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María López | Comisaria de exposiciones

“En el arte, visibilizar es denunciar”

La comisaria de exposiciones María López Fernández.

La comisaria de exposiciones María López Fernández. / Javier Albiñana

Doctora en Historia del Arte por la Universidad Complutense y especialista de pintura de los siglos XIX y XX, María López fue la primera directora del Museo Carmen Thyssen de Málaga y Conservadora Jefe de la Fundación Mapfre durante más de diez años. Su último trabajo como comisaria independiente es la histórica exposición Odaliscas. De Ingres a Picasso, que hasta el 10 de septiembre puede verse en el Museo de la Alhambra, en Granada. Para despedir la muestra, los días 9 y 10, se celebrará un seminario con expertos internacionales en la materia.

-¿Por qué resultaba la odalisca tan fascinante a los artistas europeos del XIX?

-La odalisca es una figura adscrita al harén y, como tal, ocupaba el escalón más bajo de los espacios femeninos en Oriente. Su mundo era el de la esclavitud sexual, la objetualización y el sometimiento al varón. En el siglo XIX, esta figura llegó a ser mitificada en extremo. Pero lo importante es considerar cuánto de ese mito ha perdurado hasta hoy. Es decir, hacernos esa misma pregunta desde el presente. De hecho, la odalisca está muy relacionada con las cuestiones esenciales del movimiento feminista.

-¿Por ejemplo?

-En 1984, las Guerrilla Girls reprodujeron la imagen de La gran odalisca de Ingres y la plantaron frente al Metropolitan de Nueva York junto a un cartel que rezaba: “¿Tienen que estar desnudas las mujeres para poder entrar al Metropolitan?”. La odalisca absorbe los significados de cada época, todos sus miedos y frustraciones.

-¿Y a qué debe esa capacidad, cómo se explica?

-Kenneth Clark afirmaba que, más que una obra de arte, la odalisca es una forma de arte. Por eso lo absorbe todo. Su origen está en la misoginia que se daba en Europa en el siglo XIX, especialmente en Francia: ya en el siglo XVIII, en la primera traducción al francés de Las mil y una noches, Sherezade no salvaba su vida gracias a su ingenio, como en el original árabe, sino por su poder de seducción. Las campañas de Napoleón en Egipto explican el origen del orientalismo, pero la odalisca lo trasciende hasta convertirse en una forma de arte privilegiada. Como reacción al impulso de la modernidad, los temas mitológicos cobran un auge especial. Hablamos de un momento complejo, de gran transformación, en el que la revolución industrial se salda con masas empobrecidas y multiplicadas en las ciudades. Frente a este panorama, la odalisca viene a satisfacer, por un lado, el apetito colonial que pone a Oriente al servicio de Occidente; y, por otro, el apetito sexual que pone a la mujer al servicio del hombre. Es un mito misógino y, en fin, asqueroso.

-¿Cómo perdura ese mito a lo largo del siglo XX?

-Artistas como Matisse y Picasso incorporan la odalisca como una manera de rendir tributo a la tradición. Pero lo hacen sin reparar en los significados que la odalisca había asumido en el XIX.De entrada, hay que recordar que el desnudo femenino sigue siendo protagonista en el arte del siglo XX. Las vanguardias tampoco lograron eliminarlo. Ahora bien, cuando Picasso retrata a Marie-Thérèse Walter en el ambiente propio de un baño turco, lo hace con el ánimo de apropiarse de la belleza de la obra de Ingres y Delacroix pero sin ser consciente de los valores reales que esa belleza encierra. Se da, digamos, una transmisión sorda. Pero esa transmisión permite la continuidad de los valores misóginos.

"Ciertas posiciones feministas parecen avalar que se vuelva a rajar la ‘Venus del Espejo’ como en 1914”

-¿Y hoy? ¿Qué percepción de las odaliscas cree que comparte el público que acude a ver la exposición en la Alhambra?

-La forma de abordar estas cuestiones es siempre polémica. Recuerda las reacciones que hubo ante las Pasiones mitológicas en el Prado. Y la figura del Picasso maltratador sigue siendo muy incómoda.Yo veo la exposición de la Alhambra como una oportunidad para construir e investigar, porque la manera más eficaz que tenemos de abordar las cuestiones difíciles en el arte son las exposiciones. Ahora bien, hay que entender las exposiciones como espacios para la discusión, no para el dogma. Se trata de hacer confluir las miradas, no de someter unas a otras.

-Sí, pero no debería admitirse mucha discusión ante la imagen concreta de una esclava sexual.

-Por supuesto. Pero las exposiciones ayudan, principalmente, a entender por qué el arte es capaz de crear imágenes hermosas de fenómenos aborrecibles. El objetivo debe ser siempre desgranar y explicar, curar la sordera que ha permitido la pervivencia acrítica de los valores misóginos y hacerlos bien sonoros, delatarlos.

-¿El clima actual es, por el contrario, demasiado favorable a la censura?

-Ante la Venus del Espejo podemos responder de dos maneras: hacer como hizo la sufragista británica Mary Richardson en 1914 y rajar el lienzo, sin más. O explicar de manera clara los motivos que condujeron a que esa obra fuese creada. A menudo me da la impresión de que las posiciones feministas actuales avalan con demasiada alegría la primera opción. Pero tengo claro que es mucho más ventajosa la segunda. Nuestra responsabilidad respecto al arte es visibilizar, porque visibilizar es denunciar.

-¿Es optimista respecto a la superación definitiva del paradigma misógino?

-Me ha gustado comprobar que en la exposición de la Alhambra se ha entendido bien el mensaje: tanto a nivel crítico como en los comentarios que nos dejan los visitantes se ha destacado la intención de explicarlo todo, incluso lo monstruoso. Ahora bien, la misoginia sigue presente en el cine, en la moda, en la fotografía. Queda mucho por hacer.

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