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Recuerdos de un jardinero inglés | Crítica

Una forma del Edén

  • Periférica rescata esta obra de Arkell, publicada en 1950, donde la historia de un viejo jardín solariego resume tanto la agitada Inglaterra del XX como la vieja pasión dieciochesca por sus jardines

El guionista y escritor británico Reginald Arkell (1872-1956)

El guionista y escritor británico Reginald Arkell (1872-1956)

Esta novela tierna y precisa de Reginal Arkell no debe verse como una simple novela inglesa sobre jardines (el título original, Old Herbaceus, hace referencia al jardinero, y no al jardín), sino como el extremo de una pasión, consustancial al hombre, pero cuyo carácter romántico alcanzó en Gran Bretaña una colorida y vibrante intimidad. Sería oportuno, pues, recordar la afición jardinera de Felipe II, recogida por Agustín González de Amezúa, así como las divagaciones del canciller Bacon y el orden versallesco de Le Nôtre. Sería necesario, por lo mismo, recordar aquello que Adisson, Walpole y Chambers escribieron tocante a la jardinería, y que prefigura cuanto se recoge en esta novela. Podríamos citar, en fin, la vasta obra de Baridon, dedicada a los jardines, donde se consigna esta vieja voluntad humana de domesticar la hermosura y convertirla en origen mismo de la Historia, desde el Edén veterotestamentario al Jardín de las Hespérides.

Arkell expresa la voluntad de modificar la realidad circundante para convertirla en una realidad visible, disfrutable, pintoresca

Porque lo que se resume en esta novela, al modo humorístico y reposado de la novela inglesa de campiña (una casa solariega, algún personaje extravagante y el clima como protagonista mayúsculo y elocuente de las pasiones humanas), es una voluntad expresa de modificar la realidad circundante para convertirla en una realidad visible, disfrutable, pintoresca, en la que el hombre se inmerge plácidamente. Lo cual, como sabemos, sólo ocurre así desde el XVIII de Adisson y Burke; y en mayor modo, desde que Locke hace de la observación, de la mirada, la fuente primaria de conocimiento. El resultado de estas áridas disquisiciones serán, sin embargo, Constable y Reynolds, más la idealización de un agro -éste que aquí se vivifica, como en Collins, Christie y Woodhouse-, expresado de una manera grata, y siempre con un gesto de melancolía, disuelto en los vapores del crepúsculo.

En buena medida, eso es esta novela de Arkell: un invernadero donde se conserva, a pesar de las guerras, de la degradación y la tristeza humanas, cierta idea de lo inglés, vinculada a la paz de sus jardines.

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