De libros

‘Newsgirl’ y mucho más

  • Bernardo Díaz Nosty nos ofrece una obra enciclopédica en la que aborda la ingente y desconocida labor realizada por las periodistas extranjeras en la Guerra Civil

Gera Taro.

Gera Taro. / DS

La obra ciclópea de Bernardo Díaz Nosty no sólo recoge como glosario alfabético las 183 periodistas extranjeras que llegaron a España para cubrir el fragor de la Guerra Civil. Lo que aquí se recoge también es el perfil común del oficio ejercido por el periodismo femenino. Esto es, el olfato alternativo del que se valieron estas reporteras, más atentas al cruento pormenor que la barbarie causaba en la retaguardia. Quiere decirse en los hogares, en las ciudades bombardeadas, en hospitales y morgues, en las frívolas trastiendas de los hoteles del Madrid republicano. Notas, pues, distintas a las que ocupaban a sus homólogos los hombres, centrados en crónicas acerca de los frentes de guerra o en hacer interviús a prebostes políticos y militares.

En la era de género que nos toca, sorprendía la poca atención que la figura de la mujer periodista ha merecido en el trágico paisaje y paisanaje de la guerra civil española (sólo han aparecido de forma deficiente en libros de Hugh Thomas, Valentine Cunningham o de David Deacon, entre otros).La Guerra Civil fue el conflicto más mediático de los que hasta entonces se habían producido. Un exotismo, sin parangón, lo protagonizó el “comportamiento viril” de las milicianas, a quienes se les prestará hiperbólica atención para enfado ocasional de las mismas. Destacó por sí solo el grupo más compacto de periodistas francesas: entre otras Clara Candiani (La République), Andrée Viollis (Le Petit Parisien y Ce Soir), Simone Téry (L’Humanite, Regards y Messidor), Marguerite Jouve (La Fleche) o la veterana Renée Lafont (Le Populaire), fusilada de inicio por los sublevados en Córdoba en 1936.

Estadounidenses fueron, entre otras, Martha Gellhorn (Harper’s, The Nation), Virginia Cowles (Grupo Hearst), Elizabeth Deeble (The Washington Post), Anita Brenner (The New York Times) y Frances Davis (Chicago Daily News). De entre las británicas sobresalen Jean Ross y Hilde Marchant (Daily Express), Nancy Cunard (The Manchester Guardian), Jose Shercliff (Daily Herald) y Rose Smith (Daily Workers). La profranquista irlandesa Gertrude Gaffney escribirá para el Irish Independent, la cubana Mercedes Valero publicará en Diario de la Marina y las corresponsales nórdicas lo harán para sus respectivas cabeceras: Gerda Grepp (Arbeiderbladet), Lise Lindbaek (Dagbladet), Barbro Alving (Dagens Nyheter) y Anna Elgström (Social-Demokrat). De entre las periodistas alemanas resalta la gran fotorreportera Ferta Pohorylle (Gerda Taro, muerta mientras cubría un ataque aéreo en Brunete), mientras que la comprometida María Osten será víctima después del terror estalinista en Moscú.

Muchas de estas periodistas –imposible dar cuenta de todas ellas en tan ceñido espacio– eran publicitadas a veces con el reclamo de que lo escrito era obra de una newsgirl (fue el caso de Hilde Marchant, reportera estrella del Daily Express). A la par que la narrativa masculina sobre la contienda, muchas crónicas de reporteras eran tomadas despreciativamente como “notas blandas”.Hubo periodistas muy fiables que conocieron la guerra en ambos bandos. La católica Clara Candiani preguntó a Enrique Líster por las ejecuciones y reportó detalles sobre los paseos de Madrid y la quema de conventos. Pero al tiempo criticó las exageraciones del bando franquista acerca de los criminales republicanos. Las estadounidenses Virginia Cowles y Olga Kaltenborn y la sueca Anna Elgström también ofrecieron valiosos contrastes de ambos bandos.

Turbadoras resultan algunas piezas sobre horrores y atrocidades, como las de Barbro Alving y Maria Osten acerca de las secuelas que los aviones franquistas causaban sobre niños destrozados. La francesa Madelaine Jacob visitó el Hospital Clínico de Barcelona tras el bombardeo de los aviones de Mussolini (doscientos cadáveres en el suelo enfriados por una manguera). Por su parte, Catherine de Hueck (The New York Times) da cuenta de una novicia del convento de las Carmelitas en Brunete “violada por quince soldados” y de las barbaridades cometidas en su cementerio aledaño. A Shiela Grant Duff (enviada por el Chicago Daily News para conocer el paradero de Arthur Koestler), la invitó un joven falangista, en la Málaga ya ocupada por los sublevados, a pasar un rato agradable: “¿Quieres venir a las ejecuciones?” Contestó al modo Bartleby y prefirió no hacerlo.

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