánea, los servidores de correo electrónico y las redes sociales han potenciado uno de los males sociales del metavérsico siglo XXI: la incomunicación adictiva de los seres humanos. Presumimos de centenares o miles de amigos digitales. Exhibimos nuestras direcciones de correo electrónico y las más variadas formas de contacto. Pero nos pavoneamos cuando damos la callada por respuesta: no tengo tiempo para leer tus peticiones. No me da la vida para ocuparme dos segundos de tus asuntos. Me importa un pimiento tu mensaje. ¡Déjame en paz! ¡Vete al infierno del silencio azul!

Mi amigo Carmelo Sanjuán me escucha (no solo me oye). Tengo la impresión de que también ha sido víctima del maldito silencio azul. Y, como buen estoico, me aconseja que no pierda el tiempo con estas historias de lingüistas y filólogos ociosos sobre la ruptura del pacto comunicativo entre los seres racionales. El mundo cambió y, con esta mudanza, nuestro presente honra el desprecio del silencio. “Es normal, Jorge. La modernidad es un parque de recreo sin tobogán y sin niños, siempre vigilado por la atenta mirada de unos adultos enredados en el último me gusta de su pantalla”.

Yo acuso. Me rebelo. No me resigno a que las nuevas generaciones crezcan y acepten con naturalidad la mezquindad comunicativa. Algunos me acusarán de carca trasnochado, de inmiscuirme en los asuntos ajenos, de impertinente engreído. Seré raro, pero reconozco que me alegran estos calificativos, porque significan que algunos zombis han leído estas líneas y que aún hay esperanza en que los seres humanos dialoguen, pacten o, como en este caso, voceen sus diferencias y censuren las opiniones antagónicas. No me canso de plantear la cuestión: ¿alguien en su sano juicio es capaz de comprender la desenvoltura de los usuarios digitales para pasar olímpicamente de los mensajes de sus semejantes? ¿Por qué un igual se arroga la potestad del silencio? ¿Libres para hablar en cualquier momento y situación, y verdugos para devolver un atronador silencio azul?

¿Se puede superar?

La vigencia del pacto comunicativo no debería ser una utopía en los tiempos que corren. Un gesto tan cotidiano como responder al saludo del recién llegado, contestar de forma pertinente y concisa la duda planteada por el foráneo o el agradecimiento a las palabras del semejante son actitudes vigentes también en el mundo digital. Las nuevas formas de relación deben cimentarse en la fuerza de las relaciones humanas.

Por este motivo, en clase de lengua, estudiamos los conceptos de pragmática en el intercambio comunicativo. En general, los alumnos asimilan con naturalidad que siempre es preferible un “Gracias, amigo” al silencio aniquilador del mensaje no leído; que es recomendable un “Hemos recibido su currículum y estudiaremos su candidatura” al vacío indiferente de la bandeja de entrada; que humanizamos la sociedad con un simple “Te felicito. Muchas gracias por acordarte de mí y compartir este proyecto” frente a la falta de decoro del visto metálico impasible. Porque, en multitud de ocasiones, la vida es cuestión de palabras y estas palabras llenan nuestra vida de valores y emociones.

Consejo final. El origen de las lenguas y el desarrollo del pensamiento humano no pueden explicarse sin el hecho maravilloso de la comunicación oral entre los miembros de una comunidad. Desde siempre, los hombres preguntan sus dudas y responden con su visión de la existencia; opinan con serenidad y debaten con entusiasmo; se felicitan en la victoria y agradecen los favores del prójimo; celebran juntos los nacimientos y se consuelan en la anunciada pérdida. En estas acciones reside la magia del pacto comunicativo. Ni más ni menos. Quizás merezca la pena respirar más allá de la burbuja digital para sentir el rítmico latido del vecino y no caer rendidos ante la crueldad del silencio azul. Vale.

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