Sevilla-Granada · El otro partido.

Triste fado en honor al héroe de Turín

  • El Sevilla y su gente dieron la espalda a la pachanga del adiós de Beto

El último partido de la temporada en el Ramón Sánchez-Pizjuán fue como el actual domingo de Feria. Sólo acudieron los socios más leales para recoger la caseta. Hace tiempo que la Feria de Abril sufre el esquinazo de las masas en el otrora día mayor. Para el sevillismo, en un paralelismo sociológico, el día cenital de la fiesta es el jueves de Feria -¡cuántos van ya!- y el domingo de Liga se convirtió en el perdido lunes de resaca tras la gran fiesta del jueves europeo. Las banderas se quedaron guardadas, aunque aún se vieron algunas bajo el aguacero. Los himnos sonaron con la sordina de los paraguas y la mojada. Al descanso, con 0-1, marcharon muchos ya a sus casas. El equipo y el sevillismo dieron la espalda a una pachanga de verano en esta rara primavera de emociones y fríos otoñales.

Así de triste sonó el fado en honor a Beto. El portero portugués, renovado el curso pasado por estas fechas por su oficio y su aportación al vestuario, se fue por la puerta de atrás. Las lesiones y la apuesta por Sergio Rico y David Soria echaron a un lado a un portero que volvió a escuchar su nombre coreado en el estadio que tantas veces lo ovacionó. En esta ocasión, por una minoría de leales socios, los últimos en recoger los cachivaches antes de aprestarse a nuevos viajes de ilusión.

El héroe de Turín, la manopla que desvió lo justo el penalti de Nono, se fue con los ojos arrasados en lágrimas. Manopla al viento, parecía saludar a sus primos portugueses que habían venido a su despedida del equipo con el que se coronó bicampeón de la UEFA. La grada hacía ya tiempo que estaba vacía, salvo en las zonas donde los granadinistas, desplazados en masa, bailaban la pachanga de la permanencia.

Al aficionado sevillista le gusta el fútbol de verdad. Y al Sevilla no le va jugar sin competir. La suma de los factores no alteró el producto que muchos, mientras miraban llover tras los cristales del hogar en la tarde tardoinvernal, ya se barruntaban. Con las gargantas aún afónicas tras el acontecimiento del jueves, apetecía un poco de sofá, camilla y café calentito. Como un domingo de resaca. Los que tenían que exponer eran los nazaríes, los únicos que no abandonaron la grada cuando la lluvia racheada apretó de veras.

Así fue la desabrida tarde del adiós de Beto, Antonio Alberto Bastos Pimparel en ese pasaporte portugués que puede que no tenga que usar para ir a Suiza porque ni siquiera está inscrito en la competición europea, a no ser que Emery le brinde un último gesto. Podrá contar con ironía que el día de su adiós se vendió todo el papel en taquilla. Lo coparon los aficionados granadinistas, con el regalo por parte de su presidente, Quique Pina, de las 1.100 localidades para visitanes de Gol Sur. En la Tribuna Alta de Preferencia, el rojiblanco mayoritario llegó de la Alhambra. Al estadio acudieron 21.915 personas, apenas 15.000 socios sevillistas. Más de la mitad de éstos faltaron al cierre.

El ambiente fue raro como la tarde. Ora la llovizna, ora el sol, ora el nubarrón, ora el chubasco. "Nuestro estadio es una Feria cuando vamos a jugar...". Se mezclaban el himno de Osquiguilea, "vuelan, vuelan banderas", con el "looo-lololooó, vamos mi Granada, vamos campeón", copyright de la Colina de Genselkirchen; el "ea, ea, ea, nos vamos a Basilea" con el "sí se puede" de Obama, Babin y Doucoure. El Sevilla no fue ni la mitad de la mitad del campéon. Se salvó el Granada. Hermandad con el himno de Blas Infante cantado por los Biris y ovacionado por el resto del respetable. Y Beto lloraba bajo la lluvia.

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