Liga Europa: Sevilla - Zenit · el otro partido

Una eternidad desatada en un rato

  • El Zenit amenazó la racha de imbatibilidad del Sevilla en casa, pero si el sábado fue Banega quien despertó a la bestia, este jueves fue Denis.

El 30 de marzo de 2006, el Sevilla tenía el mismo palmarés continental que el Apollon Limassol o el Atromitos. Quizás por ello el Ramón Sánchez-Pizjuán fue una caldera en la que el Zenit se fue ablandando hasta derretirse. Los únicos rusos que no se ablandaron ese día fueron los descamisados de la curva de grada alta de Gol Sur. Algunos incluso cercaron a varios antidisturbios de la Policía Nacional que se defendieron como pudieron de una lluvia de golpes. El resto de la grada, los que sentían en rojo y blanco, mostraron su ardor y pasión de forma mucho más deportiva, civilizada: gritando y alentando a lo suyos, sobre todo cuando el Zenit perdió a un jugador al principio de la segunda parte, luego a dos, y los de Juande Ramos decidieron la eliminatoria con ese 4-1 final.

Muchísima agua ha pasado bajo los puentes del Guadalquivir desde entonces. Tanta, que el Sevilla ha acarreado a sus vitrinas tres títulos de la Copa de la Uefa, dos de ellas por su cauce verdoso, incluso. Y si en 2006 el sevillismo creó la ceremonia del fuego sobre los rusos por la desmedida ilusión del que nada tenía, ayer, nueve años después, las llamas brotaban desde el mismo corazón de todo un tricampeón. De alguien que siente como suya esa copa sin asas. De alguien que va a defender su título dando hasta la última gota de su sangre.

Nervión crea una fuerza telúrica, que brota de la misma raíz del terreno de juego. La casta proverbial del club y la mano de Emery disponiendo y moviendo las piezas hacen el resto. El Zenit fue el siguiente en padecerlo. La diferencia entre el pasado sábado y ayer fue en el nivel del enemigo. Los de San Petersburgo, siendo un señor equipo aun con las bajas, planean varios estratos por debajo del Barcelona. Y por eso la remontada se consumó. Y más rotunda que pudo ser.

Si el Barça llevó el partido a su terreno por la técnica, el Zenit lo hizo por la táctica. Villas-Boas, vistas las bajas, cambió a defensa de cinco con tres centrales de muchos galones, Neto, Garay -colosal el argentino y colosal el vacío que dejará en la vuelta- y Lombaerts. El entrenador portugués cobra más de ocho millones de euros anuales para estas cosas, para ganar partidas en el tablero.

Lo que quizás ignoraba el luso es que hoy, las sinergias que distinguen al Sevilla, acaban apareciendo tarde o temprano y en un suspiro, la ola se lo lleva todo por delante. Si el sábado el tiro de Banega, con su inocencia aparente, fue la espoleta que despertó la conjura de Nervión que descarriló a los Messi, Neymar y compañía, ayer el vuelco lo provocó un imberbe que juega como en el patio del colegio y que apenas venía jugando. Denis Suárez afiló los ataques del Sevilla, terminó de atornillar a los rusos a un acorazado que empezó a mostrar vías de agua.

Fue entonces cuando el público empezó a jugar de verdad. Cuando volvió ese rugido que impulsa a las piernas de los suyos a llegar al balón una centésima de segundo antes que el rival. La chispa saltó y el fuego hizo el resto, como en las noches del Schalke, Osasuna, Oporto, Valencia. O la del Borussia, para qué ir más lejos.

Denis Suárez pulsó esta vez la tecla, la energía pareció brotar del mismo subsuelo y la ola resultó ya imparable. A ella se encaramaron Aleix Vidal por la derecha, Tremoulinas por la izquierda, Banega y Mbia por dentro, Bacca muy arriba.

En ese instante, cuando la ola volvió a encresparse, el líder y futuro campeón de la liga rusa supo que un rato, en Nervión, puede ser una eternidad.

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