Las Claves

Sánchez quería elecciones

  • Tacticismo. La oposición y varios socialistas tenían la certeza de que el presidente deseaba pasar de nuevo por las urnas; de ahí su estrategia para minar estos meses a Iglesias y Rivera

Pedro Sánchez abandona el hemociclo junto a Carmen Calvo.

Pedro Sánchez abandona el hemociclo junto a Carmen Calvo. / Fernando Villar / Efe

La tarde del martes pasado fue convulsa, una guerra de nervios. En la ronda de consultas en La Zarzuela, el Rey trasladó a los líderes de los partidos más relevantes que estaba todo muy abierto cuando faltaba el encuentro con el presidente en funciones, el último en acudir a la ronda. Para Felipe VI era fundamental que hubiera un Gobierno estable, y sólo después de recibir a Pedro Sánchez tendría una idea precisa de sobre la posibilidad de que pudiera formarse. No descartaba el Monarca –les fue diciendo– que, en función del encuentro que mantuviera con el socialista, los llamara nuevamente, aunque sería por teléfono.

Sánchez, sin embargo, no dio oportunidad al Rey de llamarlos, porque al iniciar la reunión con don Felipe le trasladó su deseo de no ser designado candidato, pues era consciente de que no contaba con el respaldo necesario para formar un Gobierno con mínimas garantías de tener manos libres para tomar decisiones que consideraba fundamentales para los españoles y, por tanto, ni siquiera iba a hacer nuevos esfuerzos los dos días siguientes para buscar acuerdos para superar la investidura.

El Rey decidió entonces que se redactara el comunicado institucional en el que informaba sobre su decisión de no designar candidato.

Apenas dos horas más tarde, durante su polémica intervención desde La Moncloa, el propio Sánchez anunciaba que daba por terminadas las negociaciones con otros partidos, lo que significaba que el día 23 se convocarían automáticamente las elecciones.

Casado y Rivera, más cerca

En el PP y en Cs llevan semanas muy activas sus estructuras electorales. Los populares incluso han dado ya algunos pasos ante las entidades financieras para pedir ayuda ante unas arcas vacías porque el resultado electoral había reducido sus diputados a la mitad y, por tanto, también las subvenciones correspondientes, lo que ha obligado al partido a hacer un ERE y barajar la posibilidad de vender su simbólica sede de Génova o alquilar parte de su espacio. El problema de financiación no preocupa a Cs, que ha incrementado sus escaños; tampoco a Podemos, que ha sufrido una bajada en las elecciones, pero su estructura es menor que la de los otros grandes partidos nacionales.

En cuanto a Vox, han conseguido 24 escaños partiendo de cero y se encuentran en una muy buena situación económica. Tampoco las arcas del PSOE están tan nutridas como en tiempos pasados, pero cuenta con el plus de que su candidato es el presidente del Gobierno y si hace falta los bancos serán generosos en la concesión de créditos.

Existe la certeza en la oposición, e incluso lo creen algunos socialistas, de que Sánchez no tenía más objetivo que nuevas elecciones tras el fracaso de la primera investidura. Para eso, él mismo y sus estrategas de La Moncloa consideraban imprescindible devaluar a Pablo Iglesias y Albert Rivera y provocar la fuga de parte de sus votantes hacia el PSOE. A Iglesias lo debilitó jugando a conveniencia con un posible acuerdo de coalición con determinadas condiciones, posición que iba cambiando según el día tratando de descolocar al líder morado, cuya imagen se ha deteriorado dentro y fuera de su partido. Con Rivera, tras asumir Sánchez que no tendría su respaldo ni su abstención, el trato ha sido abiertamente despreciativo, aunque aquél también hizo alarde de su desprecio por las políticas del presidente.

A pesar de esta estrategia, aunque en público los socialistas creen que llegarán a los 140 diputados, en privado expresan su inquietud porque no tienen claro que los alcancen. Es difícil con cinco partidos nacionales, nada que ver con los tiempos del bipartidismo más comunistas y nacionalistas.

En el centroderecha se ha producido un acercamiento que nunca había existido entre Albert Rivera y Pablo Casado, provocado por su afán mutuo de desalojar a Sánchez y porque sus acuerdos en gobiernos regionales y municipales los obligan a no dar excesivo aire a sus diferencias. Ni siquiera en campaña electoral.

En su cita después de que el presidente de Cs ofreciera a Sánchez su abstención, Rivera y Casado cambiaron impresiones sobre la certeza de que habría una nueva convocatoria electoral y cómo quedaría la situación posterior. Casado insistió en que la idea de España Suma daría más escaños a PP y Cs que ir por separado, pero a Rivera ni le convence la fórmula ni cree que pueda traducirse en mayor número de escaños.

Ley electoral

La campaña del PSOE ya está perfectamente diseñada y la lanzó al ruedo Sánchez en su intervención del martes desde La Moncloa y en la entrevista a Ferreras en La Sexta: culpar a todos sus rivales de irresponsabilidad y falta de sentido de Estado por no contribuir a su investidura y denunciar el bloqueo al que le han sometido. Ni por un momento se le ha pasado por la cabeza a Sánchez hacer la mínima autocrítica.

Iniciará la campaña con un gran despliegue internacional viajando a Nueva York para participar en la Asamblea General de Naciones Unidas, donde mantendrá encuentros con importantes jefes de Estado y Gobierno. Se considera el único político con la solidez necesaria para gobernar. Y así se presentará en la campaña que comienza oficialmente el 1 de noviembre aunque él lleva en campaña desde los famosos viernes electorales de hace meses, que probablemente se volverán a producir, sobre todo en lo relacionado con pensiones y salarios de los funcionarios.

Sánchez se ve también como un político muy capaz rodeado de personajes a los que tiene que eliminar para que no destrocen el país. Su frase "no dormiría por las noches" si gobernara en coalición con Podemos lo demuestra. Lo que se pregunta mucha gente es qué habría ocurrido si en el último minuto de la primera sesión, Iglesias se hubiera levantado de su escaño para decir que aceptaba las condiciones de Sánchez por la coalición, aunque no le gustaran los tres ministerios ofrecidos.

Se ha iniciado ya la campaña electoral con una cuestión sobre la mesa que se maneja ya en PSOE, PP y Cs: la necesidad de cambiar la ley electoral. Es muy efectiva la que rige para los ayuntamientos, que convierte automáticamente en alcalde o alcaldesa al candidato más votado si nadie alcanza los votos necesarios para ser elegido cuando se llega a la fecha límite marcada por la propia ley, que hoy está en boca de los dirigentes políticos que están más que inquietos por un bloqueo institucional que se prolonga excesivamente.

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