El Consejo de Cofradías que viene o debe venir
El Fiscal
Hoy se necesitan cofrades con criterio para tres retos: la seguridad, la recuperación de la mesura y la necesidad de tener más peso en la organización ejecutiva de la Semana Santa
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El año 2026 es electoral en la calle San Gregorio. Muchos cofrades, demasiados, miden estos comicios como un mero trámite para saber quiénes serán los representantes de chaqué en las solemnidades de la Catedral, los repartidores de sillas y palcos, y los designadores del pregonero, el cartelista y la imagen que preside el Vía Crucis. Muchos se conforman con asegurarse un contacto en la institución, un interlocutor válido al que pedir alguna entradita para el Teatro de la Maestranza el Domingo de Pasión o la resolución de alguna incidencia en el pago de los asientos en la carrera oficial. Pero la cosa es más seria. El Consejo de Cofradías es una institución esencial en la ciudad porque juega un papel fundamental en la organización de la principal fiesta de Sevilla, mediante la que en buena medida se proyecta la imagen exterior de la capital. Tendemos otras marcas, claro, porque Sevilla es más que la Semana Santa, pero a la hora de la verdad se nos pasa la efemérides de la ópera Carmen, los turistas no vienen a visitar la emergente industria aeronáutica y el Parque Tecnológico de la Cartuja, muy superior al de otras ciudades de Andalucía, no tiene alma. Existe, por fortuna, y lo valoramos, pero casi no se ve, ¿verdad?.
Sevilla necesita un Consejo de Cofradías en 2025 que afronte dos grandes retos: la seguridad de la fiesta y la recuperación de poder ejecutivo en la organización de su celebración. Las cofradías han cedido mucho poder de gestión en los últimos veinticinco años porque la Semana Santa ha estado y está amenazada desde los sucesos en la Madrugada de 2000. La de 2025 ha demostrado que el Ayuntamiento y la Delegación del Gobierno se han excedido hasta el absurdo y hasta con alguna pifia, caso del árbol no podado en la Plaza del Duque, nada menos que el comienzo de la carrera oficial. Baste una prueba: hemos sufrido vallas para aforar la entrada de San Isidoro. Irrisorio y lamentable. ¿Están dispuestos los futuros responsables del Consejo a ejercer sus responsabilidades para el cumplimiento de estos fines? Esto no consiste ya en sentarse en un palquillo y tomar las horas, en perder el tiempo en cientos de actos poco productivos que sirven fundamentalmente para no estar en casa y en cuidar de que las corbatas no se manchen en los múltiples pescaos fritos. Esto se ha complicado mucho. La Semana Santa sufre los excesos, la mala educación generalizada, el turismo depredador y una autoridad civil a la que se entregó la mano (con razón) y tomó el brazo (con abuso).
El Consejo de Cofradías que debe venir no tiene nada que ver con el que se necesitó a principios de siglo. Los retos de entonces eran otros. Hubo que informatizar el censo de abonados, asumir la gestión directa de la carrera oficial, elaborar la planimetría de sillas y palcos, firmar acuerdos con patrocinadores, etcétera. Ni siquiera tiene que ver con el de hace cinco años que afrontó una pandemia con dos suspensiones de la Semana Santa. Hoy hay tres retos: la seguridad, la recuperación de la mesura y la necesidad de tener más peso en la organización ejecutiva de la Semana Santa. Se necesitan gestores, entusiasmo, ganas y esfuerzo. El panorama no está para figurones. Esto no consiste en elegir delegados de día que sean votados, salvo que se tenga un concepto carrerista y se ignore la verdadera trascendencia de los hechos.
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