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El tren de la bruja

Un 'ligre' en la Feria

  • La Feria acomoda maneras, más y menos bondadosas, de sortear la imaginación.

LOS anuncios del Gran Circo Mundial reclaman con la atracción de un ligre porque las quimeras sabido es que embelesan. Ya por resultar de monstruosas mixturas -cabeza de león, vientre de cabra y cola de dragón- o ya, asimismo, cuando engañan a la imaginación señalando como posible aquello que no lo es, o como verdadero lo que si acaso sean piadosas mentiras. De modo que la bruja, necesitada como está de dar con alguna ocurrencia que anime y llene las vueltas del tren, anda pensando en un aquelarre donde encontrarse pueda con un diablo adornado de perejiles quiméricos: vamos, de macho cabrío y cola rotunda, que asuste sin escoba y haga gritar a la concurrencia en el agujero negro de los sustos.

Que si un ligre, mitad león y mitad tigre por el cruce de las especies, es protagonista destacado en la dócil fauna del circo, un diablo resultón tampoco será mala ayuda para la bruja en sus conjuros de la taquilla del tren. Al cabo, se trata de quimeras un tanto aparatosas, porque trastocan la presentación natural de las cosas ayudadas de la fantasía o del espanto.

Pero en la Feria conviene estar más prevenidos ante las quimeras imaginarias, esas que provoca el estado extraordinario de las situaciones para hacernos creer, con su delicioso curso, que no ha de romperse tan espléndido hechizo -me dice la bruja que de esto sabe más que yo-. Y es que, cuando todo resulta a propósito o se predisponen naturalmente las cosas para que las horas en el real complazcan sobremanera, la imaginación toma esa deriva atrayente de lo fabuloso por la que puede llegarse a pensar que, de ordinario, fuera de las coordenadas mayores de la fiesta, no cabrá sino encontrar parecidas maneras de apurar momentos y ratos de los días no marcados en el almanaque de la Feria.

Pues bien, aún siendo poco juiciosa esta quimera, al menos participa de lo que podemos entender como natural. Porque más malsano es el efecto de las quimeras inducidas por el artificio y la apariencia, cuando la felicidad o la expansión del ánimo, en sus distintas manifestaciones, no resultan del desenlace previsto por la ocasión.

Esto es, cuando no se acometen las cosas con la voluntad de un buen resuelto albedrío, sino que acaban hechas al dictado de los compromisos o por la maquinación del interés. Ya que la Feria, tampoco se debe olvidar, presta acomodo para ambas maneras, más y menos bondadosas, de sortear la imaginación. Como distinta puede cursar, asimismo, la desolación de la quimera caídos los farolillos en el real.

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