Cuando todo está abocado a la calamidad

La realidad indica que el Cajasol es un club en plena descomposición.

Aguilar y Ollero, en la presentación del primero como presidente.
Aguilar y Ollero, en la presentación del primero como presidente.
Juan De La Huerga / Sevilla

01 de noviembre 2013 - 05:02

Da pena decirlo, escribirlo, pensarlo. El Cajasol está en fase de descomposición y se pueden argüir tantas razones que es casi imposible saber qué fue antes, si el huevo de la falta de tradición -para no haberla van 25 temporadas en la ACB- o la gallina de que las cosas en el club muchísimas veces se hicieron mal, sin visión de futuro, sin implicar a nadie en la ciudad, con el pretexto del fútbol en la punta de la lengua para rebatir por qué no se vendía este deporte en Sevilla. Todo está abocado a la calamidad y el remedio resulta utópico, al menos a estas alturas del partido.

El Cajasol vivió cómodamente en la época boyante del dinero sin ton ni son y ahora los tiempos han cambiado tanto que hacen falta demasiadas cosas, entre otras variar por completo la mentalidad de unos cuantos, para que este proyecto y este club con un par de miles de apasionados fieles siga en pie en el futuro.

Muchos meses antes de acceder a la presidencia, José Aguilar disfrutaba en el centro de Sevilla de un tapeo con Juan Carlos Ollero. Irradiaba optimismo el primero acerca del porvenir de la entidad. Seguramente ya sabía que sería el sucesor del segundo. La continuidad del Cajasol estaba garantizada, remarcando que el club saldría a flote y que la política de dar la alternativa a muchos canteranos era la apropiada para salir del bache, con el propósito de traspasar a jugadores como forma de financiación para ir tirando. Así, además, la hinchada se iría identificando con los jóvenes valores y acudiendo con más asiduidad a San Pablo. De paso, el club atraería a nuevos inversores para que Caixabank fuera retirando paulatinamente su apoyo financiero y, en definitiva, todo fuera rodado.

Pasados cuatro meses y 10 días del nombramiento de Aguilar, todo al garate. El equipo en la cancha, al menos en tres jornadas, no transmite ni compite en los momentos clave -ni gana, claro-, quizás superado por una situación delicada, acaso límite, para unos chavales. La promoción se quedó en un quiero y no puedo con alguna iniciativa, acertada pero escasa, de implicar a la afición en la elección de los colores para esta campaña -hace falta mucho más para zarandear a este aturdido club-. Y al poco tiempo de que el lustroso presidente tomara posesión en el cargo, orgullosísimo por ser abonado de toda la vida, se va por la puerta de atrás con unas razones sumamente estrambóticas.

A todo esto, se lleva escuchando en la calle desde hace muchísimo tiempo que el propietario tiene en venta al club por un euro y que no encontró siquiera postor. También ronda en el ambiente baloncestístico que Leo Chaves, director general, tenía los días contados y nada más lejos de la realidad, al menos de momento según lo que va aconteciendo. Existe el runrún de que gente de confianza de José Luis Sáez, presidente de la Federación Española, estaba interesada en tomar las riendas y reconducir el camino de este barco a la deriva, pero aquí no se ha movido un varal en este tiempo. E incluso hubo algunos susurros de que Salvador Alemany, antaño responsable de la sección de baloncesto del Barcelona y hoy inmerso en otro tipo de negocios, podía hacerse cargo del pastel.

En fin, mucho rumor y pocas alegrías para los abonados y para los empleados del Cajasol, que cada vez tienen más claro que el club languidece, se muere.

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