EL VIAJE DE NISHA | Crítica

La soga de las raíces

Maria Mozhdah, protagonista de la película, en una escena de la misma.

Maria Mozhdah, protagonista de la película, en una escena de la misma. / D. S.

Nueva candidata a ocupar un lugar de privilegio entre los títulos didácticos para ilustrar los conflictos interculturales en las sociedades occidentales modernas, la cinta noruega El viaje de Nisha aborda los problemas de integración de una familia paquistaní y, más concretamente, los de la hija adolescente que le da nombre, una chica (inspirada en la propia directora) que quiere llevar una vida normal pero que se ve literalmente sometida a las costumbres censoras y patriarcales de los suyos.

El drama de Iram Haq (I am yours) subraya este conflicto más de la cuenta desde su escritura, que insiste en forzar situaciones de confrontación, represión e injusticia que asfixian cada vez más a su protagonista y que la llevan literalmente de vuelta a Paquistán contra su voluntad en un (vano) intento familiar de reeducarla en la cultura de sus orígenes.

La película pone exclusivamente el foco en la familia paquistaní, lo que le hace un flaco favor a la verosimilitud del conjunto, cercenando desde el guión todo posible margen de maniobra para que Nisha pueda escapar del entorno o al menos establecer un diálogo con el exterior o con los suyos, esclerotizados en el estereotipo de la intolerancia, la rigidez y la negación de toda posibilidad de integración.

El largo pasaje paquistaní tampoco ayuda mucho a que la película respire dentro de su férrea tesis, enquistado en nuevas situaciones de conflicto extremo (véase la secuencia con la Policía) sobre la imposibilidad del deseo o la emancipación femenina.

Con todo, es en la relación padre-hija donde se atisban los momentos de mayor complejidad emocional de la película, una relación donde priman más los silencios y las miradas que la palabra y los gestos represores que machacan más de la cuenta el conjunto del relato.

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