Piratas de la América | Crítica

La flor de la piratería

  • Renacimiento edita la obra que dio origen a la imagen de la piratería en el Viejo Mundo, 'Piratas de la América', escrita por el médico francés y pirata él mismo, Alexandre O. Exquemelin, y que vio la luz en Amberes en 1678

El gran Burt Lancaster dando vida a un pirata en 'El temible burlón' (1952)

El gran Burt Lancaster dando vida a un pirata en 'El temible burlón' (1952)

La abundante literatura sobre la piratería, y la romántica idealización del pirata, que transfiguraba a un matachín colérico en un soñador apicarado y errante, tienen su origen en la presente obra de Exquemelin, publicada en Ámsterdam en 1678, y vertida al español tres años más tarde, donde se recogen las experiencias de este médico hugonote, avaricioso de aventuras, que se embarcó hacia ultramar y compartió su vida, durante algunos años, con la violenta ralea pirática de Tortuga y Jamaica. Recordemos que el Roderick Random de Smollet (como el propio Smollett), navegó como cirujano en la flota inglesa que en el XVIII sitió infructuosamente Cartagena de Indias. Lo cual da idea, tanto de la importancia de la cirugía de a bordo, cuanto de la categoría menor del oficio, dentro de la profesión de médico. Tiene razón, en todo caso, el profesor Sánchez Jiménez cuando señala, en su espléndida “Introducción” a los Piratas de la América, que la naturaleza distintiva de esta obra reside, no solo en su virtud testimonial, sino en la amplitud de sus miras, que excede la peripecia sangrienta y se aproxima a una obra de erudición pluridisciplinar (botánica, geografía, etcétera), a la manera del capitán Fernández de Oviedo y La Historia general de las Indias.

Exquemelin muestra el modo en que la piratería se organizó en el Caribe

Hay también, en la pronta traducción de Piratas de la América, dada en Amberes, una imagen melancólica del destierro, fruto de los sefardíes españoles, quienes advertían así, a su lejano país, de las asechanzas de la piratería en la monarquía hispánica. El lector curioso de tales asuntos ya conocerá, sin duda, el estupendo Quién es quién de la piratería de Philip Gosse, o Los bucaneros de las Indias Occidentales en el siglo XVII de Haring, ambos publicados en Renacimiento, y ambos deudores de esta obra seminal de Exquemelin, donde a una descripción taxonómica del Caribe frecuentado por los piratas, le sigue la nutrida semblanza de algunos de ellos (Bartolomé Portugués y Roc Brasiliano, pero principalmente, la sangrienta peripecia de Francisco l'Onnais y Henry Morgan), con el añadido final del saqueo y destrucción de Panamá por parte de “el cruel Morgan”, a quien Exquemelin llama, misteriosamente, Juan Morgan.

En tal sentido, es de suma importancia el pormenor humano que Exquemelin suministra al lector, ofreciendo no solo un escalofrirante muestrario de crímenes y escaramuzas, sino el modo mismo en que la piratería se articuló, perdurablemente, en aguas del Caribe, con un alcance continental. Por otro lado, Sánchez Jiménez destaca, como parte del éxito de la obra de Exquemelin, la inclusión de grabados, aquí recuperados, a través de lo cuales se difundieron, con doblada eficacia, los hechos que narra Exquemelin, así como la efigie de sus protagonistas. Desde el XVI -recordemos a Cranach y Holbein-, el grabado fue una formidable arma publicitaria, de vasta e inmediata repercusiónco entre un público iletrado. Todavía en el XVIII, los grabados de William Blake que acompañaron la obra de Stedman, Narrative of a five years expedition against the revolted negroes of Surinam, y donde se exhiben las torturas y ejecuciones de esclavos en aquella colonia americana, entre los años 1772-1777, producirían una honda repercusión, fundamentada en su carácter documental. Este mismo carácter (uno de los grabados lleva por título “Crueldad de l'Olonois”) es el que permitirá al lector del siglo XVII, un lector aún conmovido por los hallazgos recientes del microscopio y el telescopio, contemplar a enorme distancia la maravilla y el horror de un mundo nuevo, testimoniado y glosado por Exquemelin.

Mucho más tarde, cuando la piratería no sirva a ninguna de las potencias en liza, habrá llegado su hora, como Gosse recuerda con excelente humor. En este XVII caribeño, es “un imperio de ingenieros”, en definición de los historiadores Fernández Armesto y Lucena Giraldo, el que se ve asediado de este modo marginal, la piratería y el corso, por las potencias menores europeas: Francia, Holanda e Inglaterra. En el caso de Morgan, como se muestra en la última parte, estamos ante un hombre de talento militar, y no solo ante un ladrón ávido y cruento. El propio Morgan pleitearía contra estas acusaciones de crueldad, siendo así que un tribunal de su país le dio la razón, parece que razonadamente, según Gosse.

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