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El oráculo está solo

  • Impedimenta continúa la publicación de la 'Biblioteca del Siglo XXI' de Stanislaw Lem con 'Golem XIV', en la que una supercomputadora revela a la especie humana lo que puede esperar de sí misma y del universo.

Golem XIV. Stanislaw Lem. Traducción: Joanna Orzechowska. Editorial Impedimenta. Madrid, 2012. 192 páginas. 18,40 euros.

Uno de los argumentos más recurrentes para el desprestigio de la ciencia-ficción es el que acusa a sus autores más renombrados de haber insistido en el robot como elemento esencial de sus obsesiones ya desde que Karel Çapek inventara el término allá por los años 20, cuando el desarrollo de la civilización humana ha dejado a los autómatas un lugar residual (en algunos casos notable y honorífico, como el que ocupan los que ejecutan labores quirúrgicas en los quirófanos) mientras que el auténtico protagonista de la misma en lo que a tecnología se refiere ha sido el ordenador. Es cierto que en la mayor parte de los hogares occidentales lo más parecido a una relación estable con un robot se reduce al uso de la termomix, pero también que evaluar a la literatura de ciencia-ficción en plan Logse, con un cuadrante de errores y aciertos, constituye poco menos que una aberración. De Isaac Asimov a Brian Aldiss pasando por Philip K. Dick, lo que los grandes autores de novelas sobre autómatas han dejado a la posteridad es, sobre todo, una imagen del hombre. Y es cierto que Stanislaw Lem (Lwów, 1921 - Cracovia, 2006) hizo lo propio en 1965 con la publicación de Ciberíada; pero ahora el lector español puede, al fin, poner las cosas en su sitio con la publicación de Golem XIV, posiblemente el relato sobre ordenadores más divertido y a la vez desolador que se haya escrito jamás. Impedimenta lo sirve en una impecable traducción de Joanna Orzechowska dentro de uno de sus proyectos emblemáticos: la publicación íntegra de la Biblioteca del Siglo XXI de Lem, en la que Golem XIV ocupa la tercera entrega tras Vacío perfecto y Magnitud imaginaria. La espera del cuarto y último volumen, Provocación, no ha hecho más que empezar decorada con un notorio saliveo canino.

El carácter de Golem XIV, publicado originalmente en 1981, es más unitario y por tanto mucho menos misceláneo respecto a Vacío perfecto y Magnitud imaginaria. Lem hace referencia ya en el mismo título y sin tapujos a la influencia de El Golem de Meyrink, y mucho del misterio de aquella novela está presente en este juguete perturbador, dotado de una risa fría sin asomo de complacencia. En lugar del rabino Low, son varias generaciones de científicos los que desde los años 50 del siglo XX (con mención expresa a IBM) trabajan en otras tantas generaciones de superordenadores que culminan más de cien años después en la gestación de dos ejemplares definitivos: el Honesta Anita, que guarda silencio hasta la macabra revelación final, y el Golem XIV, que decide dirigirse a la humanidad en términos, en principio, comprensibles. La computadora posee una memoria descomunal (Lem tampoco acertó al obviar el asunto de la portabilidad; no importa: el resto de predicciones ponen los pelos de punta) y lo sabe todo. Todo. Todo sobre el universo, Dios, los hombres y sobre sí misma. Pero existe una condición fundamental de la que el lector queda avisado en las primeras páginas: el Golem XIV no es un ser humano. Carece de su sensibilidad y sus emociones. No puede ponerse en lugar de. No es un matiz, sino una inmanencia decisiva, casi un rasgo de divinidad. Como una soledad que hace igual de solos a los hombres, ansiosos por saber.

Golem XIV se divide en cuatro secciones: un prólogo escrito por Irving T. Creve en 2027 que detalla el proceso de fabricación del ordenador, un epílogo escrito veinte años después por Richard Popp que argumentó los motivos de la desconexión de la máquina (no tema el lector, no se revela aquí ningún final) y entre ambos dos conferencias que el Golem XIV pronuncia ante un selecto grupo de expertos. En la primera, el ordenador habla sobre el ser humano, al que califica, con argumentos de peso, como un error de la evolución biológica; en la segunda, habla sobre el universo, sobre Dios, y sobre sí mismo. Lem desarrolla un discurso filosófico articulado en torno a Platón, Kant, Wittgenstein, Darwin, Einstein, Stephen Hawking y Roger Penrose (citados, criticados o hasta desautorizados) en el que da rienda suelta a su voluntad desmitificadora respecto al ser humano: éste no es el centro del cosmos ni la cima de la evolución tal y como ya había quedado demostrado; pero tampoco, y esto es lo más grave, o tal vez lo más jocoso, es una criatura capaz de conocerse a sí misma ni a lo que le rodea, por más que se regodee al afirmar lo contrario. Limitaciones manifestadas en forma de lenguaje, relaciones, sentimientos y otros accidentes de los que Golem XIV está exento se lo impiden. Con su artefacto, Lem saca punta a la conclusión a la que había llegado veinte años antes en Solaris: el hombre sólo puede conocer el cosmos desde su propia naturaleza, infectada de emociones, recuerdos y de una estructura cerebral determinada (el mismo Hawking le dio la razón). Su maestría reside en la creación de Golem XIV, algo que sí puede ver lo que al primate le está vedado. Sombras en la caverna: el futuro será ilusión o no será.

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