Cofradias

Una gozosa elegía

  • El poeta Lutgardo García Díaz ofreció un bello y sobrio Pregón de Semana Santa, con una gran calidad literaria y continuas alusiones al tiempo y la memoria.

Pasan 10 minutos de las dos de la tarde. El pregonero se dispone a poner el broche de oro a su sobria, medida y bella faena. El alma ya se ha revestido de vísperas. Le canta a su ciudad, después de tirar de la memoria y del paso del tiempo. Llega la sorpresa que minutos antes de que comenzara el acto confesó Francisco Javier Gutiérrez Juan al periodista. El director levanta la batuta y la banda ataca la marcha. Suena Farfán. La palabra se funde con las notas del trío de La Estrella Sublime: "¿Conocéis el lugar donde, encima del río,/ la bisagra del puente une mis dos orillas?/ Ese lugar es nuestro, es un sueño de luz/ que hoy enciende mis labios... y se llama Sevilla". 

El Pregón de Lutgardo García Díaz, El tiempo vivido, fue una gozosa elegía, como él mismo apuntó en la soleá del comienzo. Fue el de un gran poeta, literariamente excepcional. De una calidad difícilmente igualable. El de una persona que ha recibido en herencia el amor por la Semana Santa y se lo transmite a sus hijos. El del recuerdo constante al padre, el del reencuentro en la calle San Fernando. No hubo rimas al uso, ni lamiosos ripios gratuitos, que son tan del gusto de los cofrades. Tal vez por eso, el Pregón no haya sido apto para todos los públicos. No suena en este caso peyorativo eso de que es un Pregón para leerlo. Para leerlo y disfrutar con él después de haberlo vivido ayer en el teatro de la Maestranza. Fue un Pregón de mucha altura, en el que Lutgardo García fue desgranando sus vivencias personas, el paso del tiempo visto por los ojos del que sale a ver las cofradías en Semana Santa. La vuelta siempre a la infancia. A la niñez. Fue un Pregón magníficamente dicho. Por primera vez no hubo micrófonos en el atril. El pregonero, bien aconsejado, llevó uno de diadema. Hubo continuas referencias a los grandes poetas: Cernuda, Bécquer, Machado, Sierra, Montesinos... Hubo referencias veladas y cruzadas a las hermandades y pasajes muy hermosos dedicados, por ejemplo, al Cachorro, al Gran Poder, a la Macarena, al Cristo de la Caridad de Santa Marta o a su Cristo de la Buena Muerte, para terminar en alto. 

El Pregón fue poético de principio a fin, aunque buena parte del texto no fuera rimado. El ritmo, la música, la pusieron la medida y una cuidadísima ecentuación. Se destapó el pregonero con algunas imágenes bellísimas y sumamente evocadoras, como la dedicada al Cristo de la Salud de San Bernardo. "Y Dios despacio, colgado de las nubes/ como un equilibrista al son de los tambores...". Otra al Señor Cautivo de Santa Genoveva: "Sus manos amarradas son dos palomas muertas". A la Esperanza de Triana: "Como un delfín de oro, salta el sol sobre el puente". Al Cachorro: "Trágico bailarín de su silencio,/ banderillero triste de la nada/ citando ante las gradas de la muerte, /sin éxito, sin luces y sin palmas". A la Esperanza Macarena: "Sonrisa de Gioconda en su mejilla". Al Cristo de la Buena Muerte: "Pescador de promesas y de sueños". 

El Pregón fue un canto a lo vivido. A la vida que pasa, mientras pasa la Semana Santa. El tiempo quedó detenido en una fotografía del pregonero con su padre un Martes Santo cuando tenía 4 años: "Es una despedida que yo no comprendo. Por eso lloro. Yo quiero seguirlos. Entonces, aquel hombre me levanta del suelo acercándome a su cara. Ahí surge la instantánea". El tiempo es recurrente una y otra vez: "Siempre es el mismo abril el que regresa". También lo son las alusiones y el recuerdo a su padre, muy presente en todo momento, especialmente cuando sale a ver las cofradías, al que dedicó una preciosa versión del poemas de las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer que remató así: "[...]pero como esas manos me elevaron/ para que viera un día Dios pasar, /como esas manos, padre, me quisieron,/ ¡así no me querrán!". 

El pregonero realizó un repaso de la Semana Santa adobado con sus vivencias personales. Muy lucida fue la décima que dedicó al Cristo del Amor. Se detuvo en cada uno de los días, aunque no nombró a todas las cofradías. Hubo más alusiones indirectas. Las hermandades puestas al servicio del texto. Al Martes Santo, "hay una Semana Santa no vivida por cada cofrade", dedicó un poema: "Yo no he visto marcharse, rosa de terciopelo,/ la hermosa celosía de su sombra en los muros,/ caricia en los varales, a quien es Dulce Nombre.../ y enternece la noche como un hondo conjuro". 

Las referencias a la familia aparecían en todo momento. A su abuelo; a su mujer, Paula, a la que dedicó un poema de amor; a sus hermanos, a los presentes y a los ausentes: "Por eso, cuando vimos juntos a la Esperanza Macarena y al Cristo de la Buena Muerte, me supiste emocionado. En la oración por los difuntos de ambas hermandades, cerré los ojos y pude ver los rostros sonrientes de los míos, todos rescatados en mi memoria, resucitados ya en mi corazón. Y una casa con patio y puerta de cristales ardía en mis labios. Una casa que hoy, otra vez a vueltas entre lo vivido y lo soñado, quiero recordar…". El pregonero fue de menos a más. Tras el maravilloso pasaje dedicado a la Esperanza de Triana, con una evocación a Manuel Mairena y a sus saetas, llegó el punto de inflexión cuando se detuvo en El Cachorro por el puente, dedicado a Aquilino Duque. Hubo otros muchos textos dedicados, como a Manuel Lozano, José María Rubio, García Barbeito o Antonio Burgos. 

El final del Pregón fue para tirar de la memoria del corazón. Primero, el Señor del Gran Poder, con unos endecasílabos de calidad excepcional: "Sabemos que Él vendrá, que es primavera, lo dice el corazón, en su recuerdo que, contando las hojas de almanaque, emerge madrugadas que se fueron". Y la Semana Santa que se enseña, en las evocadoras Nanas del esperando, dedicadas a su primer hijo cuando todavía era un nombre y un sueño: "Sé que llegará ese día, y tú vendrás de mi mano, con papeleta de sitio, con la medalla oscilando, renaciendo la niñez que me olvidé en el pasado". 

El final comenzó con un pasaje al Cristo de la Buena Muerte en el que volvió a salir el recuerdo a su padre: "Yo de una mano vine, no recuerdo/ la fecha ni la hora, me llevaban.../ Del tacto de su mano sí me acuerdo". Antes de cantarle a la ciudad, el pregonero se detuvo, siguiendo el hilo del tiempo, en las vísperas: "[...] Y, en los barrios, respira/ la ciudad que renueva su estética de siglos/ lejos de los conventos, de las campanas hondas,/ de los patios en pena que reciben la lluvia/ sobre las aspidistras, de retablos dorados/ con la Historia Sagrada… lejos, pero muy cerca". 

Son ya las dos y diez. El directo de la Municipal alza la batuta. Suena el trío de La Estrella Sublime. El pregonero lanza la pregunta: "¿Conocéis el lugar?". El Pregón termina con un atronador aplauso. Fue el Pregón de un poeta. De un hijo. La gozosa elegía de Lutgardo García. La del tiempo y la memoria.

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