El Fiscal

Más sobre el patrimonio inmaterial de la Semana Santa de Sevilla

  • Nuevas aportaciones al catálogo apócrifo sobre esos valores añadidos e imprescindibles en la fiesta más hermosa de la ciudad

Bolas de cera

Bolas de cera / Ruesga Bono (Sevilla)

SE nos quedaron el domingo pasado en el tintero varias muestras de ese patrimonio inmaterial de la Semana Santa digno de ser catalogado, al estilo de lo que ha hecho con gran acierto la Macarena en un precioso libro, donde también, por cierto, echamos en falta algunos personajes.

-Las toses del Pregón. Son fundamentales. Aparecen hasta en la histórica grabación del pronunciado por Antonio Rodríguez Buzón en 1956. Un pregón con todos sus avíos debe tener algunas toses en momentos claves del acto, incluso algunas de ellas tronantes.

-La tiradora de Manuel Sainz, factótum entre los empleados del Consejo de Cofradías. Se trata de una prenda multiusos, válida para todo tipo de actos y gestiones, desde el sufrido reparto de las entradas del pregón, a la atención a los abonados histéricos, pasando por la instalación de los sillones, el teléfono fijo y el cenicero del palquillo de la Campana cada tarde.

-El ruido de las sillas de Quidiello al ser plegadas en cuanto pasa la última cofradía. La noche del Sábado Santo se acompaña del estruendo añadido al ser cargadas en el camión. Es posible que usted se reencuentre en la Feria con alguno de los operarios que realiza esta última tarea entre los que recogen las fichas de los coches locos con la banda sonora de Camela.

-El debate sobre cuántas mantillas se ven el Jueves Santo. ¿Más que el año pasado? ¿Menos que en aquellos años de decadencia tras la Transición? ¿Alguna se ha atrevido de nuevo a lucir claveles rojos en lo alto de la testa? Y sus análisis derivados: el uso de corales, la altura de la peineta, el largo de la falda... Hay todo un observatorio del uso de la prenda de luto y gala por excelencia de la mujer sevillana.

Pies de costaleros Pies de costaleros

Pies de costaleros / Juan Carlos Muñoz (Sevilla)

-Mirar los pies de los costaleros. El que puede se fija en si van todos con las mismas alpargatas, o si alguno calza los Paredes, que quedan preciosos por las que hilan junto al faldón bordado. Un patero con el calzado inadecuado rompe una estética de cientos de años. Por cierto, el público que tiene que presenciar el relevo de la cuadrilla se lleva el valor añadido del tufo del sudor de los hombres de abajo.

-El rostro avinagrado de un conductor cuando cruza la Puerta Carmona, se mete en el Muro de los Navarros y se topa con una parihuela de ensayo.

-El padre que explica al niño que el llamador de la Canina está en la zambrana, mientras el público de alrededor sufre estreñimiento facial porque el paso se le ha parado justo delante. La Canina forma parte de esa Sevilla dual. Unos la admiran, se declaran incondicionales de ella. Otros huyen de su mirada y hasta se ponen de mal humor cuando hay bromas sobre su palidez.

Sillas en la Campana Sillas en la Campana

Sillas en la Campana / M. G. (Sevilla)

-La cara de cabreo de los abonados que saben que quienes se han sentado cómodamente a su lado no tienen los pases ni son amigos de los titulares de las sillas. Estos abonados sufren temblores, sudores y la aparición de estímulos agresivos. Cuando se organizan entre varios comienza el proceso de expulsión de los elementos extraños por presión popular. Si los nervios se pierden en cantidad considerable, se oye un muy sevillano “¡sinvergüenzas!” que provoca la mirada de los nazarenos que son testigos mudos del proceso.

-Las bolas de cera que crecen como el largo de la túnica según lo hacen los niños. Bolas grandes, medianas y pequeñas. Bolas que tienen la muy cotizada cera verde de nazareno de último tramo, o la de color tiniebla de cofradía de ruan, para lo cual el crío se la ha tenido que jugar, meterse en el tramo y calcular la caída del chorreón.

Andrés Martín, en plena tarea de rizar palmas Andrés Martín, en plena tarea de rizar palmas

Andrés Martín, en plena tarea de rizar palmas / M. G. (Sevilla)

-Las palmas rizadas por Juan Ortega, Andrés Martín, Esther Ortego... Ellos introdujeron una bonita costumbre que engalana fachadas y balcones. Hasta las hay en tamaño diminuto para la solapa de la chaqueta. El olor de la palma sin rizar es una de las nuevas fragancias que marcan las vísperas.

-El sevillano rígido que no acepta que haya cofradías antes del Domingo de Ramos, que sigue viviendo las vísperas en las ceremonias internas de la Magdalena y la Anunciación.

-El cofrade coleccionista que guarda todas las papeletas de sitio, te da la paliza enseñándote los fascículos de la Caja San Fernando, el álbum de estampas de la Semana Santa que editó El Monte, los discos de Pasarela, los programas de mano con anuncios de Izquierdo Benito y hasta los de conciertos de marchas de cuaresma. De pronto te va a sacar las invitaciones del almuerzo de un Pregón de los años ochenta cuando se le cae un plano de la Feria editado por Ecovol...

La mirada de un nazareno La mirada de un nazareno

La mirada de un nazareno / Antonio Pizarro (Sevilla)

-El nazareno que aprovecha el anonimato para coquetear con una sevillana. O al revés desde que hay nazarenas. Los de capa usan los caramelos y las medallas. Los de ruan sólo tienen un recurso: el poder de la mirada retenida unos instantes para generar una muestra de interés. Como diría el profesor Roldán, la sensualidad está presente en la Semana Santa. Como lo estaba en las fotos del recordado Atín Aya.

-El hermano Pablo abriendo paso en una bulla desde la fila decimoquinta:“Son tan amables de dejar pasar al señor cardenal”. La gente, incrédula y reacia a desplazarse, no se aparta hasta que ve la figura grande del purpurado. Y don Carlos accede a la presidencia de la Virgen de Guadalupe en la que Pedro Collado, ay, le cede la vara dorada.

-Las reglas no escritas por las que hay que saber entrar en el grupo de fieles que caminan con devoción detrás del Cautivo del Tiro de Línea, o de la Virgen de la Salud de San Gonzalo. Mejor colocarse al final, o tener mucho tacto si se intenta un acercamiento a las primeras filas. Cualquiera no entra en esa zona de influencia, como tampoco nadie se acerca a la Virgen del Rocío el Lunes de Pentecostés si no es de la mano de un almonteño.

-Los escuditos de las visitas matinales que una vez acabado el día se pegan por detrás de la solapa de la chaqueta para no perderlos. Hay algunos que se dejan las pegatinas y los alfileres a la vista en tal cantidad que parecen un panel de exvotos. Y qué de jovencito sevillano es acudir a la fiesta de Nochevieja y encontrarse en el bolsillo de la chaqueta el programa de las cofradías del Sábado Santo, algo cada vez menos habitual en la era digital.

Lipasam tras pasar una cofradía Lipasam tras pasar una cofradía

Lipasam tras pasar una cofradía / M. G. (Sevilla)

-La sirena muda pero centelleante del camión de Lipasam rodeado de barrenderos, una vez que ha pasado el palio de la cofradía de barrio.

-Esa sensación única de nervio, gozo, inquietud y cansancio acumulado en esas horas de la noche en que acaba el Jueves Santo y ya está encima la Madrugada. Es una experiencia comprobar cómo la ciudad cambia, muda de piel, de sonidos y de ambientes. No tiene nada que ver la de la noche con la de la tarde. Como el Viernes no se parecerá en nada al Jueves. Son tres ambientes distintos y enriquecedores en muy pocas horas.

-La grabación del tranvía en la parada de Correos que recuerda que el servicio está limitado al Prado de San Sebastián. Estás viendo a la Buena Muerte camino del Postigo y dale que te pego el aviso en español e inglés. Patrimonio inmaterial... en negativo. Menos mal que hay imágenes que lo resisten todo.

-Las túnicas de ruan tonalidad ala de mosca. Uno las ve e imagina la de años que llevan saliendo en la cofradía y quiénes las portaron antes que el penitente actual. Tal vez un padre o incluso un abuelo. Y ahí siguen como símbolos perfectos de que la continuidad está asegurada.

-Los chorreones de cera en la chaqueta y en los zapatos. Los guantes que se quedan tiesos como un capote de la cera que les han caído. La señal del capirote en la frente. El cartón ondulado si ha sido año de calor. Las hebillas que las ha cosido el enemigo y hay que coger las tijeras del pescado para quitarlas del calzado. Esos ritos de la Semana Santa doméstica que hacen único y particular cada año. Y uno que nunca falla: la señora de la tintorería que te advierte que será difícil limpiar la cera porque te has dedicado a intentarlo por tu cuenta en casa. Y al final, cómo no, siempre te dejan el traje nuevo.