Crítica 'Locke'

'La voz humana' al volante

Locke. Drama, Reino Unido y EEUU, 2013, 84 min. Dirección: Steven Knight. Intérpretes: Tom Hardy, Ruth Wilson, Tom Holland, Andrew Scott, Olivia Colman. Producción: Guy Heeley y Paul Webster. Música: Dickon Hinchliffe. Fotografía: Haris Zambarloukos. Montaje: Justine Wright. Cines: Metromar.

Como guionista de televisión Stephen Knight se labró una sólida reputación entre 1989 y 2002. Como guionista cinematográfico revalidó su talento escribiendo Negocios ocultos para Stephen Frears, Amazing Grace para Michael Apted y Promesas del Este para David Cronemberg. Sin embargo, al debutar como director en 2013 con Redención metió la pata. Ahora se redime demostrando que sabe dirigir las películas tan bien como escribirlas. Y además lo hace planteándose uno de esos desafíos que tanto gustaban a Hitchcock -toda la acción se desarrolla en tiempo real dentro de un coche cuyo conductor intenta solucionar hablando por el manos libres los muchos problemas que le cercan- y logrando resolverlo sin aburrir al espectador. Todo un éxito.

Esta especie de La voz humana de Cocteau, ahora interpretada por un hombre al volante, es un largo monólogo (porque ver a alguien hablando por teléfono o dialogando con su difunto padre no deja de ser un monólogo) que nunca aburre por la espléndida planificación, el soberbio guión y la contenida/explosiva interpretación de Tom Hardy. El jefe, los compañeros de trabajo, la esposa, los hijos y la amante son sólo voces que interactúan con el rostro/voz de Hardy. Fantasmas con los que quiere y debe reconciliarse o de los que quiere y debe distanciarse, a los que debe hacer justicia en el más pleno sentido de la palabra: que paguen lo que le deben o que reciban lo que él les debe. Huir para no dar la espalda. Ir en dirección contraria para ir en la correcta. Desertar por lealtad sin que se resienta la estructura del rascacielos en cuya construcción está trabajando -el encargo más importante de su vida-, ni la de la familia que ha construido -las personas más importantes de su vida-. Irse por responsabilidad y sin dejar de asumir responsabilidades. ¿Cómo actuar ejemplarmente cuando se ha dejado de ser ejemplar? ¿Cómo distinguir el valor de la cobardía, se priorizan las responsabilidades, se es leal tras la deslealtad? La vida es complicada. Y este hombre, en el trayecto nocturno que le lleva de Birmingham a Londres, decide afrontar su complejidad con la mayor honradez posible. No teman al verbalismo, aunque no se pare de hablar. Una cámara y el montaje pueden producir más cine en el interior de un coche que esa basurilla de Besson -estreno coincidente esta semana- rodada en medio mundo.

No crean que se trata -insisto- de un aburrido o pedante tour de force que prescinde del espectador para inflar aún más el ego del director. Está llena de emociones, hasta el punto de las lágrimas que con tanta sobria verdad caen por el rostro del protagonista; incluso de tensión y de un suspense puramente humano. Es cine/cine en las muy buenas interpretaciones (utilizo el plural porque las voces telefónicas también son interpretaciones), en la selección y edición de los planos, en la explotación del interior del coche como espacio dramático (incluido el retrovisor: gran hallazgo), en la capacidad de evocación de lo ausente (las llamadas a su casa, con las voces de los hijos y los sonidos de la vida cotidiana), en la dirección fotográfica que agota todas las posibilidades de los reflejos de la luz sobre la carrocería y los cristales durante un viaje nocturno, en el uso de la música y del sonido, y en la historia de derrota humana, e intento de superarla, que a través de todo ello Knight nos narra.

Curiosamente es esta película la que debería llamarse Redención, y no la fallida primera obra dirigida por Knight. Porque para poner las cosas más difíciles (o más fáciles: según a lo que se vaya al cine) en el reducido espacio del coche, y durante los breves 84 minutos que dura la película, el protagonista hace algo que tampoco -como basar una película "sólo" en un buen guión, una buena interpretación y una buena dirección- está de moda: asumir sus errores e intentar rectificarlos, buscar su felicidad sin procurar la desdicha a nadie, dar un sentido a una vida que lo había perdido. Distinguiendo entre lo correcto y lo incorrecto, el bien y el mal. ¡Lo humano, incluyendo la ética, cabe aún en el cine! Será por la patología felliniana que desde hace tantos años me afecta, pero a ratos me pareció Otto e mezzo -el productor, la mujer, la amante, la película que Marcello no quiere hacer, el atasco de tráfico como símbolo de su angustiar- fundida con La voz humana que su maestro Rossellini incluyó en L'amore, película de episodios en la que Fellini colaboró estrechamente como guionista y actor.

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