Los caminos de Sevilla

Rocío 2022: El cruce por el vado del Quema, un mar de interior

  • Triana y Sevilla casi se dan la mano en uno de los enclaves más simbólicos del camino

  • La falta de lluvia deja al río Guadiamar con una corriente mínima y escasa agua

  • Los primeros días de romería evidencian mayor afluencia de peregrinos tras dos años de pandemia

  • Villamanrique, un fortín del arte campestre

Salve en el Vado del Quema / Antonio Pizarro

Ella se llama Carmen y es la segunda vasca que me encuentro estos días con la Hermandad de Triana. Al igual que Nieves, con la que coincidí en Castilleja de la Cuesta, viene de San Sebastián. Antes de que el cronista tenga tiempo de formular pregunta alguna, la guipuzcoana hace una declaración a voz en grito: "¡Soy Carmen de España!¡Española!". Carmen acaba de comprar en el quiosco del vado del Quema una cerveza en lata. El reloj aún no marca las 9:30, pero el gaznate de esta peregrina ya está bien satisfecho desde temprana hora. Se ha levantado antes de que despuntara el alba, momento en el que se ha tomado el mejor reconstituyente para espabilarse del sueño. Se ha venido arriba tras varios tragos de anís, sustituto idóneo del pacharán norteño. Luego se ha "emperifollado" para echarse a andar. 

Carmen tiene voz y cuerpo de líder femenina en pelota vasca. Reaños no le faltan. Un revés suyo puede estampar en la cara surcos como los que dejan las carretas en las arenas (tópico incluido). Ha perdido la cuenta de las romerías que viene acompañando a Triana. Tanto es el tiempo transcurrido, que ya ejerce de madrina de bautizo. Su ahijada recibe el nombre de Ajito de Toledo, en honor a la ciudad de donde procede. Ni chacolí ni mazapán llevan en su carreta, manjares olvidados por un buen trago de Cruzcampo. 

Las vascongadas y Castilla La Nueva (en lenguaje antiguo) se unen por esta Baja Andalucía, en los prolegómenos marismeños y tras varios días de camino. "¡Es la grandeza de España!", grita la toledana mientas se coloca unas gafas oscuras para evitar los rayos de sol, que ya despunta en lo alto. 

Peregrinas de Triana, en una carreta de bueyes, pasan el vado del Quema. Peregrinas de Triana, en una carreta de bueyes, pasan el vado del Quema.

Peregrinas de Triana, en una carreta de bueyes, pasan el vado del Quema. / Antonio Pizarro

La mañana ha sido productiva en encuentros multiculturales (expresión políticamente correcta). Poco antes de que la caballería trianera cruzara el río Guadiamar, Reyes Gross es testigo de un bautizo rociero. Acompaña a Triana desde hace más de 30 años por estas sendas. Nació en Colombia, se crio en Barcelona y se casó en Suiza. Desde entonces permanece en aquel país. Su primer Rocío lo vivió en 1986. Vino invitada por unos sevillanos que conoció en una montería. Con un hablar pausado, explica que la vinculación con esta fiesta se la debe a la patrona de Sevilla, advocación fernandina de la que recibe el nombre. "Fue la Virgen de los Reyes la que me llamó para que hiciera el camino con Triana, porque es la única hermandad que la lleva en su carreta", abunda. 

Una multitud acompaña a Triana a su paso por el Quema. Una multitud acompaña a Triana a su paso por el Quema.

Una multitud acompaña a Triana a su paso por el Quema. / Antonio Pizarro

A Reyes la acompaña Pilar Moore, trianera con más de 50 Rocíos. Presencian el bautizo del nieto de Pilar, Benjamín Galán, que recibe el nombre de Junco de las Marismas. Una escena que se repite por doquier mientras la comitiva romera que inaugura este viernes el paso por el Quema se adentra en un río de agua estancada. Cerca de allí Adolfo Valle bautiza a los nuevos integrantes de su carriola. Son tres este año: Azucena de Triana, Alegría de la Marisma y algo tan berlanguiano como Mickey Mouse de Triana. "Esto último nada tiene que ver con aquel comentario en la final de la UEFA", se apresura a decir el joven. El nombre obedece al estado de voz del nuevo peregrino, al que la afonía lo ha condenado a un absoluto silencio para el resto del camino.

Peregrinas de Triana por las aguas del Guadiamar. Peregrinas de Triana por las aguas del Guadiamar.

Peregrinas de Triana por las aguas del Guadiamar. / Antonio Pizarro

El vado está colmatado de gente. Triana ha llegado puntual a la cita. Incluso antes de que el reloj marcara las 8:30. Aseguran que este año, tras dos primaveras sin romería, viene más gente acompañando a la hermandad. Acudir al Quema para presenciar su paso no ha resultado nada fácil. Los caminos, secos por la falta de lluvia, levantan una polvareda que a primera hora del día simulaba la niebla londinense. Numerosos puestos de control de la Guardia Civil. En el último de ellos los agentes impiden el paso a los vehículos de prensa acreditados. Y ello, pese a mostrar la documentación facilitada por la delegación del gobierno de la Junta. La razón: el "efecto llamada" que provoca la corporación del antiguo arrabal. "Nos han pedido autorización hasta para autobuses con viajeros", aseguran desde las altas instancias. El coche se deja aparcado, a su suerte, junto a un matorral. 

Sombreros levantados. Sevilla cruza el Quema. Sombreros levantados. Sevilla cruza el Quema.

Sombreros levantados. Sevilla cruza el Quema. / Antonio Pizarro

Ponerse al pie del Guadiamar aniquila el romanticismo que cantan las sevillanas. El río se ha reducido a una charca de lecho pedregoso. Contiene todo tipo de sustancias. No faltan las heces de los caballos que los romeros andantes esquivan con desigual fortuna. La turbidez del agua es tal que el rastro del barro queda estampado en las camisas de los bautizados en la fe rociera. El único resquicio bucólico se ciñe al sonido de las herraduras ecuestres al cruzar el vado. O en las imágenes pintorescas que ofrecen los peregrinos con la más variada gama de calzado acuático. Ellas, con sus batas recogidas de las más diversa forma. Ellos, con sombrero de ala ancha, pantalón remangado y chancla de tiras. Ni la alta costura inventa tal componenda.

Y vamos apurando, que llega Sevilla. La hermandad del Salvador, con un día más de camino, viene envuelta en una nube de polvo. La sequedad de esta tierra -casi rojiza- es más que palpable. Su caballería se coloca en una margen del río, como partícipe activa de la escena que en pocos minutos protagonizan los peregrinos de cordón blanco y verde. La carreta del simpecado se queda en el centro del vado, río adentro, donde no lo hacen otras. Empieza el ritual que la pandemia ha robado dos primaveras. Sombreros en alto. Cante al unísono. Ya no importa la turbidez del agua. Ni la escasa corriente. Ni el estómago en ayuno. Ni el coche aparcado a su suerte. Ni que un caballo se orine a tu lado y acabe salpicándote. Sevilla cruza el Quema. Eso cala hondo. Como un mar de interior. 

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