Nuestro cuerpo | Crítica

El animal con glúteos

  • Destino publica 'Nuestro cuerpo', última obra del paleontólogo español Juan Luis Arsuaga, donde se explican con humor la composición y el funcionamiento del cuerpo humano, así como su azarosa evolución prehistórica

El paleontólogo español Juan Luis Arsuaga ante el Diadúmeno de Policleto, en el Prado

El paleontólogo español Juan Luis Arsuaga ante el Diadúmeno de Policleto, en el Prado

Este es un libro sobre el cuerpo humano en varios aspectos o sentidos, no necesariamente coincidentes. Es un libro sobre el funcionamiento del cuerpo -su musculatura, sus huesos, su cerebro-, que rinde homenaje al ideal mecánico de René Descartes; es también un libro sobre la evolución corporal, desde nuestros lejanísimos ancestros hasta nuestro yo sedentario de ahora mismo; y es, en no menor medida, un recordatorio histórico de dos cuestiones asociadas: la evolución de la Anatomía y el subsiguiente acopio de conocimientos médicos, y el ideal físico que cada cultura expresa, y que dice tanto del cuerpo humano como de la imaginación que lo moldea. Esa es la razón última de que Nuestro cuerpo sea escrito con la mirada puesta en el Museo del Prado. Ya sea en la rotonda de las Musas, que pertenecieron a Cristina de Suecia, y antes al emperador Adriano, y que reciben al visitante como un coro benévolo y solemne; ya en la escultura del Diadúmeno, copia del original de Policleto, que Arsuaga utiliza como horma apolínea de cuanto se trata en las presentes páginas.

Arsuaga muestra al lector el significado de los elementos del cuerpo. Vale decir, su funcionalidad inmediata

Unas páginas, por cierto, que atesoran una enorme cantidad de conocimientos precisos, pero que vienen expuestos con ligereza y un acusado humorismo. La función que se propone el paleontólogo Juan Luis Arsuaga es, pues, de triple naturaleza: explicar el cuerpo, distinguirlo de su ideal (por ejemplo, del ideal helenístico aquí presente), y consignar los pasos por los que se han llegado a establecer los saberes actuales. Todo lo cual se extiende sobre un objetivo previo, como es la de mostrar al lector la evolución y el significado de los elementos del cuerpo. Vale decir, su funcionalidad inmediata. Aristóteles señalaba, con suma perspicacia, que el ser humano era el único animal con glúteos (y con mentón). De modo que una de las tareas a las que se aplicará Arsuaga en Nuestro cuerpo será esta de explicar en qué forma nos distingue tal músculo, tanto de nuestros antecesores como de especies afines cuyo trasero, sin embargo, se halla mondo y falto relieve. La respuesta no es menos sorprendente: el ser humano tiene glúteos para poder correr y lanzar objetos, para descansar en cuclillas, para mantener la verticalidad del tórax y, cómo no, para aumentar nuestro atractivo sexual (recuérdese lo que decía Desmond Morris sobre las plurales redondeces del cuerpo humano).

Nuestro cuerpo es, pues, un minucioso recorrido, de carácter mecanicista, por cada uno de los huesos y músculos que nos conforman, con el añadido final del encéfalo, donde Arsuaga se detendrá a explicar el lento repliegue de las volutas cerebrales para compactar el volumen del cráneo. Dicho recorrido, por otra parte, será también de naturaleza histórica, en tanto que el autor contrapone tiempos y especies para evidenciar el hecho evolutivo. ¿En qué sentido? En el de una frase que Arsuaga repite a lo largo del texto: “La evolución no busca, encuentra”. Es decir, la evolución está carente de finalidad, pero habilita posibilidades o faculta disposiciones que antes no existían. Esto mismo lo ejemplificará Arsuaga contraponiendo las opiniones de Anaxágoras y Aristóteles sobre la inteligencia y su vínculo con las manos. Para Anaxágoras, el hombre era inteligente por tener manos. Para Aristóteles, la secuencia era la contraria. Según la frase referida, no obstante, la verdad evolutiva está más cerca de Anaxágoras. El hombre se dotó de herramientas gracias a la peculiaridad de sus manos. Y fue capaz de correr y perseguir piezas de caza gracias a sus glúteos y a un complejo sistema de refrigeración -el sudor- mejor que el de sus víctimas. También gracias a un bajo consumo de energía (he ahí por qué no adelgazamos con el deporte), que permite esfuerzos continuados a bajo costo.

Por supuesto, la parte que atañe al cerebro, a su evolución, a la capacidad de concebir, subjetivamente, una idea del mundo, es quizá la más deslumbrante y misteriosa. Arsuaga recuerda, sin embargo, otro hecho evolutivo, no menos extraordinario: el gesto melancólico de los perros, su tierna mirada de indefensión, es un gesto cultural destinado a comunicarse y reblandecer a su viejo compañero humano.

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