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El destino quiso elegir al oído

  • Tarragona no fue escenario de la fiesta, aunque el regreso confirmó lo inevitable.

La sonrisa había reinado en cada rincón del viaje hacia tierras catalanas, pero no logró resistir al ímpetu de la necesidad rival, la que destruyó el sueño inmediato de un ascenso en el césped del Gimnàstic de Tarragona. Quizás se pensó más en ganar que en jugar, en gritar antes que en hablar. La historia no acompañó al Betis y lo condenó a esperar, a volver a mirar a los demás, aunque esta vez por no cumplir con sus obligaciones en el terreno de juego. La plantilla comprendió en el pitido final de Tarragona que la alegría quedaría de nuevo aplazada, aunque fue solamente por unas horas.

Las tierras que tantos béticos asaltaron en busca del logro estaban preparadas para ello. Los miles de verdiblancos que llenaron las gradas del Nou Estadi no cesaron en su intención de empujar al equipo hacia la victoria. No fue suficiente. Enfrente existía un rival con necesidades mayores, con temores propios que impedían que la visita se convirtiera en un paseo. Todo parecía preparado sin estarlo realmente. El escenario parecía destinado a convertirse en territorio de celebraciones, en parte de la historia bética con otro ascenso logrado lejos de Heliópolis. Pero no fue así. El propio Pepe Mel acudía a la rueda de prensa posterior al duelo con la tristeza de no haberse llevado el triunfo: "Parece un ascenso por fascículos", anunciaba antes de que se confirmara el logro por la tarde.

En el terreno de juego, la asociación con las gradas se reflejó en el segundo tiempo, cuando Emana entró al terreno de juego y revolucionó la dinámica de lo que parecía un escenario ausente de intensidad. La tensión de los béticos se mantuvo controlada al descanso. Tras la reanudación, los nervios aumentaron, sobre todo cuando asimilaron que el triunfo era posible tras el 1-1 y el equipo mejoraba sus bazas en el juego. Pero el destino no quería que los brazos se levantaran definitivamente en tierras catalanas. Belenguer abandonó el terreno de juego y complicó la situación, la misma que se dio por perdida cuando Roversio también fue expulsado.

La seria mirada de Pepe Mel al término del encuentro dejaba claro que el deseo del Betis no se había cumplido en Tarragona, pasara lo que pasara durante las siguientes horas. El castigo era aplazar lo inevitable y mantener una lógica cautela por respeto a los contrincantes. Turno para la radio. Turno para que el oído celebrara lo que la mirada no hizo.

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