Campeón de la Liga Europa · La celebración

Tricampeón por casta y coraje

  • La convicción de Castro, la unión del vestuario, la perseverancia de Emery y la fe de la afición, determinantes-

Hasta las dos de la mañana, el autobús del Sevilla no abandonó el Juventus Stadium. Lo hizo a ritmo de Raffaella Carrá. Sonaba a todo tren el pegadizo ¡Qué dolor!, himno íntimo de las celebraciones sevillistas durante su larga aventura europea. Los jugadores daban saltos de alegría en el vehículo oficial, en cuya proa, imponente, se había colocado la copa de los 14 kilos. Ya no dolían las piernas, ni las heridas de guerra. Poco antes, los futbolistas habían desfilado por la zona mixta mostrando las secuelas: hielo en pantorrillas, muslos y corvas; tobillos inflamados, como los de M'Bia, cuyos pies sobresalían de sus chanclas deportivas; erosiones sanguinolentas producto de los tacos del rival, como las de Carriço... Cojeando, renqueantes, los gladiadores sevillistas estaban anestesiados de felicidad. La gloria era suya.

El Sevilla ha sido campeón por tercera vez de la UEFA por ser fiel a sí mismo, por refrendar lo que reza su himno original, el de Ángel Luis y Manuel Osquiguilea, el de 1983. El equipo de la casta y el coraje fundamentó su sufridísimo éxito en su determinación absoluta en cada triunfo, en cada batalla, en cada pasito de esta larguísimo camino que comenzó el 1 de agosto y que concluyó, 287 días después, el 14 de mayo de 2014. Nueve meses y medio, un periodo inédito en la historia europea.

Todos contribuyeron a que la fe colectiva fuera creciendo y el equipo se fue sintiendo invulnerable pese a su extenuación hasta amargar a un rival lanzado como el Benfica, verdugo del principal favorito, la Juventus. Todos fueron aportando algo. Desde José Castro con su convicción hasta Unai Emery con su perseverancia ante las continuas críticas. Desde la unión de un vestuario que se siente una familia hasta la fe irreductible de esa afición que se llevó un cuarto de hora exhortando a la remontada en el Benito Villamarín tras el partido ante el Valladolid. En el repertorio de los cánticos gloriosos de este grande de Europa ya luce en un lugar de honor el Échale huevos. A su ensalmo se produjeron dos remontadas, la épica ante el Betis y la festiva frente al Oporto en Nervión. Bajo su conjuro viajó el sevillismo en masa a Valencia y a él recurrió en Turín cuando más apretaba un Benfica superior en todo, menos en fe y determinación, en coraje y en casta de campeón.

El Sevilla ha sido campeón porque se lo ha propuesto, ni más ni menos. Y se lo ha propuesto en un año complicadísimo que podría haberse torcido en un invierno terrible, con eliminación copera y serias dudas sobre la continuidad de Emery. Tras un verano intensísimo -más de 30 operaciones de entradas y salidas- José María del Nido ingresó en prisión. Con una plantilla renovadísima y joven, lo que podría haber sido un terremoto sirvió para cohesionar más por dentro el club gracias a la labor de tranquila continuidad que ofreció José Castro, el hombre del consenso y del giro de filosofía. La grandilocuencia dio paso a la sencillez... hasta que el dirigente olisqueó la gloria.

Ahí Castro se vino arriba y ofreció un discurso de sosegada convicción en el Sevilla pese a reconocer que sufriría. "Estoy tan convencido de que vamos a sufrir como seguro de que pasaremos a la final", dijo antes de Mestalla. Lo clavó. "Vamos a sufrir, pero ganaremos la final", dijo en Turín. Volvió a acertar. Horas antes de la final, perseveró en su convicción de que el Sevilla se traería su copa a casa. "Vamos a por nuestra copa. Europa sabe de lo que somos capaces", rezaba la bufanda conmemorativa. Y se la trajeron. La tercera es de todos.

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