Vámonos a hacer pascuas
Semana Santa de 2022: como nunca y como siempre
La pandemia generará cambios como lo hizo el desarrollismo económico o los años de sequía
No será igual que la de 2019. No puedo serlo. La Semana Santa evoluciona por efecto de muchas causas. Y es seguro que nos toca vivir un nuevo modelo que veremos en uno, dos o tres años. La pandemia no ha pasado en balde. Dos años sin fiesta y casi tres de vacío tienen sus consecuencias. No han de ser negativas ni mucho menos. ¿Recuerdan las imágenes de la película de la Fox? Alfonso XIII contempló una Semana Santa muy pobre, con pocas cofradías, exornos de flores muy humildes y un repertorio de marchas musicales muy limitado. Los cortejos eran de pocos nazarenos y la bulla, eso sí, se apreciaba sólo en cofradías de fuerte arraigo como la Macarena. El desarrollo económico de la España de los años 60 se notó en la Semana Santa. Hasta los excesos de los años 80 se percibieron también en los pasos, con unos exornos florales desmesurados en algunos pasos. Y no digamos en algunas composiciones de agrupaciones musicales con aquellas primeras tamborrás estruendosas para provocar el fervor de los aplausos ante el paso acelerado de los costaleros de acuerdo con una perfecta coreografía.
Nada de la sociedad del momento es ajeno a las cofradías. Los años de sequía en los años noventa, con tres Semana Santas completas en una década, derivaron en el boom, en la masificación, en unas bullas nunca antes conocidas en cofradías de hasta entonces escaso poder convocatoria. Creció la Semana Santa, adquirieron realce hermandades humildes, se disparó el número de nazarenos.
La mala educación y la degradación de la vida pública provocó a partir de 2000 una Semana Santa videovigilada, con mayor influencia del poder político respecto al cofradiero. En dos décadas ha primado la seguridad por encima de otros aspectos. El público se ha adocenado, ha preferido hábitos más cómodos como la sillita de los chinos, una suerte de colesterol en la vía pública que dinamita las opciones siempre preferibles de la movilidad, o las retransmisiones de televisión, de alta calidad y especializadas.
Nos enfrentamos ahora una Semana Santa que no puede ser la misma porque se conjugan varios factores. Dos años de vacío, la necesidad de salir de nazareno tras un período de sufrimiento donde se ha acentuado el sentido de búsqueda de lo trascendente, el miedo a las concentraciones de público, la explosión de júbilo y la obsesión por la seguridad tendrán sus efectos.
Sólo sabremos cómo queda la Semana Santa con el paso del tiempo. Podría haber hasta dos Semana Santas: la de la primera mitad y la de la segunda. Hay cofradías que han registrado una masiva petición de papeletas de sitio, pero otras contabilizan las mismas que en 2019 o incluso menos. Si las tabernas han asumido nuevos hábitos, la televisión en directo ha incorporado nuevas formas de conexión (desde el skype a la videollamada convencional) y la sanidad ha hecho suyas las atenciones a distancia, no esperen que todo siga igual en una fiesta con tantos puntos de vista, ambientes y situaciones.
Será igual en su esencia, pero seguro que distinta en algunos aspectos que iremos apreciando poco a poco. Nadie tuvo previstas las sillas de los chinos ni las turbamultas. Nadie las bullas enormes de los años noventa. Nadie que una tarde de cuaresma de 2020 nos arrebataran todo. Algo cambiará. Y no hay que ser pesimistas.
El fajín de aquel joven concejal socialista
Alberto Moriña fue concejal del Ayuntamiento de Sevilla de 2004 a 2015. Ejerció ocho años de edil del gobierno y cuatro en la oposición. Siempre fue y sigue siendo un político de izquierdas mesurado, cabal y con capacidad para hablar con todos de todo. Disfrutó de la Semana Santa en sus años de responsabilidades institucionales. Es hermano de Montesión, devoto de la Virgen bonita, fina y exquisita de la Plaza de los Carros, la Dolorosa de la cofradía popular y elegante. A Ella ahora, cuando han pasado ya tantos años, ha querido donarle el fajín que lució en tantas procesiones solemnes como miembro de la Corporación municipal. Siete años después de abandonar el Salón Colón, adquiere mucho más valor una donación tan simbólica. Quede para la Virgen del Rosario el tributo de este sevillano de la bulla, padre y amante de la Semana Santa que trabajó en responsabilidades públicas para su ciudad y que ahora sigue haciéndolo desde la hermosa y generosa vocación de la enseñanza. Que transmita a partir de ahora la devoción a sus hijos será la mejor ofrenda para la Virgen.
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