betis - real madrid · la crónica

Ni un 'sparring' siquiera (1-6)

  • El Betis ofrece una imagen tristísima ante el Madrid, al que no llegó a inquietar nunca. El gol inicial de Varane prácticamente convirtió el choque en un entrenamiento con público.

Tristísima imagen de un Betis que no alcanzó la categoría de sparring siquiera ante un Real Madrid que arribaba al Benito Villamarín después de tres empates consecutivos en el torneo liguero y en medio de muchas dudas por su fútbol y por sus lesionados. Pero, lejos de lo pregonado por Gustavo Poyet en sus paseos por las diferentes emisoras nacionales, los verdiblancos se convirtieron en el mejor bálsamo posible para las estrellas de la galaxia de Zinedine Zidane. Llegando tarde siempre, sin la mínima tensión competitiva que se le puede exigir a un futbolista de Primera División, y con un nivel que sonrojó a todos los fieles de la fe balompédica radicada en Heliópolis. Y, para colmo, concediendo el primer gol en la primera llegada madridista con una falta absurda de Petros en el lateral y con un remate de cabeza de Varane con Bale igualmente solo a su vera.

No es ninguna exageración aseverar que a los futbolistas del Betis prácticamente les faltó salir con petos en lugar de con el uniforme oficial de la entidad, ese que deberían defender con mucho mayor ímpetu. El Real Madrid, con un buen fútbol, es verdad, por mucho que sea complicado discernir qué fue antes, si el huevo o la gallina, si el juego de los visitantes o las facilidades de los anfitriones, no sólo anotaba ese gol inicial de Varane que subió al marcador, también pudo conseguir dos más tan claros como el primero en el primer cuarto de hora. No lo hizo porque Cristiano Ronaldo falló con toda la portería para él en un buen centro de Isco y porque otro cabezazo, esta vez de Bale, se topó con el poste de Adán.

Más allá de eso, sin embargo, era decepcionante comprobar tan pronto que el Betis no estaba dispuesto a competir siquiera. Y entonces se ofrece una disyuntiva que sólo puede provocar una inquietud mayor. Primero, si los futbolistas que ayer vestían de verdiblanco no tienen nivel deportivo para ofrecer mejores argumentos; segundo, si todo respondía a una puesta en escena laxa, como si a esos profesionales no les doliera lo que allí estaba sucediendo. Una cosa o la otra, está claro, y mejor quedarse con la primera de las alternativas, porque en caso contrario sería aún más lamentable el discurrir del análisis de lo que sucedió.

De cualquier manera, cada uno es libre de quedarse con la parte que considere más oportuna en esa dicotomía. Lo cierto es que las palabras de Poyet se esfumaron con prontitud. Ni siquiera se puede decir que tuvieron un efecto gaseosa, ya que el planteamiento apenas pudo juzgarse con elementos objetivos. El técnico uruguayo intentó contrarrestar al Real Madrid con cuatro zagueros atrás; tres mediocampistas en los que Petros estaba en el medio para dejar a Jonas Martin y Brasanac como interiores; y tres hombres más avanzados en los que Joaquín tenía la tarea de ejercer como enganche mientras que Rubén Castro volvía a partir desde el costado izquierdo corriendo detrás de Carvajal casi desde la primera jugada del encuentro. Lo intentó, sólo lo intentó, porque a la hora de la verdad el Betis fue de todo menos un equipo medianamente serio.

El cuarto de hora inicial era un verdadero calvario para los defensas, que veían cómo les llegaban en manifestación, y sólo cuando el cuadro visitante se tomó un respiro pudo el Betis atreverse a intentar algunas cosas. Era Joaquín quien tiraba del carro con el apoyo de Jonas Martin en algunas ocasiones, pero Keylor Navas tampoco sufrió mayores sobresaltos en ese periodo. Eso sí, el Betis, al menos, estaba a tiro de meterse en el partido.

Hasta que Joaquín, precisamente el más inspirado, cometió un error de principiante al perder un balón en la salida de su equipo. Un par de toques de Real Madrid y Benzema le daba a los béticos el segundo y definitivo golpe. Después llegarían el tanto en fuera de juego de Marcelo y el cuarto por parte de Isco antes del intermedio para que el Betis se fuera al vestuario destrozado.

Es verdad que Poyet recompuso algo el equipo con la entrada de Zozulya y Cejudo para que Rubén Castro jugara donde debe hacerlo siempre. El Betis llegó a marcar un gol y pudo maquillar su imagen con ese rato de ímpetu, pero fue un espejismo. El quinto tanto, obra de Isco, lo dejó definitivamente sin aire y provocó una sensación de vergüenza continua en los suyos. Y es que lo menos que cabe exigirle a una plantilla con los euros invertidos en este Betis es que llegue al nivel de un sparring contra el Real Madrid. Por lo menos eso.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios