Nos quemamos en público y en privado
El Fiscal
Las cofradías no pueden dejarse arrastrar por el fango de los usos de la política actual con tanto descaro y sin recato alguno
Los muy cafeteros
La mirada de sorpresa y la pregunta: "¿Qué es esto?"
Desmenuzan la imagen de una Virgen para señalar los errores del vestidor en una disección burda, de mal gusto y que lamina la unción sagrada de la talla. Se insultan desde el anonimato, destrozan reputaciones, ventean calumnias sobre candidatos. Promueven el masivo voto en blanco jugando a lo mismo (exactamente a lo mismo) que los partidos políticos en la lucha por una loseta de poder. Emplean en público calificativos como "mojonazo" para definir un altar de besamanos. Sí, han leído bien. Diseñan estrategias políticas para fines cofrades. Hablan de "campañas", del "dircom", de los responsables de redes como arietes, de los "agentes electorales". En algunos casos se trata de apuestas lógicas y naturales, pero que son exaltadas y puestas en el escaparate cuando deberían quedar en un plano discreto por motivos de decoro y discreción y para no distorsionar la imagen de una asociación pública de la Iglesia, no se olvide. Mimetizan comportamientos del trumpismo (ni se darán cuenta), presumen de estadísticas de la propaganda electoral y, por supuesto, importa poco el prestigio de los rivales. Hay un elenco de politólogos morados que dan rienda suelta a la verborrea sobre colectivos de la hermandad, las técnicas de captación del voto, la influencia de la lluvia, el problema del aparcamiento, el sufragio de la Tercera Edad, el femenino y el de los jóvenes... Se analizan las "cabezas" que serán cortadas según quien gane, se dicta quiénes no aparecerán más en cuatro años al haber perdido su supuesto candidato favorito, y hasta se sentencia que Fulanito tendrá "cerradas las puertas". Son conductas realmente rechazables. Sabemos que nada de la política de un momento dado es ajeno a las cofradías, pero hasta hace poco nos distinguía cierta saludable discreción. Ahora se exhiben las peores artes de la política aplicadas a las cofradías sin filtro, sin pudor y sin vergüenza alguna. Se han normalizado. ¡Y se presume! La política es necesaria, como decía siempre el cardenal Amigo. Las malas prácticas son censurables. Y convertir las elecciones cofradieras en una sucursal de unos comicios generales es de todo punto indeseable.
Hay politólogos morados que aspiran a ser el Miguel Ángel Rodíguez (MAR) de una cofradía o el Iván Redondo de otra. Nos hemos pasado de rosca y parece que nadie se para a analizar el grado de evolución al que hemos llegado. No vale exponer que las campañas han existido siempre, porque nunca como ahora se ha tenido más descaro y se ha llegado tan lejos. Oímos en su día al candidato de una cofradía defender que no había que difundir por los cauces oficiales tantas actividades de la cofradía. Podía causar extrañeza ese comentario en un primer momento, pero nos hizo pensar si habría que volver, ciertamente, a la vida interna. Hace poco hemos leído el comunicado de prensa sobre la firma de un convenio de "mantenimiento de insignias", con la firma del acuerdo como si fuera el Tratado de Utrecht. Es un ejemplo suave para cuanto exponemos, pero válido. Ítem más. ¿No es excesiva la competición retransmitida de aspirantes a capataces, vestidores y otros cargos de confianza? ¿De verdad hay que hacer quinielas, dudar de la reputación de unos, cuestionar el oficio de otros y hasta poner en solfa a alguno por no haber nacido en Sevilla?
Tal vez el ambiente de la vida pública de España en general nos haga ver como normal la evolución del mundo las hermandades en particular. Las cofradías no son cuanto se ve en las redes y en ciertos medios, no son la politización exhibida de sus procesos electorales, no son la exaltación desde vías oficiales de elementos de segunda fila, no son la rentabilización mediática de cualquier acción, no son escuelas de tacticismo electoral, ni territorios para el ajuste de cuentas. Nos estamos quemando en público y en privado en un contexto, además, donde partimos de la premisa de que la ocupación de la vía pública es un éxito en los tiempos que corren. Puede ser bueno que la calle sea nuestra, pero nunca si lo es sin criterio, de forma decadente y con una frecuencia que vacía de contenido las iniciativas para su conversión en espectáculo. Claro que las cofradías deben estar con los tiempos, pero no dejarse llevar por los fangos. Estamos al desnudo y con las llamas encima. Hay que retornar, al menos, al respeto a las imágenes sagradas. Porque ya ni siquiera se guarda en demasiadas ocasiones.
El pertiguero
Primer golpe. Precioso. Un acto saludable, necesario y entrañable. Así resultó el pregón navideño de doña Amparo Castilla en el Baratillo. Se trata de las referencias que no se deberían perder y que son más necesarias que nunca. Segundo golpe. Dejen algo para cuaresma. Dejen algunas mesas redondas, polémicas y debates para el tiempo adecuado, porque vamos a llegar atorados. Tercer golpe. Los tiempos cambian. El candidato de cualquier hermandad que ahora no prometa una misión no es nadie. Es la nueva moda. Atrás queda el viejo programa de "evento con procesión, pregón y cartel". Y ciriales arriba. Oído con guasa. "La cosa en algunos cabildos electorales se pone con tal intensidad que cualquier día interviene la UCO".
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