Surfeando y patinando entre oleadas
Un año del estado de alarma
La pandemia ha arruinado muchas añoradas rutinas y 72.000 muertos después ya se ve luz al final del túnel
La alerta planetaria se activó en Tailandia en enero de 2020 al detectarse el primer caso de Covid-19 fuera de China. El mundo aún no era consciente de la destructora pandemia que se le venía encima, aunque Tailandia se encuentra entre los países menos afectados. Nada que ver con España, donde pocos días después, el 31 de enero, el Centro Nacional de Microbiología confirmaba en La Gomera el primer positivo, un turista alemán. Nueve días después se detectaba otro caso en Palma y el 24 de febrero el virus saltaba a la península... prólogo de la pesadilla en la que seguimos inmersos desde entonces.
Después de poco más de un año, la pandemia ha dejado más de 2,5 millones de muertos y 118 millones de casos de Covid-19 en el mundo, de los que más de tres se registran en España, que tras la tercera oleada (la posnavideña) suma más de 72.000 fallecidos, con una incidencia acumulada de 130 casos (el viernes pasado) por cada 100.000 habitantes en los últimos 14 días.
También decae poco a poco la ocupación de las unidades de cuidados intensivos (UCI), que se encuentran a poco más de un 21% de la ocupación por pacientes con Covid (tras las Navidades llegaron al 40%), mientras el resto de la presión hospitalaria también se sigue aliviando.
UCI al límite
Durante los meses más duros, los hospitales han tenido que improvisar UCI en otros emplazamientos y las autoridades han tenido que adecuar espacios como recintos feriales u hoteles por los miles de casos que ingresaban cada día. Sólo en el verano pudieron respirar, pero la vuelta de las vacaciones empezó a asfixiarles otra vez con una segunda ola y otra tercera que no terminamos de dejar atrás. En estos eternos doce meses de pandemia, las UCI de centros públicos y privados hasta han triplicado su capacidad inicial, que era de algo más de 4.400 camas.
Son un poco más de 9 las camas UCI por cada 100.000 habitantes, cuando países como Alemania, por ejemplo, tienen unas 30.
España alardeaba de tener un envidiable sistema sanitario, aunque la pandemia lo ha puesto contra las cuerdas con hospitales saturados, pacientes desparramados por los pasillos, UCI desbordadas y unos profesionales sanitarios al límite de sus fuerzas.
El tsunami de la pandemia se llevó por delante citas, tratamientos, nuevos diagnósticos, cirugías... que se tuvieron que posponer con unas consecuencias que en muchos casos han supuesto agravamientos del estado de salud de los pacientes de distintas patologías.
De hecho, según datos de la Sociedad Española de Oncología Médica (SEOM), durante la primera ola se retrasó el 21% de nuevos casos no diagnosticados de cáncer. El Covid es una especie de agujero negro que absorbe todos los recursos humanos, terapéuticos, tecnológicos y diagnósticos.
Los últimos datos disponibles del Ministerio de Sanidad, que abarcan desde enero a junio de 2020, muestran un aumento en la media del tiempo de espera de 55 días para una intervención no urgente en comparación con el mismo periodo del año anterior.
Pero no solo los hospitales han soportado el estrangulamiento del Covid, el primer nivel asistencial, la atención primaria, ha sufrido una presión tremenda y ellas, las médicos de atención primaria, las que han soportado la mayor parte de violencia verbal.
Reconocimiento desde el balcón
Junto con los mayores, los sanitarios han sido uno de los colectivos más azotados por la pandemia; la población quiso agradecérselo en forma de aplausos cada día a las 8 de la tarde, aunque con el transcurso de los días ese estruendo inicial fue declinando. Pero ellos siguieron trabajando, ola tras ola sin apenas tiempo para recuperarse de una a otra.
El número de profesionales sanitarios con positivo por Covid ascendía a 118.063 hasta el 28 de enero y 63 fallecidos hasta el 5 de junio, según la información proporcionada por el Ministerio de Sanidad.
La primera ola de la pandemia dejó más de 50.000 trabajadores sanitarios infectados, cifra que está lejos de los más de 30.000 de Francia o Italia y los 15.000 de Alemania.
Según los últimos datos disponibles del Ministerio de Sanidad, en España hay 149.000 profesionales de medicina, 186.000 profesionales en Enfermería y 331.000 más en la categoría de otros profesionales sanitarios.
Mucho se ha hablado de la escasez de sanitarios; el Ejecutivo trató en octubre de paliarla con un decreto que autorizaba a las comunidades la contratación de personal sanitario extracomunitario o que no haya conseguido plaza en la pasada convocatoria de médicos internos residentes (MIR), lo que en la práctica permite añadir unos 10.000 profesionales más al sistema.
El impacto de la pandemia ha tenido su epicentro en las residencias de mayores, donde casi 30.000 personas han fallecido a causa del coronavirus, según los datos disponibles hasta el 7 de marzo y recopilados por los ministerios de Derechos Sociales, Sanidad y Ciencia e Innovación.
Pero la pandemia nos ha trastocado a todos y han hecho papilla la ahora ansiada normalidad de la que disfrutábamos hasta hace un año y la mayor parte de nuestras viejas rutinas.
Muchas pasaban por los añorados bares y restaurantes, los teatros y los cines o las discotecas... el mundo del ocio se ha estampado contra el virus y no ha caído precisamente de pie, acogotado por las restricciones horarias y de aforo.
El informe Impacto del Covid-19 en la hostelería en España, elaborado conjuntamente por las consultoras Bain & Company y EY (antes Ernst & Young), señala que el coronavirus ha provocado una caída de la facturación anual del sector hostelero de hasta 55.000 millones de euros durante 2020 (un 40%.
Trabajos destruidos o en el alero
La pandemia e ha llevado por delante más de 724.000 puestos de trabajo en España y ha terminado con la buena racha de seis años consecutivos de crecimiento de empleo. Y los ERTE (Expediente de Regulación Temporal de Empleo) cerraron 2020 con algo más de 755.000 trabajadores a su vera.
El turismo es otro de los sectores más vapuleados y el sector mira con aprensión hacia el verano, toda una incógnita.
La mascarilla se ha convertido en una prolongación de nuestro cuerpo, un accesorio obligatorio en cualquier espacio público, donde las colas son el pan nuestro de cada día. El constante lavado de manos es el primer mandamiento que repican sin cesar las autoridades sanitarias. El teletrabajo ha llegado a triplicarse en 2020. Tras las vacaciones de Navidad, el 1,2% de las aulas, unas 4.000, llegaron a estar confinadas. El mayor pico fue en octubre, con un 2%.
La responsabilidad y el civismo son la moneda corriente, pero mientras la mayoría de españoles asume los imponderables del Covid religiosa y sacrificadamente, unos cuantos arruinan el esfuerzo colectivo con insolidaria irresponsabilidad, como esos cientos de fiestas ilegales que se detectan cada fin de semana en Madrid, capital europea de la laxitud ante el virus.
Otro enemigo infiltrado en esta batalla colectiva es el negacionismo, que rechaza la existencia del Covid o acepta que existe y duda de su gravedad, entre delirantes teorías que consideran al virus un engendro producto de las empresas farmacéuticas o incluso del empresario multimillonario Bill Gates...
El caso es que al cabo de un año de lucha contra la pandemia la mayoría seguimos surfeandoentre oleadas y unos pocos irresponsables patinando. A pesar los pesares, ya hay más vacunados que contagiados.
Entre el mando único y el pulso de reinos de taifas
El presidente del Gobierno anunció el 25 de octubre la declaración de un nuevo estado de alarma, una situación de excepción forzada que se decretaba por segunda vez tras el 14 de marzo para frenar la progresión del coronavirus. un Consejo de Ministros extraordinario lo aprobó después de que así se lo solicitasen once ejecutivos autonómicos para contener la segunda oleada de la pandemia, la que se desató tras el verano.El estado de alarma da cobertura jurídica suficiente para endurecer las restricciones de movilidad. A diferencia del estado de alarma decretado en marzo, que decayó cuatro meses después, el otoñal delegaba gran parte del peso en los diferentes Gobiernos regionales (que habían mostrado, sobre todo los del PP, su rechazo al mando único) e incluyó la medida del toque de queda, que ya se aplicaba en otros países como Francia. Otra de las diferencias con el de marzo es que duraba en el tiempo y el presidente del Gobierno no estaba obligado a solicitar regularmente el respaldo del Congreso para prorrogarlo. Los enfrentamientos más sonados con Moncloa a propósito del mando único los ha protagonizado la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, que nunca ha querido plegarse (por definición) a las recomendaciones de Pedro Sánchez. El último eslabón de la cadena de desencuentros ha llegado con su rechazo al cierre perimetral de la comunidad en Semana Santa, que ha acatado a regañadientes la dirigerente popular en su juego de equilibrios entre la salud y la economía.
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