El trabajo a los 70 años

Tribuna Económica

Gumersindo Ruiz

23 de mayo 2017 - 02:00

Tendría que haber socialmente una cierta disposición a favorecer el trabajo remunerado a edades avanzadas, por encima de la referencia de 65 años que tenemos para la jubilación, y que en cualquier caso hay que mantener como un derecho incuestionable. La otra perspectiva es lo que podríamos llamar "edadista" (ageist en inglés), como discriminación hacia los trabajadores de edad, lo cual está enraizado en nuestra cultura personal y de las empresas, que marcan el horizonte de los 65 como un "a priori".

La capacidad mental y física para el trabajo en la vejez está en evolución, tal como podemos observar en la actividad creativa, solución de problemas, y esfuerzos en el deporte que hace unas décadas eran impensables. Es evidente que tiene sus límites, y que los trabajos son distintos, físicamente o en la atención que exigen, pero también las condiciones de los trabajos evolucionan y requieren otras capacidades y aptitudes distintas a la de la energía corporal. La ingeniosa columnista Lucy Kellaway, medio en broma medio en serio, dice que las condiciones de vida de las personas mayores son mucho más saludables que las de los trabajadores jóvenes, no trasnochan, tienen mejores hábitos de ejercicio, comida y bebida, y sin las preocupaciones y distracciones de criar hijos, "la cosa más extenuante que hay en la vida"; todo lo cual les permite llegar más frescos a un trabajo.

En España sólo el 5% de los mayores de 65 años trabaja, frente a una media del 12% en la Unión Europea; y sólo un 1,2% de ese 5% tiene más de 70 años. Los ocupados de más de 65 suelen ser trabajadores por cuenta propia, lo que confirma que en el trabajo asalariado los 65 años es un horizonte fijo. Entrar en las causas de este fenómeno obligaría a analizar nuestro mercado laboral, el elevadísimo paro y empleo temporal, que ha llevado a la jubilación como una forma de aliviar la presión sobre el empleo. Pero esto no puede ser nunca una justificación, como no lo es tampoco la presión sobre la seguridad social, en una sociedad con una transformación asombrosamente rápida de la esperanza de vida en edades avanzadas, con implicaciones económicas que sólo podemos valorar superficialmente.

Los cambios en los propios trabajos, las diferencias de personalidad, y por supuesto el tipo y condiciones de trabajo, van a determinar el trabajo a edades avanzadas; y también es importante la actitud social y de las empresas. La manera más eficaz de apoyar el trabajo de los mayores es mantener una formación y entrenamiento continuo y habitual, para que participen de los nuevos conocimientos y técnicas de la misma manera que los más jóvenes. Las dificultades de comprensión y manejo de tecnologías de la información y las comunicaciones pueden venir en parte por la falta de interés de las personas mayores por aplicaciones que consideran banales. Pero en la misma novedad de los desarrollos tecnológicos y las posibilidades que abren, estaría la clave de un cambio desde trabajos rutinarios en los que uno pasa la vida, aburrido -y es un motivo por abandonarlos en cuanto se puede-, a una forma de trabajo que motiva y potencia energías vitales.

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