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Un Pentecostés sin romería

Colas en Triana y Gines para festejar un Rocío sin camino

  • No faltaron ni lo cohetes ni el sonido del tamboril en el antiguo arrabal sevillano

  • La localidad del Aljarafe mantiene el día festivo pese a no irse de romería

El interior de la capilla del Rocío de Triana, en la mañana en la que salen las carretas.

El interior de la capilla del Rocío de Triana, en la mañana en la que salen las carretas. / Juan Carlos Vázquez

El rastro de un cohete quiebra el celeste del cielo en la mañana de mayo. Su estruendo retumba en el viejo arrabal sevillano. Se escucha desde la estación de Plaza de Armas, donde se recobra la normalidad tras dos meses de escasa afluencia de viajeros. No es la única señal sonora de una jornada que años atrás se vivía desde el alba, bien temprano, en las calles de Triana, donde algunos equipos de música reproducen, a todo volumen, sevillanas de una romería que este Pentecostés se quedará en casa. Sin salir. 

En la calle Evangelista hay medio centenar de personas a las puertas de la capilla rociera. Son las 9:20. La misa de romeros aún no ha acabado. Se celebra en el interior con un aforo muy limitado. Desde fuera se escuchan los cánticos. Al terminar la salve, un devoto grita los vivas correspondientes, vítores propios que se lanzan en esta mañana cuando el Simpecado es colocado en la carreta. Ya sea en la parroquia de Santa Ana, en la de San Jacinto o en esta misma calle, donde se tiran de nuevo cohetes. 

Algunos transeúntes contemplan la escena con cara de sorpresa, de estupefacción y hasta de enojo. "¿Para estos no existe el coronavirus?", se queja el conductor de una furgoneta al pasar por esta vía, donde el tráfico es constante. Los presentes ignoran el reproche y se colocan en fila para entrar en el recoleto templo. Todos llevan mascarillas. Algunas de ellas con el nombre del barrio más famoso de la ciudad. Uno de los devotos reparte romero, mientras que otro lo esparce por el suelo, a la entrada de la capilla y bajo el azulejo de la Blanca Paloma. 

Al son del tamboril se abren las puertas de la capilla de la Virgen del Rocío en Triana, con romero en la entrada. Al son del tamboril se abren las puertas de la capilla de la Virgen del Rocío en Triana, con romero en la entrada.

Al son del tamboril se abren las puertas de la capilla de la Virgen del Rocío en Triana, con romero en la entrada. / Juan Carlos Vázquez

Miembros de la junta de gobierno organizan la fila. Ruegan a los que están en la acera de enfrente (sin segundas) abandonar este sitio por seguridad. Un ciclista hace caso omiso a la recomendación y se sitúa justo delante de la capilla para ver el momento en que se abren las puertas. Sale entonces el tamborilero. Hay quien se arranca a cantar una sevillana para aliviar la espera. Intenta alegrar una mañana que se hace más rara en el ánimo de los presentes conforme pasan los minutos. "A esta hora la hermandad estaría llegando al Altozano", comentan dos devotas.

Si años atrás describíamos las distintas modalidades estéticas en el peregrinar a la marisma, también el coronavirus ha traído una variedad de formas a la hora de prevenirlo. Igual que existe el rociero de diseño -neorrociero, según los más versados-, hasta la capilla de la Virgen del Rocío -La Chiquetita- llegan romeros de cordón verde y mascarilla de estampados sofisticados. Nada escapa a la improvisación. Ni a la cursilería.

Dos devotas emocionadas al escuchar la salve desde fuera de la capilla. Dos devotas emocionadas al escuchar la salve desde fuera de la capilla.

Dos devotas emocionadas al escuchar la salve desde fuera de la capilla. / Juan Carlos Vázquez

Dos encargados vigilan el aforo de la capilla. El Simpecado que diseñara Gómez Millán está entronizado en la carreta de Armenta. Lo adornan flores de color malva, como es tradición cada miércoles de Rocío. A su alrededor, macetas de pilistras recuerdan aquellos viejos patios trianeros que aún hoy, aunque pocos, se conservan en esta margen del río. 

En escasos metros se ha abandonado la charla, el ruido del tráfico y el bullicio exterior por este silencio interior que no perturba nadie. Se olvidan las prisas. Y hasta parece que el tiempo se detiene en este minúsculo templo donde hay quienes se arrodillan ante "la Virgen". Y quienes bajo la mascarilla disimulan el tímido llanto que asoma por los ojos. El camino más duro, como la procesión, siempre va por dentro. 

Un rociero de Gines grita los vivas tras rezarse el Ángelus. Un rociero de Gines grita los vivas tras rezarse el Ángelus.

Un rociero de Gines grita los vivas tras rezarse el Ángelus. / Juan Carlos Vázquez

En Gines, la ahijada de Triana, la escena se repite. El pueblo aljarafeño vive una jornada festiva sin fiesta. Es miércoles de Rocío sin carretas en el redondel de la plaza ni sevillanas que calen hondo desde los balcones, o desde el suelo, cuando el Simpecado desciende de la parroquia y el Mani se arranca a cantar. Ese justo momento en que las palmas logran el compás espontáneo que pellizca el alma.

Tan distinto a lo presenciado ahora, con calles sumergidas en la quietud propia de una tarde de domingo. Soledad de mediodía sólo rota por el eco de un altavoz colocado en la ermita de Santa Rosalía. Allí, a la hora del ángelus, una larga hilera de personas envuelve la plaza donde se ha esparcido abundante romero y los vecinos han colocado macetas. Todos guardan cola para entrar en la capilla. 

Una foto a gran tamaño del Simpecado adorna la fachada de la casa hermandad del Rocío de Gines. Una foto a gran tamaño del Simpecado adorna la fachada de la casa hermandad del Rocío de Gines.

Una foto a gran tamaño del Simpecado adorna la fachada de la casa hermandad del Rocío de Gines. / Juan Carlos Vázquez

Esperar al sol hace sudar lo suyo. Se advierte por megafonía, en reiteradas ocasiones, de la necesidad de guardar la distancia de seguridad, un deber no siempre cumplido. Entre los presentes, cara de extrañeza y ánimo contrariado. "Al año que viene, Dios dirá". Es el consuelo de una vecina mientras abandona la pequeña capilla, en cuyo porche se proporciona hidroalcohol para las manos y se reparten estampas.

Una niña deposita un ramo de flores a los pies del Simpecado de Gines. Una niña deposita un ramo de flores a los pies del Simpecado de Gines.

Una niña deposita un ramo de flores a los pies del Simpecado de Gines. / Juan Carlos Vázquez

Dentro, una constante ofrenda de flores cubre los pies del Simpecado. Otra devota, al abandonar la plaza, mira hacia atrás, contempla la escena y tras besar la foto que le han dado, agacha la cabeza con resignación. Gines se queda en el pueblo. Camino de interior. Penitencia de mayo.

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