"La ciencia y la religión no siempre han estado enfrentadas"
Daniel Fopiani, sargento de Infantería de Marina, publica El linaje de las estrellas, su cuarta novela, que arranca con un cuerpo encontrado en el Panteón de Marinos Ilustres
"Mi experiencia militar me ha permitido visitar lugares y conocer culturas que de otra forma habría sido imposible, y eso abre mucho la mente"
"El lado oscuro de Cádiz merece contarse"
Daniel Fopiani (Cádiz, 1990) es sargento primero de Infantería de Marina y escritor. Ha estado desplegado como jefe de los equipos operativos de seguridad en el norte de Europa, el golfo Pérsico, el mar Rojo, Turquía, Egipto e Irak. Su primera novela, La carcoma, obtuvo el premio Valencia Nova de Narrativa. A esta primera obra le siguieron La melodía de la oscuridad, El corazón de los ahogados y la reciente El linaje de los estrellas. Escribe activamente para la revista Zenda, ha trabajado como columnista en varios periódicos de la provincia de Cádiz y ha sido director de la revistal cultural RSC durante más de cinco años.
Lo primero que se me viene a la mente al ver la sinopsis de su novela es Petirrojo, de Jo Nesbo, ¿lo ha leído?
No. Yo quería utilizar una figura que es muy poco conocida en la sociedad, que es la del capellán castrense. Yo hasta hace poco tiempo veía a los sacerdotes como personas con vidas tranquilas, sosegadas y destinadas a la oración, pero estos sacerdotes están desplegados con nosotros en los sitios de operaciones. Tienen formación militar y adiestramiento físico. Es algo que me llamó la atención cuando ingresé en las Fuerzas Armadas y quería utilizar en alguna de mis novelas.
Es un personaje con dudas y además es experto en Física, un poco como una mezcla entre San Manuel Bueno y Oppenheimer, ¿no cree?
Jajaja, sí, podría ser. Encontramos a un sacerdote con muchas dudas espirituales y que además es licenciado en Física teórica y de partículas, que es un tema que también me apasiona. A lo largo de la trama tendremos una mezcla de ciencia y religión, que no siempre han estado enfrentadas. Hay sacerdotes que han hecho grandes aportes científicos, como Georges Lemaitre, el padre del big bang, o grandes científicos que han terminado siendo creyentes porque no han sido capaces de explicar algunas cosas a través de la ciencia. El Vaticano tiene su propio observatorio.
Y al cura lo pone a usted a investigar una red vinculada con los nazis en Cádiz...
Siempre he sido un apasionado de ese periodo histórico de la II Guerra Mundial y de la Alemania nazi. Uno de los elementos que los caracterizaba era que querían destruir el cristianismo para construir su propia religión. A esto se suma que coincidí con un periodista especializado en la presencia de los nazis en Cádiz, Wayne Jamison, y tenía esa oportunidad de colocar esvásticas en la provincia de Cádiz sin que eso suponga faltar a la verdad. De hecho allí, en Zahara está la playa de los alemanes, que se llama así por la presencia que tuvo de nazis. Luego descubrí que tuvieron una ligera obsesión por el ocultismo y esos objetos de poder que parecen sacados de Indiana Jones. Parece algo de fantasía pero no hace tantos años de esto, ojo. Hablamos de hace 80 años, no de 1.500. Entonces me pregunto qué ocurriría si estas ideologías de extrema derecha que ahora estén en auge siguiesen con este tipo de filosofías, o si al menos lo hiciera un reducido grupo de personas.
Todo empieza en el Panteón de Marinos Ilustres, un lugar no muy conocido para el gran público.
En San Fernando sí se conoce, pero no tanto en el resto de España. Uno de mis objetivos es compartir con mis lectores parte de la experiencia que he adquirido en el Ejército en los más de 15 años que llevo. No sólo contar el día a día de la vida en un acuartelamiento militar y nuestro trabajo, sino también en dar valor histórico al patrimonio que tenemos relacionado con el Ejército. El Panteón es el centro espiritual de la Armada. Allí se rinde homenaje a todos los que dieron su vida por España o perdieron su vida en el mar. Ahí oficia misa nuestro protagonista y es ahí donde aparece el cuerpo en los primeros capítulos. Era un lugar perfecto para encuadrar ese crimen y crear una escena que impacte al comienzo, pero siempre envuelta dentro de esa espiritualidad y en esa religión que envuelve toda la trama.
No sólo entran ganas de visitar el Panteón, hay más edificios militares en su novela.
Otro de los que aparecen es el Real Observatorio de la Armada, que es uno de los centros astronómicos más importantes del país y en el que se distribuye la hora oficial de España, la que tenemos en nuestros relojes y nuestros teléfonos.
¿Cómo acaba un sargento de Infantería de Marina escribiendo novelas negras?
La escritura vino antes. Y antes aún la lectura. Tuve la suerte de criarme en una casa en la que los libros estuvieron muy presente. Mis padres leían. Con 14 ó 15 años empecé a escribir mis primeros relatos y cuentos y presentarlos a certámenes literarios. Gané algunos premios muy humildes. Y con 18 años ingresé en las Fuerzas Armadas y luego ascendí a sargento. Ya con la vida algo más establecida decidí dedicarme profesionalmente a la escritura. Mi primera novela la escribí prácticamente entera en una zona de operaciones, gané el premio Valencia de narrativa y eso me abrió las puertas al mundo editorial de primer nivel. Las letras estuvieron antes que el Ejército y el Ejército llegó a mi vida porque soy de Cádiz y vivo en San Fernando desde hace muchos años, que es una ciudad prácticamente militar. Yo veía amigos que entraban en el Ejército y ya tenían sus sueldos. Era el periodo de crisis, en 2008, y vi un trabajo estable que era la solución a mis problemas porque vengo de una familia humilde. He empezado a valorar lo bueno que es mi trabajo a lo largo del tiempo y de los años. Me cuesta creer a aquellos que dicen que con 17 años tienen claro lo que van a hacer en la vida. Yo lo he valorado después.
¿Y el género? ¿No hay ya demasiadas novelas negras?
Está en auge, sí. Y es muy difícil hacer algo diferente entre la avalancha de thrillers que se publican casi semanalmente. Para mí el género negro ofrece muchas ventajas. Por un lado tenemos esa trama que va a mantener al lector enganchado, pero luego nos permite hacer mucha crítica social, que es realmente lo que me importa de mis obras. Con la anterior novela, El corazón de los ahogados, hacía uina reflexión profunda sobre el tráfico ilegal de personas, después de trabajar durante nueve años como jefe de los operativos de seguridad de la Armada en el Mediterránea. En esta, El linaje de las estrellas, trato en profundidad cómo las redes sociales están afectando a la capacidad de atención no sólo de niños sino de adultos y cómo se utiliza en la información en los medios de comunicación, cómo se entera la sociedad de cada caso, cómo se tergiversa a veces.
Esa filosofía de usar la novela negra para la crítica social es muy de los grandes maestros del género, ¿los tiene presentes como referentes?
Los grandes escritores de novela negra clásica han influido en mí, sobre todo en una época temprana, cuando uno intenta siempre copiarlos. Pero en esta época en la que me encuentro intento que mi narrativa sea totalmente original y considero que cada vez estoy más cerca de encontrar mi propia voz. Es mi cuarta novela y tengo muchos lectores que me dicen que son capaces de reconocerme por el estilo narrativo.
Eso es muy difícil, ¿no?
Es lo más difícil. Es lo que más me obsesiona y eso frena también mi proceso creativo. No me ajusto al ritmo desenfrenado de publicar libros cada seis meses o un año. Yo publico cada dos o dos y medio. Para mí ese periodo de maceración es fundamental, la obra final lo agradece. Se nota y se transmite y los lectores un poco más experimentados lo ven.
¿Conoce a Petros Markaris?
Tengo un libro firmado por él, de cuando coincidí en Gijón.
Bien, pues él defiende que los escritores nórdicos siempre crean crímenes muy retorcidos, con víctimas salvajemente torturadas, algo que achaca a que hace mucho frío en sus países, no salen demasiado a la calle...
Jajajaja, y tienen mucho tiempo para pensar. A mí me gusta, la verdad. Y eso que en esta novela me prometí hacer mucha menos sangre, pues venía de hacerle un homenaje a Agatha Christie con diez cadáveres en una isla tan pequeñita como la de Alborán.
¿Marca algo su literatura su condición de militar?
En las dos últimas novelas he utilizado mi experiencia militar. A mí esa marcialidad, esa firmeza o esa puntualidad me han servido para no tirar la toalla como escritor, pero también para visitar lugares y conocer culturas que no habría conocido de otra forma. Y eso abre mucho la mente. He trabajado nueve años contra la inmigración ilegal. Eso me da mucho material para escribir y para compartir nuestro día a día con la sociedad, que ya sabe que la mayor parte de nuestro trabajo es de carácter humanitario. El Ejército español tiene sus características y sus vicisitudes, yo cuento la parte buena pero también las miserias, como las de cualquier otro oficio.
¿Qué le dicen sus compañeros en el cuartel?
Mis compañeros me leen, pero ahora. En los comienzos nadie me hacía caso. Hasta que mis libros no estaban en las librerías ni salían en prensa no me tomaban en serio, pero es algo entendible. Hoy ya hay algún alto mando que me ha dado la enhorabuena por la labor de transmitir esa buena imagen del Ejército y ayudar a romper esos prejuicios de que los militares son personas incultas que sólo saben pegar tiros. A día de hoy, en nuestro ejército profesional entran muchas personas con carreras y una formación muy elevada.
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