Robo

El ladrón que fue atrapado porque se comió una golosina y dejó su ADN junto a la nave de Sevilla que acababa de robar

  • El caco asaltó precisamente un negocio de chucherías y tiró el envoltorio de un caramelo líquido al suelo, lo que facilitó el trabajo de la Policía porque ya era reincidente y figuraba en sus bases de datos

  • El acusado, que protagonizó un altercado en los calabozos de la Audiencia de Sevilla al cesar el efecto de la medicación que toma por su salud mental, aceptó un año de cárcel pero denunció que allí lo tratan "como a un perro"

  • El ladrón más activo de Sevilla estará en la cárcel como mínimo hasta 2035

Chucherías a la venta en un establecimiento.

Chucherías a la venta en un establecimiento. / D.S.

La Audiencia de Sevilla ha condenado a un año de cárcel a un ladrón que hace seis años robó en la nave de una conocida empresa de chucherías y frutos secos. La pena no entrará en los anales de la historia judicial de la ciudad, pero el hecho contiene una pequeña anécdota que convierte el caso en algo distinto. Tiene que ver con la génesis de la identificación de este caco como el autor material de aquel delito, que no fue otra que un despiste del propio delincuente. Tras robar distintos productos, se tomó uno de ellos muy cerca de la escena y tiró el envoltorio al suelo, sin caer en que en ese trocito había ADN suyo. Como era reincidente, sus datos ya figuraban en las bases de datos de la Policía, que no necesitó más que analizar aquel resto para poner nombres y apellidos al robo.

El protagonista de esta historia es Alfonso G.M., un politoxicómano de 53 años que el 20 de octubre de 2017 escaló hasta el techo de una nave de la calle Economía, en el polígono Carretera Amarilla. Tras practicar un butrón, accedió al interior. Allí “hizo acopio de diversos efectos”, básicamente golosinas. Después quebró la cerradura y el candado del inmueble y escapó. Pero antes, en el exterior del almacén, se comió un caramelo líquido y dejó el papel en el suelo.

Además de ser drogadicto, el acusado también sufre un trastorno paranoide con déficit intelectivo leve. El día del juicio, de hecho, dio bastante trabajo a la pareja de policías que lo custodiaban en los calabozos de la Audiencia cuando se le pasó el efecto de la medicación.

Ya en la sala, más tranquilo tras tomarse un zumo, se le eliminó la agravante de reincidencia y se estimó la eximente incompleta de anomalía psíquica. Eso valió para que la Fiscalía rebajase su petición de condena desde los seis años iniciales a los doce meses que le impuso el tribunal por un delito de robo con fuerza en las cosas. También deberá indemnizar al dueño del establecimiento con 1.053 euros por la mercancía sustraída y 838 euros por los desperfectos que causó en el local.

Al salir de la sala, de nuevo alterado, el encausado gritó al tribunal que en la cárcel lo tratan “como a un perro”.

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