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"La maldad fue la forma de ser de la posguerra"

El periodista y escritor, Juan Cruz. El periodista y escritor, Juan Cruz.

El periodista y escritor, Juan Cruz. / Tomás Gómez

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

LA VIDA EN LA PALABRA. Uno de los nombres del equipo fundacional de El País, Juan Cruz (Puerto de la Cruz, 1948) es uno de esos periodistas que lo son por el amor a las historias. Dirigió Alfaguara de 1992 a 1998 y ha plasmado sus experiencias en el amplio mundo de las letras (periodístico y no) en títulos como Egos revueltos (XXII Premio Comillas), Especies en extinción o Por el gusto de leer. Protagonizó recientemente un encuentro de Clubes de Lectura, organizado por el CAL, en la Fundación Unicaja de Cádiz para hablar de su última novela, Mil doscientos pasos (Alfaguara), una crónica de la niñez en la  posguerra.

–¿Cuánto hay de recuerdo y cuánto de ficción en esos ‘Mil doscientos pasos’?

–Ambas cosas se mezclan. Algo inevitable porque, si nos fijamos, cada vez que pensamos en algo, otro pensamiento irreal viene a completarlo o a complicarlo. Cuando escribo ficción es imposible no sentir el aliento de la realidad mezclándose con la fantasía. Una cualidad mía, por decir algo, ha sido siempre mezclarlo todo, todo el tiempo: creer que las cosas no son estancas, que lo que no vive está vivo, que lo imposible es posible... Realmente, es una forma de no dejar de ser niño.

–Pero sí que hubo un momento nuclear real.

–Lo único que fue absolutamente real fue el tema del muro: cuando al protagonista otro niño le estampa la cabeza contra una pared. Hace un par de años, caminando por el sur de Tenerife, la imagen vino nítidamente a mi cabeza y, al ponerme a escribir, ahí salió todo. Todo está basado en cosas que ocurrieron: lo que estoy diciendo a la vez lo estoy viendo, hasta tal punto que no sé si es locura o recuerdo. Pero, ojo, el recuerdo es muy importante, porque es lo que insiste en estar.

–Nuestro poltergeist personal.

–De hecho, sin la capacidad personal del recuerdo uno no podría hacer reporterismo, porque ves las cosas que ocurren y las tienes que contar, y para casi todo has de partir de algo que te sitúe. Yo me podría imaginar a Fernando Fernández caminando delante de La Caleta, pero nunca lo conocí, sólo me habló de él Delkáder, pero puede ser lo más cercano a la realidad de Cádiz que he vivido.

–¿Hay cosas que no entendiera entonces y que hayan encajado ahora?

–Claro, hubo momentos que no llegué a comprender hasta muy tarde. Por ejemplo, la persecución a los homosexuales de mi barrio. Hubo un hecho notorio, un encuentro que tuvo un grupo en un autobús para tener relaciones sexuales, y los guardias recibieron una denuncia, y los detuvieron, se burlaron de ellos, los dispersaron. Esa guagua desapareció. El oprobio fue total y ellos también tuvieron que desaparecer. Toda mi vida he vivido ese momento como un ejemplo de la maldad. La maldad tiene muchas caras y fue la forma de ser de la época.

"Hoy día, mi esperanza es que mi nieto marque goles. Y que el periodismo recupere su importancia"

–Plazas duras para un relato de iniciación.

–La posguerra fue el episodio que destrozó la historia de España, tanto o más que la Guerra Civil, porque alargó el clima de humillación, de desesperación, de vencedores y vencidos hasta que realmente se acabó la guerra, que no fue hasta el Golpe de Estado del 81. Hasta entonces, no se establecieron los elementos jurídicos para convivir y se arbitraron los modos de perdón y restitución de memoria histórica que, hasta hoy, sigue siendo negada. Ahí tenemos la reacción de Feijoo ante la salida de los restos de Queipo de Llano.

–Al evocar toda esa realidad, debe preguntarse cómo salió vivo.

–Uno se adapta a todo porque somos como peces, vamos sorteando las cosas. Todo el día vamos igual, entre malestares y mentiras, sorteando. Hubo una época en que por las noches pensaba en lo bueno que me había sucedido durante el día. Hoy día, mi esperanza es que mi nieto marque goles. Y que el periodismo vuelva a ser un oficio importante.

–¿Qué lodos vienen de aquellos polvos?

–El malestar español, que para algunos es que nos gusta realmente, que lo buscamos. Pero no: ese malestar lo producen quienes viven en el bienestar y están todo el día generando esa sensación de que hay culpables, esparciendo ellos el malestar. Y esto, desde el punto de vista de la educación, también tiene consecuencias. Los mayores no somos los únicos que vamos creciendo en el descreimiento. Además, los medios también hemos caído en la red de las redes: las cosas tardan más tiempo en verificarse. En nuestras tertulias, tendemos a decir una expresión que un periodista no se puede permitir: “yo creo”, dejando de lado la verificación. Las tertulias han entrado por ahí.

–Parece que, más bien, relato mata a dato.

–Iñaki Gabilondo me recordaba una intervención del gaditano Vargas Machuca en su programa, que se atrevió a soltar en una tertulia: “De eso, no sé”. Y Gabilondo dijo: “Señores, paremos la emisión, que alguien ha reconocido que no sabe algo”. Ahora tenemos un comentarista político omnisciente, Pablo Iglesias, que pone la vitola de la verdad sólo a lo que él dice. Sobre decidir qué es anatema y qué no, ya hemos tenido bastante.

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