La lección del Vaticano a las cofradías de Sevilla
El Fiscal
El empleo de drones para recrear la Piedad y otras escenas sacras demuestra que se pueden hacer cosas extraordinarias sin inisstir en abusos que conducen al hastío
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Álvaro Ojeda nos alertó con gran acierto desde su amada Jerez de la Frontera. Como fino observador de la religiosidad popular se dio cuenta muy rápido de cuanto estaba ocurriendo en el Encuentro Mundial sobre Fraternidad celebrado en Roma: "Drones 5, Gran Procesión, 0". Se puede afirmar que cuanto vimos fue un espectáculo con unción sagrada, que es el carácter que se exige a las imágenes y que en algunas ocasiones es difícil de hallar. Un ejército de drones fueron empleados en una perfecta combinación de arte, tecnología y espiritualidad que convirtió la Plaza de San Pedro en un piadoso escenario al aire libre. Es la hora de reflexionar sobre la caducidad de ciertos formatos que han sido superados no por su invalidez, sino porque han sido utilizados de forma abusiva. Hay fórmulas que han quedado sin sentido. 'Cartel, pregón y procesión triunfal'. 'Boletín extraordinario, coronación con procesión y obra social'. 'Programa cultural, culto extraordinario en la Catedral y procesión triunfal'. 'Traslado a la antigua sede, culto y procesión triunfal'. Estamos saciados de salidas extraordinarias hasta un límite muy poco recomendable por mucho que exista una legión de frikis. Llevamos demasiados años con una sensación de hartazgo que requiere de dietistas decididos (autoridades eclesiástica y municipal). No existen ya las salidas extraordinarias, existe el abuso de una fórmula de piedad popular que pide a gritos ser redimensionada. En el Vaticano hemos recibido la lección de los drones. Se usa un lenguaje moderno, de impacto indudable, que logra una incuestionable belleza. Puede no gustar, no convencer o parecer poco exportable, pero demuestra que existen otras fórmulas, pues algunas de las actuales se repiten tanto y con tanta frecuencia que producen entre indiferencia y sonrojo. La cápsula de una hermandad no puede ser recetada a toda una ciudad sin generar la indigestión por rechazo. Demasiado respeto están mostrando muchos ciudadanos con las cofradías y sus anhelos de acontecimientos extraordinarios.
Roma nos dejó claro recientemente que aquella gran procesión no resultó lo que tantos esperaban, no brilló como algo extraordinario, no funcionó ese formato usado en Sevilla y Andalucía hasta el achicharramiento. El balance fue muy pobre, por decirlo finamente. En el caso de Sevilla llevamos lo mejor del arte sacro universal (el Cachorro) porque no podíamos ni debíamos negarnos, pero es conveniente que sigan callados (que lo están) quienes promovieron la iniciativa desde Málaga con tal de llevar a la devoción de sus amores. Desde el punto de vista cofradiero, usaron a Sevilla para llevar a Málaga, de lo contrario hubiera sido imposible la lluvia de millones de la Junta. Fíjense, además, en un dato palmario: en Málaga se organizó una procesión triunfal el fin de semana posterior a la experiencia romana. En Sevilla, solo hubo silencio, recogimiento y vuelta a la vida cotidiana cuanto antes mejor. Más claro, agua. Lo que para unos fue gozo, para otros fue un acto debido. Porque se hizo lo que se debía. Eso sí, que no ocurra nunca más. Y nos basamos en hechos probados, no en recurrentes perspectivas de catetismo de campanario. La procesión romana del Cachorro y la Virgen de la Esperanza de Málaga pasó desapercibida en Roma, mientras que el originalísimo espectáculo de drones fue un exitazo. Toca renovar los lenguajes, la forma de alcanzar esa unción sagrada y, sobre todo, de buscar ese carácter extraordinario que ha desaparecido por saturación. No es que nos hayamos pasado de rosca, es que literalmente estamos pasados de rosca. Tal vez la crisis sea de falta de ideas. Nos hemos cansado de repetir moldes. Ocurre hasta con los boletines, que pasaron a ser anuarios desde que así lo hizo el Gran Poder.
El Vaticano ha dado una lección. Las cofradías han sabido siempre renovarse, pero últimamente vemos un exceso de colesterol a la hora de plantear la celebración de acontecimientos extraordinarios. A lo mejor ha llegado la hora del mapping, los drones, la oferta basada en iluminaciones especiales y el dejar de incordiar el tráfico. Y así, de paso, dejar descansar a las imágenes en los altares, a la espera de recibir oraciones en esa intimidad especial, única y hermosa entre la imagen sagrada y su devoto. O quizás ha llegado la hora de no hacer nada, simplemente de apostar por el ritmo cotidiano de la hermandad, esa concepción de la vida tranquila, hermosa, basada en el trasiego de los devotos que entran y salen del templo del centro o del barrio. Que una apuesta salga bien (la procesión magna) no quiere decir que haya que repetirla hasta el hastío. No hay cosa más clamorosa que llegar a casa una noche, conectar la televisión para seguir las noticias del día y que aparezca hasta en tres canales (¡tres!) la retransmisión en directo de la salida extraordinaria de un paso precioso en Semana Santa, pero que no nos dice nada fuera de temporada. Nada de nada. No nos gusta esa sensación, no puede generar nada bueno. No sabemos si la solución son los drones, la Inteligencia Artificial u otras fórmulas, pero esto está ya como la hostelería: cada vez menos cofrades (camareros) y cada vez menos clientes de calidad (cofrades).
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