Manuel Mateo Pérez | Escritor y editor

“Hubo épocas en las que la Alhambra estuvo encalada”

Manuel Mateo.

Manuel Mateo. / DS

Manuel Mateo Pérez nació en La Carolina (Jaén) en 1970. Es autor de más de una treintena de libros, ha dirigido numerosos proyectos culturales y editoriales, y está especializado en arte, historia y ensayo. Su último trabajo es un libro de viajes que llama ‘La Alhambra’, editado por Tintablanca, su propia editorial. El libro lleva unas bellas ilustraciones de la malagueña Aixa Portero, artista y profesora de Bellas Artes en la Universidad de Granada. Sus obras están en grandes colecciones y ha protagonizado importantes exposiciones internacionales.

–Se han escrito cientos de libros sobre la Alhambra. ¿Qué tiene el suyo que no tengan los demás?

–Umberto Eco decía que todos, al final, escribimos el mismo libro. Pero uno desea creer que el suyo aporta un acento, un tono, una heterodoxia que no está en los sesudos libros académicos que se han escrito en torno al monumento. Mi libro, cualquier Tintablanca, no es una guía turística. Es un libro de viaje que profundiza en la historia, la memoria, el arte, la visión pasada y actual de aquellos que la conocieron y acabaron, como yo, enamorados de este deslumbrante lugar.

–¿Qué es Tintablanca?

–Una editorial, una marca y el nombre que reciben los libros, para mí, más bellos que se editan en España. Nuestros volúmenes están encuadernados con telas de algodón orgánico y tintes naturales. Además, una Tintablanca es una obra de alta literatura y arte ilustrado. Y si faltaba poco hasta un cuaderno de escritura ligado a la papelería de lujo.

–Hablando del blanco…hay estudios que dicen que la Alhambra en un principio fue completamente blanca.

–Hubo épocas en que los muros y las torres de la Alhambra estuvieron encalados. Hoy no aceptaríamos verla de blanco como sí aceptamos el Albayzín. Con la Alhambra hemos sintetizado nuestra carta de color, la hemos reducido. Tampoco toleramos la policromía de la sala de las Camas, en los baños reales de Comares, aquella suerte de serrallo turco que los Contreras mandaron pintar a mitad del XIX.

–Dice usted en su libro que hay una Alhambra que ya no existe, que fue borrada. ¿Cómo era?

–Lo que sostengo es que no hay una Alhambra más verídica que otra. No es más auténtica ni mejor la primera Alhambra de al-Ahmar, la de Yúsuf I o su hijo Muhammad V. Ni la cristiana, ni la barroca, la romántica o la actual. Todas son reales.

–En cuanto a Boabdil, el último rey de la Alhambra, comenta usted que la historia le ha tratado injustamente.

–Es un desprestigio que se cimenta entre los siglos XVII y XVIII y que el romanticismo trata de resarcir. Hoy sabemos que fue un rey prudente y piadoso, virtudes que pontifica su religión. Lo más inquietante, lo más sobrecogedor, es saber que sus descendientes acabaron siendo mendigos en la medina de Fez.

–El monumento nazarí ha sido vejado, expoliado, convertido en refugio de maleantes… Y ahí sigue, tal vez en busca de la eternidad.

–Porque siempre estuvo habitado y, en realidad, nunca estuvo solo o abandonado. Los mayores daños, los más infames latrocinios, los cometieron sus malos gobernantes cuando los Tendilla dejaron la alcaidía, los últimos tiempos de la invasión francesa y la codicia de algunos viajeros extranjeros y coleccionistas que hoy aún atesoran piezas de incalculable valor.

–También dice usted que la Alhambra tiene la facultad de esconder su lado prosaico de modo que sus arrugas y encorvadas caligrafías pasan desapercibidas.

–No conozco un libro más bello que la Alhambra. Su papel, sus hojas son sus muros. La tinta es mármol, estuco y yeso. Y la poesía es ingrávida, etérea y sigue ahí seis siglos después de que murieran sus últimos poetas cortesanos. Hasta el lado prosaico de la Alhambra, vivificado en sus restos arqueológicos, guarda una extraña y delicada lírica.

–También habla de la importancia del agua en el monumento. Dice que el monumento es agua, yeso y aire.

–El agua es el sustento de la Alhambra. Sin ella no existiría. No hay ningún conjunto patrimonial en el mundo donde un elemento sea tan fundamental.

–Cuál es para usted la estancia en la que el turista debe fijarse más.

–Le voy a confesar algo: me haría feliz que mi libro lo leyera un turista que acabe siendo un viajero. De ser así, este viajero terminará hechizado del monumento en su totalidad. Pero si me pregunta qué tres lugares sintetizan el conjunto en sus diferentes periodos le diría la torre del Homenaje y sus diferentes niveles, la fachada de Comares y cualquiera de las dos grandes portadas monumentales de Carlos V.

–A veces me pregunto qué habría sido de muchos pintores y poetas sin la Alhambra.

–Eso mismo me pregunto yo. Especulo sobre la posibilidad de que Picasso hubiera conocido la Alhambra como sí la conoció Matisse y qué suerte de obra habría puesto en pie el artista malagueño. La Alhambra es muchas cosas a la vez. También una fuente inagotable de inspiración que seguirá alumbrando y ofreciendo respuestas a las generaciones futuras.

–Las ilustraciones, para mí magníficas, le dan un valor especial al libro.

–Hemos tenido la infinita suerte de que la Tintablanca de la Alhambra la ilustre una artista de la talla de Aixa Portero. Es una artista reconocida internacionalmente. Su obra es incisiva, penetrante, provocativa y a la vez sutil, poética, de una delicada elegancia. No se me ocurren mejores adjetivos para calificar las más de cincuenta ilustraciones que contiene el libro, todas ellas obras maestras.

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