Pablo Juliá | Fotógrafo

“Ahora todo el mundo se dedica a hacer vídeos que me dan mal rollo”

Pablo Juliá.

Pablo Juliá. / Juan Carlos Muñoz

El fotógrafo Pablo Juliá, nacido en Cádiz en 1948, pero afincado en Sevilla desde 1967, presentó anoche, en el Real Alcázar de la capital andaluza ‘Fotografía y palabra’ (Sílex Ediciones), una selección de textos e imágenes propias a través de las cuales ofrece su particular visión de la Transición española. Juliá, un histórico del diario El País y uno de los periodistas gráficos más importantes de la historia de Andalucía, dirigió el Centro Andaluz de la Fotografía durante nueve años (2007-2016).

–¿Qué muestra en su nuevo libro, Fotografía y palabra?

–Es una revisión de las fotografías que hice en la Transición. Pero tengamos en cuenta que es mi Transición, lo que yo vi, no es la general. Por lo tanto, faltan y sobran cosas. Es la que ha permanecido en mí a lo largo del tiempo y lo que yo hago en el libro es una serie de comentarios actuales sobre aquella época.

–¿La Transición fue esa quimera que aún nos siguen contando o en realidad no fue para tanto y se quedaron muchos cabos sueltos?

–Yo creo que hay que hacer un buen estudio sobre la Transición, que no está hecho. La Transición significó, entre otras cosas, que señores como Fraga y Carrillo hablaran, que hubiera una búsqueda de la centralidad. Hoy la política está manchada de mal rollo, de odio, y eso no lo hemos aprendido de la Transición. En todo proceso de cambio se dejan un montón de flecos sueltos, claro que los hay, y algunos muy importantes. Pero lo que significó y que nos encontremos en el país que estamos, el que mis nietas estén en el mismo periodo en el que nosotros estamos, ha sido gracias a la Transición. Y eso es muy importante. Otra cosa es que haya gente a la que no le interese la Transición, porque quieren enviar un mensaje de rabia y odio.

–¿Cómo vivió personalmente la Transición?

–Sabíamos que estábamos haciendo un cambio, aunque no sabíamos a dónde íbamos a llegar. Suponíamos que a una república, que podría haber estado presidida por Felipe González. Pero luego las cosas fueron modificándose, porque se fue buscando la centralidad, el acomodo de todos tras la salida de una dictadura. Yo lo viví con pasión, me encantó vivirlo. Y claro que hubo ratos muy malos, pero por encima de todo teníamos la sensación de tener un papel muy relevante, que es algo que no tienen todas las generaciones. Hubo momentos graves, como fue la muerte de Franco y el golpe de Estado de Tejero que fue algo... Por suerte, finalmente salió todo bien. Todo aquello propició el suelo que hoy tenemos, que es algo muy importante, y digno, que hay que tener muy en cuenta.

–¿Ese suelo que se construyó sigue firme o tiene grietas?

–Estamos jugando con fuego. Hay momentos en los que pienso que la situación puede involucionar en negativo. Si uno ve el panorama en Europa y ve que hay un rechazo generalizado a determinadas cosas que aquí se permiten... Estamos blanqueando a la derecha y a la corrupción, y eso me parece muy peligroso.

–Después de seis décadas tras la cámara, ¿qué queda del Pablo Juliá que tomó su primera fotografía?

–La seña de identidad que permanece, a pesar de que hoy ya no tiene la misma significación hacer una fotografía a la que tuvo hace cuarenta años, es la pasión. La pasión es clave en la fotografía. Quien no tiene pasión que se dedique a otra cosa, que monte una ebanistería o se dedique a ser modisto. Si no tienes pasión no te dediques a esto. Lo analógico sirvió para mucho. Ahora ya no buscamos la esencia de las cosas, si no como fluyen. Ahora todo el mundo se dedica a hacer vídeos, que a mí me transmiten muy mal rollo, porque ya no tiene nada que ver con la esencia.

–¿Cómo cree que ha evolucionado el fotoperiodismo en las últimas décadas?

–El código identitario de la mayoría de los medios ya no es contar de una manera diferente. Aunque siempre hay excepciones. Hoy un fotoperiodista no tiene la misma consideración que tenía en mi época. En verdad, no me gusta el término fotoperiodista, que parece un término no agradable, y prefiero el de periodista gráfico.

–¿Siempre le ha movido la misma intención a la hora de tomar una fotografía o ha variado según el contexto y el personaje?

–Un fotógrafo siempre tiene que tener intención, en lo que hace, y sobre todo si trabaja en periódicos. Tener el ojo preparado. Que esa intención se pueda entender como negativa o positiva, depende del contexto y del tema. A veces las personas transmiten un aura negativa o positiva y tú solo tratas de recoger eso. Otras veces intentas transmitir que está diciendo la verdad o está mintiendo sobre lo que está contando. Por encima de todo hay que ser honesto. Tú eres un mensajero y debes transmitir con la mayor veracidad.

–¿La fotografía es crónica de la actualidad o memoria del pasado?

–Ambas. A veces una fotografía que tomaste hace diez años sirve para contar la actualidad. Eso es un valor añadido que tiene la fotografía, que a veces pasa a ser historia.

–Es autor de fotografías muy icónicas, que permanecen en el tiempo. Sin embargo, ¿cuál le hubiera gustado hacer y no hizo?

–Es una pregunta muy difícil de responder. Nunca lo he sabido. Por ejemplo, mi fotografía del niño en el semáforo, parece que no significaba nada en su momento, y luego significa mucho más de lo que había previsto. No se puede inventar sobre ese futurible. A lo mejor me encuentro una chiquilla por la calle y esa sería la foto que siempre hubiera querido hacer.–De no haberse dedicado a la prensa, ¿se imagina como otro tipo de fotógrafo?–Me hubiese encantado hacer fotos de bodas. Si me ofrecen ese puesto de trabajo lo acepto inmediatamente, porque siempre me ha interesado.

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