Los pecados de la Feria

El tren de la bruja

Todo es más sencillo, menos alambicado y más natural de lo que se quiere entender.

Una joven amazona bebe una copa de vino en el real.
Una joven amazona bebe una copa de vino en el real.
Antonio Montero Alcaide

18 de abril 2013 - 01:00

AUNQUE la vanidad se asocie a los pecados capitales, vinculada a la vanagloria o a la soberbia, en la Feria acaba siendo un pecado venial que se redime con la gustosa penitencia del aparentar. Porque a la Feria le cabe el oxímoron, esto es, conciliar palabras y significados opuestos, como esos de la penitencia gustosa, para denotar cuanto de singular acontece en el real. Claro que, de parecido modo, también caben, y mucho, los tópicos. Si bien, quienes de verdad viven la Feria de forma genuina -por más que no resulte fácil ponerse de acuerdo en qué es eso mismo, lo genuino-, esquinan las maneras de las expresiones gastadas y afirman que todo es más sencillo, menos alambicado y más natural de lo que parece o se quiere entender.

Pero comenzábamos con los pecados y cabe pensar que la fiesta los apadrine, en una cohorte de transgresiones tan ajenas al acto de contrición como remolonas ante el propósito de enmienda. Si se repasan los pecados capitales, esos a los que Santo Tomás entendía que era más propensa la naturaleza humana en su caída, ya se ha dado cuenta de la atemperada vanidad, prima hermana de a la apariencia en la celebración del dejarse ver. A sabiendas del ejercicio de mirar, por otra deriva pecaminosa, la de la envidia, que no se atempera ni excusándola como sana. Y es que los pecados nunca vienen solos, que unos llevan de la mano a otros. Como esos dos, de la categoría de los pecados de exceso, que son la lujuria y la gula. El primero, en tanto que apetito desordenado de los deleites carnales, tal vez esté reñido con la ortodoxia de la Feria, que hace protocolo cuidado de la conquista en el baile por sevillanas. Aunque, cogido el puntito, nunca se sabe qué trocha puede tomar la desinhibición. Y la gula también es producto del apetito, aunque llevado al estómago, disculpada sea la manera de señalar; y al gusto, que cuenta con denotaciones a propósito para un apetito y otro. Pero la gula de esta Feria tiene otra penitencia a propósito, la de la austeridad, que disciplina el apetito en la humilde cocina de las patatas y en la carnosa figuración de los tomates, envidiados entonces -y aquí el pecado sobreviene- los ibéricos deleites del jamón o la bigotuda zalamería de las gambas.

Dice la bruja, entonces, que aunque ella, por sus tejemanejes diabólicos, poco sabe y quiere de virtudes, está dispuesta a derramar conjuros que alivien al personal, por ver si la humildad atempera a los vanidosos, la caridad a la envidia, la templanza a la gula, y la castidad a la lujuria porque ella no se come una rosca en el tren.

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