La tranquilidad como alérgeno

Mallorca-betis · el otro partido

Un displicente Betis gana al Mallorca en un partido con escaso ritmo y en el que hasta el triunfo corrió riesgo de desplomarse, como los jugadores.

La tranquilidad como alérgeno
La tranquilidad como alérgeno
Miguel Lasida

11 de mayo 2015 - 05:02

El Betis cumplió en Palma, sí, derrotó con algo de suficiencia al Mallorca -menos mal que acabó ganando- pero qué complicado se le hace al equipo verdiblanco lograr una victoria sin apuros, sin necesidad de pedir la hora, sin percibir esa habitual subida de la bilirrubina. El ascenso se presenta cada vez más cerca, a la vuelta de la esquina si sigue sumando de tres en tres como lo hace hasta la fecha, pero no termina de tenerlas todas consigo el seguidor verdiblanco. Qué trabajito.

Ayer, como es común en sus salidas, la representación bética en el estadio mallorquinista pudo contabilizarse en varios centenares. Fueron los que más sufrieron, pues así son las cosas del directo. La calma, tan frecuente como un billete de 500 euros en el bolsillo, parece un concepto vetado al aficionado, que diríase alérgico a un estado de placidez recomendado para toda criatura viviente. Hasta el césped contribuyó al estado de irritación, pues por algo en Mallorca el ambiente era más primaveral que veraniego -al contrario que en Sevilla-. Es el sino del hincha que luce el escudo de las trece barras: el de un sujeto que padece moqueo, picores e irritación, sobre todo irritación, al enfrentarse a una victoria sin demoras y ajeno a los riesgos. Qué cruz.

Naturalmente, la hierba de Son Moix, alta, demasiado alta, tuvo mucho que ver ayer en esta serie de reacciones alérgicas propias de un equipo que no sabe vivir sin el sobresalto. A las dificultades de la pelota para rodar se unió las dificultades de los veintidós futbolistas para mantener la verticalidad. No pudo haber más resbalones durante los noventa minutos. Tal era la concentración de caídas sobre el terreno de juego que hubo veces, como le ocurrió a Saborit al encarar en el primer gol a Rubén Castro, que pareció que los jugadores pretendían hacer un boateng (llámese al acto de desplomarse inerte sobre el césped sin una causa aparente). Naturalmente, al no correr el balón, fueron los jugadores quienes se vieron obligados a moverse.

Pero no estaban por la labor, al menos siguiendo un cauce táctico desde la vertical. Sólo Portillo, Molina y Rubén desplegaron un juego acorde a las circunstancias: las victorias del Girona, Sporting y Valladolid el sábado y el ascenso en juego. Pese a todo, el Betis se presentó displicente desde el principio, sobrado, andando (cayéndose), sabiéndose superior al adversario. La suficiencia, uno de los más graves pecados capitales en la competición, pudo costarle cara al equipo de Mel, que sufría la más galopante versión de astenia primaveral.

El mejor antihistamínico contra la alergia a la placidez, el remedio más adecuado contra ese césped ayer a medio rasurar fue la conexión Portillo-Rubén-Molina, que tardó en florecer sobre el terreno mallorquinista más de lo aconsejado. Rubén anotó su vigésimo sexto gol de la campaña, su número 109 como bético. (El pichichi histórico, Paquirri, ya tiene quien lo acompañe en el altar de mitos verdiblancos.) A la derecha de Rubén, Molina, el jugón bueno; mientras que cabe presentar a Portillo como el malo, a su izquierda. Los jugones desaparecieron luego como una tos. Menos mal que los rivales son peores que un asma.

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