Los muy cafeteros

El Fiscal

Lejos queda el término capillita y ya parece caducado el de friki en estos tiempos reservados para los muy cafeteros

La mirada de sorpresa y la pregunta: "¿Qué es esto?"

¡Menos vallas, menos vallas!

Café.
Café. / M. G.
El Fiscal

14 de diciembre 2025 - 04:00

Siempre recordamos uno de los mensajes del Pregón de la Semana Santa de Luis Rodríguez-Caso y Dosal: la defensa del capillita. Ha llovido mucho desde aquel 1986, declarado Año Mariano. El mundillo de la Semana Santa ha sufrido cambios sustanciales, algunos muy positivos, otros de valoración menos favorable. Entonces el carácter extraordinario todavía se mantenía como tal. El capillita era el cofrade que vivía la Semana Santa con intensidad y apuraba los recuerdos el resto del año ayudado por algunas publicaciones (escasas) como el Boletín del Consejo, la revista de Gelán y los contenidos de los periódicos, que ni de lejos desarrollaban la producción de la luego denominada prensa morada. El capillita esperaba con gozo el paso de la Navidad para acariciar el comienzo de la cuaresma con una ilusión inocente. Algún concierto de marchas, alguna coronación canónica aislada en el calendario, algún libro de nueva publicación... Así se trufaba una espera que hoy sencillamente no existe, porque todo es permanente. El capillita participaba en la vida interna de su hermandad, lo que le distinguía del capirotero. Hoy se ha ido muchos pasos más allá. La evolución es al friki, una suerte de cofrade de masa que consume todo el año, y a los muy cafeteros (que no se pierden una ni lejos de Sevilla). Como reacción lógica ha surgido el cofrade que se autoimpone el apagón porque prefiere seguir soñando con que verá al primer nazareno el Domingo de Ramos. Y es muy frecuente el que tiene verdadera pasión por una cofradía concreta en la calle, pero que no acude a ver un paso de esa hermandad fuera de temporada porque, sencillamente, no le dice nada. Los muy cafeteros han hecho de la religiosidad popular expansiva e invasiva de hoy su estilo de vida. Ni más, ni menos. Tienen tiempo y recursos para todo. No conciben vivir de otra manera. Están encantados con esa toma de la calle que pregonan en privado algunos altos representantes de la jerarquía eclesiástica. El problema es que la afición, el estilo de vida y el consumismo generan un alto riesgo de conducir a la devaluación. No suponen necesariamente un compromiso y, aún peor, pueden forzar una 'eventitis' con tal de mantener un calendario intensivo durante doce meses cuando antes se reducía a cuarenta días. Todo imperio que se extiende aumenta los kilómetros de fronteras que deben ser defendidos. El riesgo de penetración de bárbaros es elevado.

Los muy cafeteros se apuntan a todo. Sin límite, con una pasión versionada en marco del exceso que poco tiene que ver con el gozo de antaño. El frikismo de principios de siglo ha mutado en un movimiento neofervoroso con sanción eclesiástica. El capillita lo era por iniciativa propia, por una tradición no necesariamente azuzada por la autoridad eclesiástica. Todo cuanto ocurre hoy está alentado por la jerarquía, que así lo considera oportuno, conveniente y saludable. El criterio es evidente. El resultado está pendiente de veredicto. La Semana Santa que dura todo el año, desubicadora (Madrid, Roma, Montserrat...) y consagrada a las grandes manifestaciones (multiplicación de procesiones magnas, congresos...) apenas cuenta con algunos límites de escasa repercusión, como los que acaso impone la autoridad civil por falta de policías locales.

Hay muchas cosas, decíamos al principio, en las que estamos mucho mejor. No toda evolución ha sido negativa, ni cierto concepto improductivo de nostalgia debe iluminar el análisis. Hoy tenemos una carrera oficial informatizada, más segura y mejor organizada. Hoy las hermandades tienen muchos más recursos para sus obras asistenciales y, sobre todo, unos criterios más claros sobre la materia a la hora de establecer prioridades. Hoy están todavía más implicadas en la vida civil, como instituciones que deben ser tenidas en cuenta como parte fundamental de la ciudad con sus derechos y también con sus obligaciones. Hay hermandades que son claramente un ejemplo de vanguardia en el terreno social sin perder de vista el fin fundacional del culto público. No se trata de idealizar tiempos en lo que simplemente todos éramos más jóvenes, sino de apreciar una evolución más que llamativa desde aquella defensa del capillita, figuraba entrañable por auténtica, a este tiempo de pos-frikismo donde pululan los muy cafeteros. Fíjense que casi no se usa ya el término capillita. Se ha quedado pequeño. Como casi todo en esta Semana Santa.

El pertiguero

Primer golpe. Parecidos odiosos. Sabíamos que las cofradías se parecen cada vez más a la política. Pero el tufo es a veces insoportable. En las quinielas moradas sustituyan ministros, secretarios de Estado y directores generales por capataces, vestidores y responsables de comunicación. Segundo golpe. Vida más allá del atrio. Pregúntenle a José Antonio Fernández Cabrero en qué puesto podría volcar toda su experiencia en materia social en favor de la ciudad... Tercer golpe. Sapiencia hispalense. El arzobispo asistió al Sevilla-Betis. Sí, tuvo problemas en el acceso que se resolvieron sin mayores incidencias. ¿Saben lo mejor? Se gestionó su propio aparcamiento en la puerta de la Parroquia de la Concepción. Y desde allí, un paseo al estadio. Y ciriales arriba. Qué buena impresión dejó Pablo Noguera en la dirección del retiro de Adviento en el Baratillo.

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