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Un bonito cajón desastre

  • Las infraestructuras culturales no reflejan una política con un objetivo común en este área. Desigualdad de equipamientos entre el casco histórico y la zona de extramuros

LOS equipamientos culturales municipales de la ciudad -numerosos, variados y hermosos- responden a la política desarrollada en este área -vertical, centralizada en el casco histórico y, en ocasiones, falta de un objetivo común en su desarrollo-. La cultura en Cádiz tiene su espacio. Es innegable. De hecho, la cultura en Cádiz se esparce, con múltiples actividades (unas interesantes, otras menos) en un buen ramillete de espacios. Muchos, monumentales. Así, en los últimos años, la gran mayoría de infraestructuras "recuperadas para la ciudad" han ligado su destino al hecho cultural. Esta decisión, en principio, no tiene por qué ser errónea, sin embargo, la falta de reflexión sobre hacia dónde queremos caminar en materia cultural deja al ciudadano con la sensación de que la prioridad de los servidores públicos es la de rellenar el vacío, es decir, la de convertir los equipamientos culturales en un gran cajón desastre más o menos colmado según el presupuesto del momento.

El yacimiento Gadir, el mayor logro en esta materia de la última legislatura del gobierno actual, es un buen ejemplo de las temblorosas líneas maestras con las que trazar la política cultural. De esta forma, el Teatro del Títere, que se levanta sobre la atractiva musealización del hallazgo de San Miguel, bien pudiera haberse convertido en un centro de interpretación sobre el Cádiz fenicio que, incluso, se alzaría como gran seña de identidad de una ciudad que cacarea sus 3.000 años de antigüedad a los cuatro vientos. Una justa coronación para nuestro pasado aunque hubiera supuesto un cambio de proyecto. Bien lo hubiera valido. Pero, como en tantas otras cosas, una feliz idea no se termina de rematar. 

 

Bien es cierto que la imagen cultural de Cádiz también podría estar ligada a las marionetas. ¿Por qué no? Historia nos sobra con una compañía centenaria como La Tía Norica.  Pues bien, el Teatro del Títere no se apoya aún en una programación sólida (quizás es un centro joven) y ni siquiera es el epicentro del Festival Internacional del Títere. De hecho, es mucho más utilizado por el Festival Iberoamericano de Teatro. El otro pivote de esta posible apuesta, el Museo del Títere, que se inauguró con una exposición de arte mientras no llegaba la colección de Ismael Peña,  tiene una mayor implicación en el festival. De todas formas, el lustroso museo abovedado no parece que haya despertado aún el interés de los gaditanos que, sin embargo, sí que acuden con asiduidad al Castillo de Santa Catalina (que atesora el programa expositivo mejor armado) y al Baluarte de la Candelaria, dos de los centros culturales más consolidados junto al Teatro Falla y la Central Lechera.   

 

Quizás, espacios monumentales como el propio Museo del Títere o el Espacio de Creación Contemporánea (ECCO) necesitan de un mayor apoyo de actividades didácticas y pedagógicas que animen a la ciudadanía a participar de ellos e, incluso, a ser agentes creadores y no meros receptores. 

 

El ECCO, un espacio muy criticado por todos los frentes de la oposición a pesar de contar con una programación algo más arriesgada, tiene una historia salpicada de cambios de planes. Así, en los tres años que duró la iniciativa Cádiz (06, 07 o 08) Arte Contemporáneo, una feria de arte que se celebraba en Santa Catalina, el Ayuntamiento adquirió diferentes obras "para incrementar los fondos del futuro centro" y completar su oferta junto a la estrella del programa, el Valle de los Caídos. La colección de Los Costus llegó ocupando, con todo derecho, un lugar privilegiado; sin embargo, a posteriori, se decidió que el resto de piezas compradas para el centro no vieran su destino inicial. En el ECCO nunca se han exhibido esos fondos.

 

Museos más tradicionales, como el Museo Municipal y el Litográfico, necesitarían de una revisión en su musealización. El contenedor de esa joya que es la maqueta de la ciudad del siglo XVIII pide a gritos un audiovisual o cualquier otra fórmula con la que el visitante pueda acceder a su espacio sagrado, intocable y, por ello, lejano. El Litográfico, en un espléndido emplazamiento, es, con poco riesgo a equivocarnos, uno de los más desconocidos museos de Cádiz. Que varias reformas lo hayan mantenido cerrado en diversas ocasiones y que no cuente con una difusión atractiva de su contenido  lo han colocado a la cola en el ranking de visitas en no pocos periodos.  

 

Además de museos, Cádiz tiene centros de exposición. Muchos, muchísimos. A los ya mencionados se unen, Sala de Exposiciones El Pópulo, Casa de Iberoamérica (que tuvo mucho protagonismo en el Doce y que luego se ha desinflado), centro cultural Reina Sofía... Éste último custodia la colección del escultor Juan Luis Vasallo y el legado artístico de la familia Arámburu-Picardo. ¿El problema? En el imponente antiguo Gobierno Militar conviven estas exposiciones permanentes con bibliotecas de diferentes fundaciones, legados aún no expuestos como el de Ory (¿su Postismo no podría encontrar hueco en el ECCO situándolo como autor-puente entre generaciones?) y con las propias dependencias de la Fundación Municipal de Cultura, hecho que, quizás, dificulta la puesta en valor de las muestras que esperan al espectador en los pisos superiores. Poca visibilidad, al fin y al cabo, cuando, afortunadamente, se cuenta con otros espacios. 

 

Porque si de exponer se trata, hasta en el Centro Flamenco de la Merced hemos tenido la oportunidad de ver alguna que otra muestra. Este centro, por cierto, presenta una de las programaciones más famélicas de la ciudad. Si las actividades abiertas al público han decaído con los años, tampoco se ha convertido en centro neurálgico para la creación flamenca. Clases de baile, talleres magistrales en verano y la preparación de algunos espectáculos de artistas gaditanos -hay gloriosas excepciones, Rocío Molina y su Oro viejo en 2009- conforman el contenido actual del centro que tampoco ha sido motor cultural del Barrio de Santa María. 

 

Los espacios escénicos más asentados, La Lechera y el Falla, sí cuentan con el respaldo de los gaditanos. El primero se levanta, posiblemente, como la sala de exhibición con una de las líneas más definida (la escena independiente y experimental) mientras que en el coliseo principal de la ciudad se opta por una línea más comercial y del gusto "para todos los públicos", así, no se compromete con una seña de distinción como, por el contrario, se apuesta en otros teatros de la provincia como el Villamarta de Jerez (con la ópera) o el Pedro Muñoz Seca de El Puerto (con el teatro). Cuestión de gustos. Eso sí, se echan de menos las visitas guiadas.

 

Otra escena que históricamente ha contado con el beneplácito del gaditano, el Teatro Pemán, permanece dormido en el Parque Genovés junto a una pérgola novísima. Las bóvedas de San Carlos y San Roque comienzan a despertar.   

 

En el apartado de bibliotecas municipales, la desigualdad entre el centro y Extramuros vuelve a llamar la atención. Santa María, Barrio de la Viña (un poquito olvidada) y José Celestino Mutis, en el casco histórico, y la Adolfo Suárez, en Puertatierra. Hagan la cuenta. En ninguna de ellas los colectivos literarios de la ciudad tienen su sitio. Tampoco en otra parte. 

 

Los depósitos de Tabacalera, la gran esperanza de los habitantes de Extramuros que demandan equipamientos culturales, se dibujan como una oportunidad para emprender algo nuevo. Además de descentralizar la oferta, estas enormes instalaciones podrían dar cabida a experiencias de autogestión ciudadana donde siempre es más fácil que florezca la diversidad y la transversalidad. Otro tipo de cajón desastre, quizás, pero donde el ciudadano sea el que ponga su propio caos al servicio del orden. Al menos, con este tipo de iniciativas la política cultural encontraría un objetivo más allá del resultado de la suma de proyectos deslabazados. 

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