Ámsterdam | Crítica

Desperdicio de talentos ajenos

Margot Robbie, en 'Ámsterdam'.

Margot Robbie, en 'Ámsterdam'. / D. S.

David O. Russell convenció a muchos espectadores y críticos allá por 1999 con Tres reyes, de áspera ironía y gran reparto: George Clooney, Mark Wahlberg, Ice Cube y Spike Jonze. Siguió haciéndolo, aunque en menor medida, con la ambiciosa y un punto extravagante Extrañas coincidencias (2004) de aún más apabullante reparto: Dustin Hoffman, Jason Schwartzman, Isabelle Huppert, Jude Law, Lily Tomlin, Mark Wahlberg y Naomi Watts. A quienes sus pretensiones autoriales no convencían, los convenció con The Fighter (2010) que interpretaron -este hombre tiene suerte, habilidad, medios o prestigio sacado de no se sabe dónde para atraer nombres mayores- Mark Wahlberg, Christian Bale y Melissa Leo (que se llevaron los dos Oscar a los mejores secundarios, de los seis a los que la película fue nominada). Pero después vino La gran estafa americana (2013) de igualmente lustroso reparto -Bale, Adams, Cooper, Lawrence- y diez nominaciones de la Academia a que, sin embargo, se le veían las costuras más que a las demás. El presunto autor empezaba a enseñar sus pies de barro. Los mostró del todo, derrumbándose, con Un accidente llamado amor y Joy, ambas de 2015, en las que la ambición autorial y el lujo de estrellas -Robert De Niro, Jennifer Lawrence, Bradley Cooper, Isabella Rossellini- daban un mediocre resultado.

Las dos líneas -su engañosa consideración como un autor original y su derroche de grandes actores- confluyen en esta catástrofe que tiene un cierto aire de apocalipsis galáctico: nunca tantas estrellas se apagaron tanto víctimas de tan egolátrica auto consideración como un genio del cine.Parece que hubiera querido hacer una sangrante y áspera sátira del poder, a la vez que un canto al amor y la amistad, a la vez que un juego neo-noir, ambientándola en dos momentos históricos convulsos con un ojo puesto en el Kubrick de Teléfono rojo, otro en los Coen de Quemar después de leer o Ave César y un tercer ojo -en el caso de que sea un seguidor de Lobsang Rampa- en el Adam MacKay de No mires arriba. A los que se pueden añadir otros dos ojos puestos en las distopías políticas americanas de Esto no puede pasar aquí de Sinclair Lewis y La conjura contra América de Philip Roth.

Porque en parte la cosa trata de una conspiración que a ratos responde a hechos reales: la llamada Business Plot que hizo converger hacia 1932 y 1933 la ira de los veteranos de la guerra del 14, la desesperación de las víctimas del crack y el miedo del empresariado más conservador alimentando un golpe de estado contra Roosevelt. Un más que interesante tema (que yo sepa no tratado por el cine) que Russell desperdicia fundiéndolo con una historia de amistad y amor de escasísimo interés, saltos en el tiempo y tonteo con demasiados géneros, desde el thriller político a la comedia loca, el suspense o el melodrama romántico.

Es su película mayor y más atrevida por los juegos con el tiempo, los gags que pretenden tratar lo más serio con el mayor desenfado, la sátira pretendidamente hiriente que utiliza el pasado para fustigar el presente y el juego simultáneo con varios géneros convocados por la parodia. Cuanto más alto quiso volar, más dura es su caída en lo pretencioso, confuso e incluso -dado su larguísimo metraje- lo aburrido. La creatividad estreñida, la originalidad forzada, el ingenio sin genio y el fuego autorial sin leña de talento que lo alimente son las marcas de este director, evidenciadas con crudeza en esta película. Desperdicio de un interesante tema, un gran diseño de producción y una excelente fotografía del maestro Lubezki, una buena banda sonora de Daniel Pemberton y un reparto que suma a Christian Bale, Margot Robbie, John David Washington, Robert De Niro, Anya Taylor-Joy, Rami Malek, Michael Shannon, Mike Meyers o Chris Rock. Un desperdicio. 

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