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Primera Fila

Últimos días de gloria

  • El año 2010 terminó con una gran incerditumbre respecto a la nueva organización del sector público

Rosalía Gómez

Crítica de artes escénicas

Año prolífico, repleto aún de actividades, el redondo 2010 ha sido también el año de la amenaza, de los replanteamientos, de la espada de Damocles sobre la cabeza de las artes escénicas, diana relativamente fácil para esos recortes, públicos y privados, cuyos efectos se verán claramente en un futuro inmediato. Sin embargo, esa muerte anunciada de las grandes subvenciones –incluidos los planes bienales que ahora sostienen a las compañías andaluzas más sobresalientes- no se ha dejado sentir demasiado en un panorama andaluz en el que no sólo está en alza el flamenco, como se ha podido comprobar en sus grandes manifestaciones, la Bienal de Sevilla, el Festival de Jerez y el Festival de la Guitarra de Córdoba, sino en el que también la producción teatral ha proporcionado sorpresas agradables.

Baste citar, como ejemplos, el Premio Nacional de Teatro obtenido por los jerezanos de La Zaranda, una de las compañías andaluzas más antiguas y apreciadas en el panorama internacional, y los numerosos premios y reconocimientos obtenidos durante todo el año por La casa de Bernarda Alba, la pieza lorquiana que ha producido el sevillano TNT, dirigido por Pepa Gamboa e interpretado por las gitanas del asentamiento chabolista más antiguo de Europa: el Vacie. En una paradoja sin antecedentes, estas humildes gitanas no solamente han inaugurado festivales internacionales como el Iberoamericano de Cádiz sino que son las únicas actrices andaluzas que han actuado, en el mismo año además y con todos los honores, en el Teatro Español de Madrid y el Lliure de Barcelona. Atalaya, por su parte, la compañía residente en el citado TNT del sevillano barrio de Pino Montano, ha protagonizado también un capítulo importante del año teatral andaluz con el estreno en abril y la posterior gira de Ricardo III, de William Shakespeare, con la dirección habitual de Ricardo Iniesta. Junto a éste, otros muchos creadores andaluces han trabajado intensamente, como Juan Dolores Caballero, director de la compañía El Velador, que ha estrenado este año dos nuevas piezas: Hildegard, de teatro-danza, y Dröppo, en su línea de humor corrosivo. O compañías como La Tarasca, Producciones Imperdibles –una de sus fundadoras, Gema López dirigió una veraniega Carmen que fue exhibida en el rectorado de la Universidad hispalense- o La Cuadra de Salvador Távora, que en octubre estrenó su Rafael Alberti, un compromiso con el pueblo, mientras que, a finales de año, Pedro Álvarez Ossorio presentó su pieza Queipo, dedicada al polémico político español.

En cuanto al teatro llegado de fuera, las programaciones de los grandes teatros andaluces han seguido apostando por los grandes nombres que, de un modo u otro, garantizan mínimamente la taquilla en estos momentos difíciles. Los musicales y los rostros televisivos siguen a la cabeza en cuanto a ventas –tanto en grandes teatros como en las salas pequeñas- seguidos de grandes montajes de clásicos de distintas épocas, de Lope de Vega a Ibsen (Casa de muñecas), Sanchís Sinisterra (El cerco de Leningrado), Samuel Beckett (Fin de partida) o Tomas Bernhard (Almuerzo en casa de los Wittgenstein), ninguno de los cuales, a pesar de sus méritos, puede calificarse de memorable. Respecto a los festivales, como se ha dicho, han sido poco visibles todavía los problemas presupuestarios. Se han celebrado, en su línea habitual, además de los flamencos ya citados, el FIT de Cádiz, el Festival de Música y Danza de Granada y en Sevilla, entre los más modestos, el Fest (Festival Internacional de Teatro y Artes Escénicas), con la participación de las cada vez más numerosas y organizadas salas teatrales privadas de la ciudad, y en noviembre, un Mes de Danza cada vez más oficializado, con la participación por primera vez en esta edición de los tres grandes teatros públicos: Maestranza, Lope de Vega y Central.

En cuanto a la danza, y siguiendo la tendencia de los últimos años, las grandes producciones extranjeras son asumidas por las arcas públicas: el único título de ballet clásico ¬ –este año, La Cenicienta, con el English National Ballet– por el Teatro de la Maestranza y, los de danza contemporánea, por los teatros gestionados directamente por la Junta de Andalucía (el Central de Sevilla, el Alhambra de Granada y el Cánovas de Málaga). Hay que decir, sin embargo, que uno de los grandes éxitos de la temporada en este capítulo ha sido el Espérame despierto, de la compañía sevillana Mopa Producciones. Mención aparte merece la celebración, en los meses de septiembre y octubre, de la Bienal de Flamenco pues en ella se han podido presenciar los últimos trabajos de unos artistas andaluces que, en el terreno de la danza, constituyen la más alta de sus manifestaciones como demuestra, entre otras cosas, la adjudicación del Premio Nacional de Danza, en su categoría de interpretación, de nuevo a una joven artista de este género: Rocío Molina. Ésta, al igual que Pastora Galván, Isabel Bayón, Eva Yerbabuena, Andrés Marín y muchos otros sigue trabajando, investigando y empujando los límites de un arte completamente vivo, con producciones a veces polémicas y cada vez más abiertas a la colaboración con artistas de otros géneros no solo dancísticos sino de todas las artes escénicas y plásticas. Anunciados o perpetrados ya los recortes en todos los sectores, y mientras los artistas y los gestores se aplican a desarrollar la imaginación para hacer frente a las mermas, el año ha terminado con una gran incertidumbre respecto a la nueva organización del sector público, cuyos responsables aún no han dado cuenta de los planes de futuro de organismos como el Centro Andaluz de Danza –cuya directora, Blanca Lí, fue cesada en julio– o el emblemático Ballet Andaluz de Flamenco. 2011 se presenta pues como un año de profundos cambios para las artes escénicas andaluzas.

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