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"La presión no está en las estrellas, se sienta a la mesa"
Marta Martínez Novoa. Psicóloga
Marta Martínez Novoa revela en El síndrome de la chica buena (Zenith) uno de los patrones de comportamiento que más se repiten y que acaban provocando gran insatisfacción en las personas. Graduada en Psicología, tiene una amplia formación en psicoterapia, relaciones de pareja, violencia de género y autoestima. Tras regresar, en octubre de 2020, en su natal Sanxenxo (Pontevedra), creó su exitosa cuenta de Instagram, donde divulga sobre psicología desde una perspectiva científica y accesible para todos los públicos.
-¿Es malo ser buena?
-Es malo ser buena cuando ese concepto de bondad está distorsionado. Socialmente, el concepto de bondad en las mujeres está muy relacionado con la sumisión, con ser complaciente, con darte al otro aunque tú te quedes la última.
-¿Qué es el síndrome de la chica buena?
-Es un patrón de comportamiento, de relación contigo misma y con los demás, que se basa en dar por hecho que sólo te vas a sentir protegida y no te vas a sentir sola si te das a los demás, si priorizas sus necesidades sobre las tuyas, si eres lo que esperan que seas, si te adaptas a los demás. Pero es una protección falsa porque no vives conectada contigo misma y, por tanto, no puedes atender tus necesidades ni tus propósitos vitales y, al final, no eres feliz.
-Síndrome de la chica buena, síndrome de la impostora... ¿nos afecta todo más a las mujeres? ¿Por qué?
-Nos afecta sobre todo más a las mujeres porque estamos afectadas por los mandatos de género. Los seres humanos tendemos a establecer constructos, a clasificar ciertas características, estereotipos generales, asociándolas a personas o grupos sociales. Se ha generado socialmente la idea colectiva del constructo de masculinidad y el constructo de feminidad; dentro del constructo de feminidad asociamos a las mujeres la fragilidad, la dulzura, la complacencia, la vulnerabilidad, el cuidado al otro. En los hombres es todo lo contrario: están más asociados a la fuerza, a no mostrarse vulnerable, a la inteligencia, al éxito, a pensar en ti mismo. Las características que están relacionadas con el constructo de feminidad son justamente las que definen el síndrome de la chica buena, por lo que está normalizado y, además, reforzado.
-Las mujeres nos solemos relegar al último lugar. ¿Qué culpa tiene la educación de esto?
-Lo que se espera de las mujeres principalmente es que estemos para cuidar y sacrificarnos, que no es lo mismo que esforzarnos: está muy bien esforzarte por tus objetivos, pero no sacrificarte hasta el punto de que tú quedas en último lugar o ni siquiera sabes si ese objetivo era tuyo o lo que crees que esperan de ti. Al final, es muy difícil que las mujeres estemos conectadas con quiénes somos porque no tenemos un entorno social idóneo para aprender a escucharnos. Por eso casi siempre nos quedamos en segundo plano.
-¿Nos hemos olvidado del autocuidado?
-Nos hemos olvidado del autocuidado porque, a veces, ni siquiera sabemos lo que es. El autocuidado también es algo tan básico como atender a tus necesidades fisiológicas y que a veces pasamos totalmente por alto porque creemos que tenemos que dar una imagen.
-Últimamente se pone mucho de manifiesto la 'invisible' carga mental. ¿Cómo nos afecta?
-La carga mental afecta muchísimo porque está muy normalizado y reforzado, lo típico de ser una superwoman. Eres una superwoman cuando no se te pasa nada a nivel laboral, ni como madre (ahí hay muchísima presión), como amiga, como hija... Tienes que ser perfecta en todos los ámbitos, y eso implica que te encargues de cosas que se podrían delegar o compartir. Eso tiene, para nuestra salud mental, una carga muy importante porque deteriora nuestra autoestima cuando vemos que no llegamos a todo.
-¿Sigue siendo tabú hablar de la salud mental? ¿Le damos su lugar?
-Ya no es tan tabú, pero siento que hay una salud mental de primera categoría y otra de segunda. De ansiedad ya no nos importa tanto hablar, pero la salud mental no es sólo ansiedad: hay también trastornos psicóticos, como la esquizofrenia, y de eso hay mucho desconocimiento y sigue habiendo estigma. Y hablamos de salud mental, pero no necesariamente mejor porque a veces se banaliza o todo se patologiza.
-¿Estamos normalizando expresar las emociones?
-Sí, pero sigue habiendo algunas emociones que todavía están muy mal vistas, como la ira, que justamente es una de las del síndrome de la chica buena y la más conflictiva a la hora de regular. La ira se regula, por ejemplo, poniendo límites, diciendo que no. Y esto todavía no está bien visto.
-¿Nos falta inteligencia emocional?
-Nos falta inteligencia emocional, pero es normal porque ni nuestra generación ni las pasadas hemos recibido una educación emocional de calidad. Nunca se le ha dado el papel central que tienen en nuestras vidas.
-¿Qué le parece el auge del positivismo?
-Me parece peligroso porque creo que está bastante mal entendido. Una cosa es la resiliencia, la fuerza de anteponerte y seguir adelante, y otra es la positividad, que llamamos desde psicología tóxica, del si quieres puedes o si yo pude tú también vas a poder. Eso no funciona así, son afirmaciones totalmente absolutistas que no funcionan para todo el mundo porque no se tiene en cuenta el contexto, las capacidades y limitaciones de cada persona y, al final, llevan inevitablemente a la frustración en una sociedad en la que todo lo queremos inmediato y fácil.
-¿Qué esconde el término 'delulu', tan de moda entre los más jóvenes?
-Creo que es una consecuencia lógica de la sociedad en que vivimos. Es normal que los jóvenes necesiten crear una palabra específica para sentirse seguros porque nos ha tocado un contexto complicado de pandemia, guerras, polarización... Es una manera de escapar de esta realidad.
-¿Cuáles cree que serían las claves para ser feliz? ¿Nos equivocamos en el camino?
-La felicidad es algo muy subjetivo, inalcanzable, pero sí la podemos reducir un poco al bienestar, y éste sí puede ser alcanzable. Para ello ayuda el estar conectado contigo mismo, saber hacia dónde quieres dirigir tu vida. Es muy importante, aunque difícil, pausar el ritmo de vida frenético que llevamos, parar a no hacer nada para escucharnos, saber quiénes somos y qué queremos para acercarnos a nuestro bienestar.
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