Copa del rey

Niños contra hombres (2-2)

  • El Sevilla ni siquiera tuvo tiempo de soñar con la remontada frente a un Atlético que fue superior en todas las facetas del juego. El gol de Diego Costa en el minuto 6 sentenció.

La cruda realidad acabó imponiéndose a un Sevilla que ni siquiera tuvo tiempo para soñar con meterse en la final de la Copa del Rey desde que el balón echó a rodar en el Sánchez-Pizjuán. Será el Atlético de Madrid quien se enfrente al Real por la sencilla razón de que el segundo clasificado de la Liga está, a día de hoy, a años luz de este conjunto sevillista que se maneja con las armas propias de los equipos juveniles en una selva en la que mandan, lógicamente, los hombres que viven del fútbol profesional. El gol de Diego Costa en el minuto 4, tras hacerse con un balón en el borde del área por el que también pugnaron los dos centrales locales, sobre todo Botía, fue el temprano epílogo de todo y la mejor evidencia de que el duelo era bastante desigual.

No es cuestión de reprocharle nada a este Sevilla, sería injusto además. Porque las piezas que eligió Unai Emery para afrontar esta semifinal copera, con alguna excepción tal vez, se dejaron hasta la última gota de sudor y pusieron todo de su parte para tratar de revertir la situación, pero lo que no puede ser, no puede ser y, además, es imposible. Este equipo, confeccionado por la dirección deportiva nervionense y puesto a disposición ya de dos entrenadores durante el presente curso, llega hasta donde llega y, sobre todo, no alienta a los suyos con el más mínimo síntoma de fiabilidad. Sí, es capaz de darles algunas alegrías, aunque tantas como decepciones sin entender muy bien por qué.

Bueno, sería más correcto buscar la raíz de esa inconsistencia en la inmadurez de un grupo en el que, por ejemplo, Kondogbia o Alberto Moreno se mueven por la barrera de los 20 años. Y estos dos son los que muestran en su documento nacional de identidad esa edad, pero hay otros muchos futbolistas de este Sevilla que tal vez se muevan por idénticos parámetros en lo que tiene que ver con el juego en sí.

Para no quedarse sólo con este segundo acto de un partido que los profesionales aciertan al establecer que dura 180 minutos, no hay que olvidar las manos de los dos penaltis del Vicente Calderón para empezar, pues fueron propias no ya de juveniles, sino de infantiles. A ese dato conviene adicionar rápidamente la actitud final de un Medel que cae en la reincidencia de ver una cartulina roja absurda cuando debería ser él quien fuera capaz de provocar al adversario. Encima está la incapacidad de Botía y Fazio para ganarle un dos contra uno a Diego Costa no más comenzar el encuentro y tantas y tantas cosas más que van sumando para que al final sea el equipo de Simeone quien gane. De un Simeone que se mueve como pez en el agua para adiestrar a un grupo que es denominado, admirativamente, como aguerrido donde antes se colocaba el calificativo de pendenciero o barriobajero. Conste, sin embargo, que un equipo así merece el más encendido elogio de quien este relato de los hechos suscribe, pues el fútbol no se entiende de otra manera que no sea aprovechar las cualidades de las que cada uno dispone y este Atlético lo hace a la perfección.

Tanta que es capaz de echarle una manta de agua al infierno que se había preparado en la grada a través del fútbol y de los goles. Porque los granizos y el aguacero previo al encuentro se quedaron incluso en nada ante la trascendencia del gol de Diego Costa. Todo lo que había preparado Emery, por mucho que el vasco hablara en las previas de los diferentes planes para cada situación, incluidas las negativas, se vino abajo. El Sevilla no había salido con la concentración necesaria y Diego Costa, el más listo de la clase una vez más, se aprovechaba de ello para conectar un duro disparo y sentenciarlo todo.

O casi todo, porque restaban 86 minutos por delante y el marcador tampoco debía ser definitivo con el 0-1. El problema, para el Sevilla, es que se quedó aturdido con el golpe y se empeñó en conducir a través de Reyes, sobre todo porque Rakitic apenas participaba en esa fase. El jovencísimo Alberto Moreno era entonces su única salida hacia el ataque, pero el Atlético no se podía sentir más cómodo a la hora de defender. Lo hacía desde la primera línea de presión y el fútbol de los anfitriones cada vez parecía más espeso, más lento y previsible, a la hora de ir hacia arriba.

En ese quiero y no puedo estaba el Sevilla cuando encajó el segundo golpe, el K.O. definitivo por mucho que aún restara un mundo por delante. Ni siquiera media hora, apertura de Falcao hacia Diego Costa que parecía que se perdía por la línea y que se convierte en un excelente pase con la carrera del brasileño. La defensa blanca no puede estar más descolocada, Fazio va al sitio que no ocupa Coke y el pase de Diego Costa se convierte en un dardo envenenado para Botía. Cierto que es bueno, muy bueno, quien corre detrás, pero Falcao juega con él, un amago para allá, otro para acá, y el central sevillista queda retratado para que el colombiano rubrique la sentencia de aquello en media hora.

El resto fue un ejercicio de orgullo de un Sevilla que lo intentó de todas las maneras que le permite su arsenal actual. Jesús Navas abrió una espita ilusoria, el juego del segundo periodo fue algo mejor, pero el Atlético era finalista desde muy pronto. Que ningún futbolista se tome esto como un desprecio hacia ellos, pero era lo lógico, se manejó como un equipo de hombres ante el derroche de ilusión, apenas eso, de unos niños en lo futbolístico.

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