Gracias a Dios | Crítica

Cine de denuncia y urgencia

A la habitual regularidad con la que rueda y estrena François Ozon desde su debut allá por 1998 (Sitcom), se suma ahora, apenas un año después del thriller psicológico El amante doble, el hecho de que esta última película, Premio del Jurado en Berlín, llegue a la cartelera cuando los asuntos de los que trata están en pleno proceso abierto, a la espera de un juicio que siente en el banquillo al padre Bernard Preynat, acusado (confeso) de pederastia continuada y protegido por su archidiócesis de Lyon.

Estamos, por tanto, ante una película de denuncia muy pegada a la actualidad mediática, a los hechos factuales y a los personajes y víctimas reales, un filme de urgencia con una clara voluntad de actuar sobre los acontecimientos, de intervenir en el debate público ante este caso y otros similares en la iglesia católica, cine cuya existencia y valor busca exceder los límites de la mera apreciación cinéfila para convertirse en herramienta política.

Y claro, ahí llegan los problemas. Ozon parte de los hechos, de documentos, correos, testimonios, pesquisas, declaraciones y personas reales involucradas en estos casos de pederastia, víctimas del padre Bernard Preynat que, en un calculado ejercicio de síntesis y relevo en su madurez (Melvil Poupaud > Denis Menochet > Swann Arlaud), desde distintos perfiles y contextos (de la familia burguesa creyente al desclasado fracasado), dan voz a las decenas de víctimas restantes en un molde narrativo en tres bloques que incide en las dialécticas fuera-dentro de la iglesia, fe y ateísmo, responsabilidad personal vs. responsabilidad institucional, culpa y perdón, así como, especialmente, en las secuelas morales y físicas de aquellos abusos.

Gracias a Dios se entrega así a una dinámica de reconstrucción que no siempre juega a favor de su interés e intensidad como ficción dramática, lastrada por la exposición minuciosa de unos hechos (desde la primera y dolorosa denuncia a la creación de una asociación) que, en ocasiones, deviene discursiva cuando no estirada y redundante. A pesar de su innegable foco de interés en las víctimas, Ozon ha querido ser aquí más un cronista que un narrador, y el resultado es una película que se desequilibra entre sus evidentes costuras estructurales, su puesta en escena plana cercana al docudrama, unos personajes e interpretaciones algo superficiales y su posicionamiento político de condena de unos hechos y sus responsables y cómplices.

Siempre nos quedará la duda de saber si un documental lo hubiera resuelto mejor y de manera más efectiva. Con todo, Preyrat está a la espera de juicio, la ley francesa ha modificado el tiempo de prescripción de estos delitos de 30 a 20 años, el cardenal Philippe Barbarin ha sido condenado a 6 meses de prisión (con remisión de pena) y ha presentado su renuncia y el Papa Francisco la ha rechazado hace apenas un mes.