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Javier Cercas. Escritor

"Cuando hay problemas, sacas la banderita y ya está"

  • Dice que su nuevo libro, 'Las leyes de la frontera', es "una historia de amor y nada más". De amor imposible, llena de equívocos y medias verdades. Pero también algo más, un 'thriller' camuflado de crónica de la sociedad en la Transición.

-¿Es esta novela en cierto modo la cara B no tanto de la Transición como de Anatomía de un instante? Entonces se ocupó de hechos históricos, aun con sus zonas de sombra, y ahora de algo que está apenas anotado en los márgenes y ni eso casi...

-Es verdad que hay una visión desde abajo, más personal, más sentimental. A finales de los 70 un montón de adolescentes de arrabal se apoderaron de la imaginación del país; eran un avatar de un mito universal, el mito del bandido adolescente, del fuera de la ley. Y los mitos son una suma de verdades y mentiras, pero el resultante de una suma de verdades y mentiras es una mentira. Ahora bien, esa mentira expresa una verdad profunda. Representaron el cambio profundísimo, los temores, el vértigo de un país que estaba estrenando la libertad.

-Ese fenómeno social se esfumó completamente hace mucho. ¿Qué dice eso de la evolución de la sociedad?

-La novela, si acaso, habla de cómo éramos y en qué nos hemos convertido. ¿Qué dice? Dice que nos parecemos muy poco a lo que éramos, que todavía somos lo que éramos pero nos parecemos muy poco a lo que éramos.

-Uno lee su novela y respira un país aparentemente más salvaje, pero también mucho más inocente...

-Nosotros desde luego éramos más inocentes. ¿El país lo era? Siempre hay gente resabiada... Pero entiendo lo que dice. Me suelen preguntar por qué me interesa tanto la Transición, y a mí no me interesa tanto la Transición: es que ahí empiezo yo, yo personalmente, nazco a la vida moral, a la vida racional, a la vida social en aquel momento. Y también el país, tal y como lo entendemos ahora, nace entonces. Sí, seguramente era un país más inocente, y más tonto, eh. Pero había una parte extraordinaria...  

-Todo era, todavía, un poco más posible que ahora, o al menos esa impresión da...

-Es verdad. Íbamos a ser tan guapos, tan ricos... El desencanto fue eso, cuando la gente se dio cuenta de que la democracia no es el paraíso terrenal, sino tan sólo una forma de gobernarse. Ahora podríamos decir que las cosas han ido mal, pero no: han ido muy bien. La inmensa mayoría, gente más o menos de clase baja o media, ha llevado una vida mucho mejor que nunca antes en España. Lo que pasa es que una minoría no se ha beneficiado jamás de la democracia, y de ello habla en parte el libro.

-Ha dicho alguna vez que la heroína fue la guerra de su generación. ¿Es la actual asfixia económica, el sometimiento brutal que implica, la de los jóvenes de hoy?

-Esta crisis ha sido una estafa de dimensiones ciclópeas, históricas, fastuosas, sólo comparable a la del 29. Y cómo se resolvió la del 29? Con una Guerra Mundial que costó 50 millones de muertos. Ésa es la realidad. A ver qué hacemos ahora. Porque nos enfrentamos a una cosa de ese tamaño. Y al mismo tiempo... Los chavales de hoy lo tienen muy mal, pero los de los 70 lo tenían infinitamente peor, esto no es un consuelo para nadie, pero la situación era peor entonces que ahora y eso hay que saberlo. España en el 78 era un país tercermundista y ahora no, ahora hay una cosa que se llama Europa, la última utopía razonable que nos queda, y estamos en las mejores condiciones posibles para salir adelante, siempre que no hagamos barbaridades, que también están a nuestro alcance. En Cataluña, por ejemplo.

-Iba a preguntarle por este tema más adelante, pero ya que usted mismo lo saca...

-No, no vamos a entrar en eso porque es terrible. Estoy harto de pelearme con unos y con otros. Estoy agotado. [Largo silencio] Tengo la esperanza de que el sentido común se imponga. Es populismo, nada más. Cuando las cosas van mal, los ricos dicen: ea, me voy yo solo y los pobres que se jodan, creyendo que así se va a solucionar algo. No sólo eso es egoísta e insolidario, y perverso, e indecente: es que además es equivocado. Porque si te quedas solo no vas a hacer nada.

-¿Piensa que los independentistas van en serio o es sólo un órdago, otro más?

-La pregunta del millón. Yo creo que es una estrategia. Siempre ha habido independentistas en Cataluña, pero ahora se han sumado a ellos muchas otras personas a las que les han dicho que la culpa de todo la tiene España: Madrid. Entonces tú sacas la banderita cuando hay problemas y ya está, así es la banderita. La culpa la tiene éste, la culpa la tiene aquél: otro. Es no asumir nuestra parte de responsabilidad. Es un instinto humano. Y alivia mucho además. La gente lo que quiere, por supuesto, es hacer negocios, como en todas partes. Los que mandan hacen negocios y los idiotas marchan detrás. Espero que la gente tenga cabeza pero ya no confío... Tengo ganas de largarme. Estoy quemado.

-Volvamos entonces a sus libros. En ellos la verdad es inalcanzable, siempre está ese no saber. ¿Por qué escribe tanto sobre esto?

-Yo creo que la verdad existe, en eso soy un poco anticuado, sólo que también pienso que quien cree poseerla es un fanático o un idiota o, lo que es más probable, las dos cosas a la vez. Hemingway decía que escribía sobre lo que sabía, yo escribo justamente por lo contrario: para averiguar. Ese no saber es el modo de saber que tiene la novela. Ese silencio es su forma de elocuencia. Y esa verdad que al final siempre se nos escurre entre las manos es la verdad de toda novela. Qué paradoja, ¿verdad?

-¿Qué entiende usted entonces que es La Verdad?

-Uf... Es verdad que estamos tú y yo aquí. ¿No? [golpeando la mesa] Sevilla, seis cuarenta de la tarde. Eso es verdad. Hay verdades factuales, verdades históricas, verdades periodísticas... Pero las verdades humanas son siempre contradictorias, revocables, escurridizas, y al final son las que importan. Existe el bien y existe el mal, y existe la decencia y la indecencia, y todos sabemos que existen. Pero definirlas no siempre es fácil. Quizás por eso existe la literatura. Hay que saber vivir en la incertidumbre, en la ambiguedad, en la contradicción. El fanático no sabe, y por eso lo es.

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