Síndrome expresivo 64

Mi reino por un tópico

Mi reino por un tópico

Mi reino por un tópico

A estas alturas de la película, muchos estudios internacionales independientes anuncian a bombo y platillo que los resultados de nuestros jóvenes en las pruebas de comprensión lectora son, al menos, inquietantes. No seré yo quien abra la caja de Pandora, pero creo que ha llegado la hora de dejar los paños calientes y coger el toro por los cuernos. A bote pronto, podríamos esgrimir un amplio abanico de posibilidades como causas de tal desastre: dictadura del ocio audiovisual, el escaso hábito lector en los adultos o una escuela aún obsesionada con la memoria como único recurso pedagógico.

En estas circunstancias, la enseñanza de las habilidades comunicativas no es un camino de rosas, se mire desde donde se mire. En otras palabras, son muchos los palos en las ruedas con los que se encuentran los profesores y maestros en su día a día. Es curioso comprobar cómo tras la tormenta llega la calma y esta calma tensa se transforma en una histeria colectiva cada vez que sale a la luz pública la puntuación en las pruebas PISA. Llueve sobre mojado en esta cuestión de Estado, ya que los alumnos españoles obtuvieron una media de 474 puntos en el año 2022. No está tan mal, si lo comparamos con los 476 de la OCDE y los 475 de los quinceañeros en la Unión Europea. Seguimos en una paradisiaca mediocridad.

Las palabras se quedan cortas ante la elocuencia de los datos: trienio tras trienio se confirma que los conocimientos de nuestros alumnos están cogidos por alfileres y que solo vemos la punta del iceberg. Sin ningún género de dudas, estoy convencido de que ha llegado la hora de la verdad y que debemos denunciar esta situación dantesca en román paladino. Ahora, la pelota está en el tejado de los políticos que deben hacer un ejercicio de autocrítica y dejar de arrimar el ascua a su sardina. Uno por otro la casa está siempre sin barrer. Así, cada vez que se expresa la voluntad popular en unos comicios libres y democráticos, las leyes educativas vigentes se desmoronan como un castillo de naipes.

Aunque parezca que lo mismo da lo mismo, no es plato de buen gusto ver cómo las diferencias de puntuación entre territorios de este país (España) son acusadas. Por ejemplo, Castilla y León se sitúa a la cabeza de la clasificación (¿ranking quedaría mejor?) con 498 puntos, mientras que Andalucía solo alcanza los 461 o los 462 de Cataluña. Algunos aducen que la primera comunidad es la excepción que confirma la regla y que no todo es oro lo que reluce. Sin embargo, otros analistas afirman que menos da una piedra y ruegan a la virgencita que nos quedemos como estamos. No sé si vendrán días mejores, pero lo único cierto es que treinta puntos de diferencia equivalen a un curso escolar de desfase. Sí, un curso escolar de desfase.

Pido perdón a mis queridos lectores por echarles un jarro de agua fría (a la temperatura del frigorífico es suficiente) con esta humilde reflexión. Como ven, esto no es Jauja ni un brindis al sol. La radiografía del momento muestra un futuro incierto para nuestros jóvenes. A veces, hacemos de tripas corazón y buscamos nuevos horizontes metodológicos para no bajar los brazos en nuestra labor educativa. Esperemos no morir en el intento y no caer en un círculo vicioso, como la pescadilla que se muerde la cola. A pesar de las condiciones adversas, todos los miembros de la comunidad educativa debemos ser conscientes de que estamos en el mismo barco y que, a ciencia cierta, el crecimiento exponencial de la lectura entre las nuevas generaciones favorecerá la construcción de una sociedad más próspera y tolerante.

¿Se puede superar?

Un lector despistado puede valorar las líneas anteriores como un magistral ejercicio estilístico solo al alcance de los sabios moradores del monte Parnaso. Lamentablemente, debo fidelidad a unos principios expresivos, que me impiden ocultar la verdad. Así, esta forma de redacción es propia de aquellos estafadores lingüísticos (vendehúmos profesionales o meros imitadores), que envuelven su vacío mental en una serie de tópicos y clichés repetidos una y otra vez en discursos y artículos. Lo de siempre: la nada presentada con fuegos de artificios semánticos y simples juegos metafóricos.

¡Que no cunda el pánico, sabio lector! La verborrea salpicada de lugares comunes y frases estereotipadas puede ser útil en determinados contextos comunicativos, como un mitin político o una sesión de coaching, pero no debemos subestimar la capacidad crítica del público. Aunque creas lo contrario, la mentira tiene las patas muy cortas (¡me estoy contagiando, Dios mío!).

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