La previa

Con el respeto bien ganado

  • El Sevilla afronta un duro test ante un Celta herido en el orgullo que se centra en la Liga para dar la vuelta a la tortilla. El equipo de Emery, lanzado, necesita romper a domicilio.

Balaídos, primer capítulo. El Sevilla afronta la primera de sus dos citas en un estadio al que llega con la vitola de casi finalista de la Copa del Rey tras la goleada del pasado jueves, una circunstancia que condicionará el encuentro de esta tarde. Lo hará de forma distinta a como lo hubiera hecho de haberse dado un resultado menos ajustado, pero el contundente 4-0 de este equipo que, otro año más, devoró al rival de moda cuando la temporada emboca su fase decisiva le da un matiz distinto. En primer lugar, por las ganas de revancha inmediata de su contrincante. Y en segundo lugar, porque Unai Emery, obligado como está a darle continuidad a su velocidad de crucero a domicilio, tendrá que concentrar los esfuerzos hoy. El jueves queda en un muy secundario plano.

Es un lugar común que en el fútbol no se puede dar nada por hecho hasta que el árbitro de marras decrete el final de todo. Pero incluso en Vigo ya dan por estropeado su sueño copero y, lógicamente, también centrarán todos sus esfuerzos en la cita de hoy, que sin el añadido de la eliminatoria ya tenía mucha enjundia por sí mismo. Se enfrentan dos rivales que luchan por lo mismo, estar en Europa el curso próximo, incluso con el aliciente de intentar dar caza al equipo que se ha escapado en el cuarto puesto. Lo hacen además con la responsabilidad añadida de saber cómo han quedado otros duelos de rivales directos por la misma pelea, el Athletic-Villarreal y hasta el Atlético-Eibar.

El Sevilla, además, tiene un reto especial; bueno, más que un reto, una obligación ya. Aún no ha ganado ni un partido de Liga a domicilio y no puede dilatar más aprobar la asignatura pendiente del presente curso cuando ya se asoma, por fin, a los objetivos marcados por su ambiciosa planificación. Y ya no se trata sólo de defender la quinta plaza que le arrebató precisamente al Celta la jornada anterior, sino de intentar no perder la estela del cuarto, porque, indudablemente y por mucho que desde el club no se le dé altavoz al mensaje, la verdadera meta es repetir en la Liga de Campeones. El esfuerzo planificador y económico requiere que ése, y no otro sucedáneo, sea el verdadero objetivo.

Sucede que el equipo de Emery por fin ha cogido su velocidad de crucero, tras una dubitativa primera vuelta. Como suele suceder por febrero, el Sevilla ya es reconocible como ese equipo temible que lo mismo avasalla a un rival por las bravas que lo narcotiza con su reinventado modelo de esperarlo en la cueva, taimado, para asestarle un rápido y venenoso golpe letal, cual una víbora que acecha a su confiada presa. Para ello cuenta con un Gameiro en estado de gracia, con ocho goles en los primeros diez partidos del año que ha jugado, como el héroe de la ida de las semifinales gracias a sus dos vertiginosos y espectaculares goles al Celta. El equipo de Berizzo aún debe estar alucinado con la manera en que el francés, al sprint, tumbó todas sus esperanzas. Pero hoy el panorama será bien distinto.

Balaídos espera cumplir su particular venganza ante el verdugo de sus ilusiones. Y no es un estadio que se le haya dado bien al Sevilla, aunque en este caso tiene un factor a favor: el jueves asestó un golpe moral al tumbar el juego combinativo de Berizzo, que además pierde a dos de sus piezas clave, Orellana y Hugo Mallo, y no podrá contar con Nolito aún. Emery, en cambio, tiene piezas de repuesto y gente fresca: de Carriço a Reyes pasando por Konoplyanka y Llorente, las dos estrellas apagadas. Y esa ansia de revancha, esa rabia del rival, es un arma de doble filo que debe saber manejar el Sevilla. Llega con el respeto bien ganado y debe aprovecharlo.

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