Final Liga Europa · Sevilla - Benfica · El reportaje

'Lezione di fair play'

  • Espectáculo en la grada y en el campo, convivencia y colorido en una noche europea memorable para envidia de todo el continente.

Toda una lección de convivencia, todo un espectáculo en la calle y en la grada. Todo un partidazo de fútbol, con los nervios y los ánimos trasladados desde la grada al césped y del césped a la grada. Una sinfonía de pureza blanca del fútbol con tonos rojos de pasión. Un partido precioso, para ser neutral. La épica es así.

Lezione di fair play. Tocca prendere e portarla a casa. Así comienza su crónica del gran evento que vivió ayer Turín Letizia Tortello, reportera de La Stampa. El blanco y el rojo que dominaba entre los fríos asientos del Juventus Stadium, en un extraño guiño Torino, se fue llenando de humanidad ansiosa de emociones. Todas las procesiones iban por dentro, cada uno con su entripado. Pero la experiencia y el pedigrí continental de los dos contendientes, dos clásicos de Europa que debutaron juntos hace 57 años, en 1957, se dejó notar en todo.

Por la Piazza Vittorio, la del Castello o la de San Giovanni iban y venían con sus cánticos y sus nervios los sevillistas y los benfiquistas, blanquirrojos y rojiblancos. La conjunción de colores de la bandera apócrifa de Sevilla, esa que sólo sigue luciendo en el baluarte de la Real Maestranza, se fue haciendo presente en el novísimo estadio donde, ahora sí, laVecchia Signora acoge de forma más hogareña a los miles de juventinos que se esparcen por toda Italia. Sevillistas y benfiquistas son expertos en finales y ese savoir fair que sólo da la solera de los años se dejó notar en una ciudad especialmente preparada para rechazar el tifo malatto. Hubo duelo de cánticos y gritos entre dos bandos muy animosos y dispuestos a pasarlo bien sin más. El ambiente fue espectacular, hermoso: tifo bello.

¡Échaaale hielo, Sevilla échaaale hielo! Al unísono, cientos de sevillistas acogieron así la llegada de un camión nevera. Para el tinto de verano y la botellana improvisada en los Giardini Reali hacía falta nieve. En el Piamonte, junto a los Alpes, no se echó en falta el hielo nunca, hasta que la invasione iberica asaltó su capital para darles envidia a los que esperan que un país que ama el fútbol tanto que le da su propia denominación extermine por siempre jamás la lacra de la violencia.

Imágenes: Antonio Pizarro

Antes de que saltaran los jugadores al césped, en los Giardini Reali José Castro había exhortado a los suyos para que hicieran suya una copa por la que venían luchando desde hace nueve meses. Roberto Alés fue testigo de excepción. Todos se fotografiaban con el presidente y el ex presidente. Pero la gallardía y la bravura no están reñidas con la diplomacia. Frente al monumento al caballero italiano, una hermosa estatua ecuestre de medieval porte, unas sevillistas de blanco y rojo bailan sevillanas para admiración de los lusos. Cosa fina. Palmas por sevillanas y palmas de aprobación. Saludos en la primera y ovación en la cuarta.

El espectáculo se trasladó al estadio conforme el sol caía sobre la cornisa alpina. In crescendo, los decibelios y los nervios, hasta el larguísimo desenlace. Aun así, la forma en que cada hinchada cantó su himno, sevillanas y fado, y el respeto de la otra escuchándolo fue apoteósico, espeluznante, bellísimo. Muera la megafonía, viva el fútbol puro.

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